Que haya elegido Mendoza como su lugar del mundo nos da orgullo a los futboleros de esta tierra. Leopoldo Jacinto Luque fue un símbolo para todos lo disfrutaron en el Mundial 78, o en River, o en el antiguo Nacional B. Y para los que lo conocimos tras su retiro como futbolista, luego entrenador, y oímos hablar de él, fue casi de irreal saber que el motivo por el cual se quedó, fue por amor.
Preguntarse ¿por qué Mendoza? no sólo nos traslada al deporte. Como todos ya saben, él nació en Santa Fe, pero por más de 30 años vivió en esta provincia cuyana. Acá, al pie de la cordillera, donde llegó para dirigir como entrenador del Deportivo Maipú, se embelesó con el Atlético Argentino años después de pasar como técnico de Independiente Rivadavia (en supla con Darío Felman), Huracán Las Heras y el Cicles Club Lavalle. También fue parte de la escuelita de futbol de la provincia junto a Felman y Mario Kempes. Pero esto no fue otra cosa que el sostén o justificación para enraizarse. Porque la verdadera razón, fue su amor a la gente y sobre todo, por la mujer que lo acompañó hasta el último suspiro, Claudia López.
Leo nació en Santa Fe, el 3 de mayo de 1949, se formó en las inferiores de Unión de Santa Fe, muy a pesar del deseo de su padre de que heredada su gran pasión, el ciclismo.
Convirtiéndose en un artillero eficaz, debutó en Rosario Central en 1972 a donde había ido a préstamo. Posteriormente, regresó a su cuna, al club Tatengue donde comenzó a visibilizarse su don a lo grande.
Después, River lo adquirió y fue su puerta a la Selección Argentina, en donde se coronó en 1978, en medio de una dictadura sin precedente. Pues él fue uno de los orgullos nacionales que por minutos hizo escapar a toda una sociedad de las aberraciones de la época. Nos dio cuatro goles para gritar.
En 1980, dejó de jugar en los grandes equipos de AFA, y en 1985 conoció Mendoza. Lo hizo como entrenador del Cruzado, y el bichito le comenzó a picar.
El autor del golazo a Francia en el Mundial y de la victoria contra los holandeses, hizo un intento por ascender de categoría, cuando Maipú militaba en el Nacional B.
Para entonces Luque ya sabía que Mendoza era su lugar. Recorrió clubes, pero ninguno significó lo que fue el Atlético Argentino. Lo dirigió poco tiempo aunque le bastó para encariñarse con la gente y sentirse identificado con el club y el público de San José. Un problema cardiaco lo obligó apartarse de la conducción, siendo reemplazado luego por Gustavo Orellano.
Pese a esto, quienes lo conocieron más profundamente, y más allá de seguir siendo reconocido como entrenador del Boli, supo ser parte de una comunidad con la que disfrutó algunos partiditos de papi fútbol, que se agendaba para no extrañar sus viejas andanzas como goleador.
Sus últimos años fueron de felicidad, junto a su mujer y su familia, que lo acompañaron, apoyaron y contuvieron hasta que se fue, dejándonos con los más lindos recuerdos.
Ahora está allá arriba. Quién sabe si recibiendo algún pase de Maradona. Lo que es seguro es que, a un costado de aquella cancha, está su hermano Oscar, quien en el histórico mundial nunca llegó a la cancha para verlo jugar. Un accidente automovilístico cuando iba a Buenos Aires le impidió alentarlo desde las gradas en el duelo contra Francia.
Hoy, sin dudas, habrá un reencuentro. Será un deseo cumplido.