Que otros te juzguen por lo que hiciste con tu vida, yo me voy a quedar con lo que hiciste con la mía

Así, parafraseando al Negro Fontanarrosa te voy a recordar, Diego. Qué duro pegó tu muerte en nosotros los futboleros. Sabíamos que algún día ocurriría, pero jamás se está preparado para despedir a un ser querido.

Que otros te juzguen por lo que hiciste con tu vida, yo me voy a quedar con lo que hiciste con la mía
El niño Maradona que soñaba con vivir de jugar a la pelota. Terminó siendo ídolo universal.

Una vez, el genial artista rosarino Roberto Fontanarrosa lanzó un concepto digno de su inmensidad: “Qué me importa lo que Maradona hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía”. Qué genialidad, Negro. Qué buena frase. Cuánta verdad. Realismo mágico en medio de tanto odio y tanta grieta argenta. Tan argenta como un tal Diego Armando Maradona.

“Maradona tendría que...”, “Yo si fuese Maradona hubiera...”, “No entiendo a Maradona, yo en su lugar trataría de...”. Frases dentro de frases que escuché infinidad de veces respecto de la vida privada de Diego, uno de los más grandes futbolistas que dio la historia de la humanidad. ¿Y saben qué? No insistan. Porque ni por asomo sabremos cómo fue ser Maradona un solo minuto. Jamás. Cargar con esa estrella y a la vez con esa cruz son sensaciones que con él se fueron en este absurdo 25 de noviembre de 2020, fecha que se instalará para siempre en la memoria colectiva de los barrios, las ciudades, las provincias, el mundo.

Rebelde, contestatario, fenómeno, contradictorio, malhablado, sensible, punzante, polémico, tribunero, pobre, ostentoso, D10S, generoso, malhumorado, verborrágico, frontal, talentoso, fanfarrón... ¿Habrá más adjetivos que le quepan a la última leyenda argentina? Seguro que sí. Pero desde hoy cada uno de nosotros elegirá cuáles recordar cada vez que surja su nombre.

Aunque absolutamente imperfecto como cada uno de los que habitamos esta tierra, yo me quedo con la emoción y la alegría que generó en todo un país desde el más profundo y sucio barro de Fiorito. Y los que supimos quererlo a pesar de aquellas cosas que ni a él enorgullecían hoy lo lloramos, lagrimeándolo así como a un familiar que dice adiós.

Disculpen ustedes si mis palabras resultan un tanto osadas, de verdad sepan disculpar. Es un momento extrañísimo. Mis primeros recuerdos futboleros son con Maradona ahí, en la tele, y la redonda en su zurda. Crecí viéndolo, sufriéndolo, adorándolo, puteándolo, separándome de él, volviéndolo a encontrar. Le escribí. Canté el tango “El sueño del pibe” con él en innumerables ocasiones. Y hoy, casi 38 años después, escribo una columna sobre Diego pero porque se murió. Y no lo puedo creer. Les juro que hay algo dentro de mí que no acepta la noticia. Falleció una buena parte de mi infancia, de mi adolescencia. Se me fue una concepción del arte extremo de la línea de cal para adentro.

Se me fue el pibito de 16 años sin un mango partido por la mitad que soñaba con vivir de jugar a la pelota. El que destrozó las retinas de todo aquel que estuvo en el debut en Argentinos Juniors. Se me fue el fantástico y el repudiable. Partió esa parte de mí que vio cómo con un tiro libre al ángulo encerraba en el baúl de los malos recuerdos las necesidades alimenticias de su familia. Yo me quedo con ese Maradona, con el que llevó sonrisas a los pobres en tiempos bravos desde todo punto de vista político y social. Perdónenme, pero me voy a quedar con ese Maradona.

Con el del Mundial 1986, con el de Italia 90′. Con el adolescente que les daba dinero a sus hermanas para que pudieran salir los fines de semana. Con el hijo de Doña Tota y Don Diego. Me voy a quedar con el Maradona bueno y generoso que nunca dejó de levantar la bandera de los humildes. El que sorprendió con casas y autos a sus amigos y a los familiares de sus amigos. Díganme quiénes, cuántos en sus exitosas vidas de oficinistas lograron por sus familias y sus seres queridos lo que consiguió Maradona por los suyos.

Nadie en su sano juicio podrá decir que su vida privada fue la ideal, la perfecta, la que te hubiesen deseado papá y mamá. Una vida privada que desde hace 46 años fue rotundamente pública. Pero sí estamos en condiciones de asegurar que se nos fue el emblema más grande en la historia de la Selección Argentina. Un mito. El dueño de la 10. Una figura popular tan enorme que no sabría cómo dimensionarla. Una bandera. Una voz. Un rostro. Un tipo común e inalcanzable. Eterno e imprescindible.

Entonces, dentro de un tiempo cuando este tsunami haya pasado y tengamos que contarles a los más pequeños quién fue Diego Armando Maradona, digámosle la verdad: fue nada menos que el más argentino de todos los argentinos. Seamos justos y contemos la historia completa. Hablemos de sus ignorancias al ritmo de sus genialidades. Y sobre todas las cosas expliquemos por qué siempre lo vamos a querer tanto. En mi caso, la explicación será breve y simple: porque aquel que emociona nunca se olvida.

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