El título en Qatar fue un bálsamo en medio de una crítica situación del país. Los de Boca y River se volvieron a fundir en un abrazo sin importar distinción de colores. Lo mismo aquellos que no comulgan con la misma ideología política. Sin embargo, hay quienes lo celebraron más que otros. En lo personal, se dio lo que el fútbol le debía a Messi. Ese artista futbolístico que no deja de maravillar, pero que al igual que todo el plantel, mereció un mejor trato por parte de la dirigencia.
Que se festejara el título ante Curazao y Panamá, por ejemplo, dejó un sabor agridulce en los integrantes del seleccionado y, si se quiere, a raíz de ello, nace este ambiente de incertidumbre de saber qué ocurrirá con Lionel Scaloni en el corto plazo. Porque el DT pidió siempre rivales de fuste para mantener la competitividad del equipo, para que su filosofía futbolística pueda seguir creciendo ante equipos que buscan un horizonte similar y no frente a selecciones que son invitadas a una fiesta como si se tratara de actores de reparto. De tal modo, pienso en lo diferente que hubiese sido que el colectivo que trasladaba al equipo el día después del arribo a nuestro país no quedara varado en medio de la multitud que les agradecía tremenda hazaña. Y es en este punto donde la responsabilidad pasa toda por la dirigencia.
Se sabe que los argentinos somos eufóricos cuando se trata de alguna celebración y en tal sentido ver que el plantel debió regresar en helicópteros hacia el Predio de Ezeiza no hizo otra cosa que demostrar la desorganización total que una comisión directiva muestra constantemente. Las imágenes que recorrieron el mundo dejaron también explícito lo que a nivel decisiones políticas se vivía en esos tiempos. Tanto el Gobierno como Claudio Tapia y compañía debieron haber pensado en otro tipo de recibimiento, que el “callejón” de los campeones tuviera camino liberado para que transitaran libremente sin correr ningún tipo de peligro. Y lo hubo, en todo momento, porque gente que se tiraba de puentes pudieron haber terminado más lastimadas de lo que se dio, y en el mismo grado de peligrosidad, golpear a alguno de los jugadores. Fue un verdadero bochorno. De esos de los que se cuesta volver, pero que en el fútbol nuestro de cada día parecen ser moneda corriente.
Uno cuando mira festejos en otras partes del mundo, muchas veces queda maravillado por las formas. Salvo excepciones, todo se hace bajo un clima de festividad total y, por lo general, suelen ser los propios hinchas quienes después se encargan de que todo quede en orden. Pero claro, ahí entramos en otro terreno que forma parte de la cultura de cada país y en un aspecto donde los argentinos demostramos una vez más que Argentina está, también en una situación difícil, por sus propios habitantes. Es que regresando al tema celebración, no se colaboró demasiado para que la batea del campeón del Mundo pudiera recorrer el centro de la Capital Federal sin ningún tipo de obstáculos. Y fue responsabilidad única de Tapia y de los entes gubernamentales que debieron brindar una mejor seguridad.
Pero no se puede esperar mucho más. El objetivo estaba cumplido. Para algunos, las fotos con la antigua Jules Rimet, tapa cualquier cosa. Para otros es mostrar al resto del planeta lo que verdaderamente somos como país. Prueba de ello, sin la explicación de los propios protagonistas, resulte que el plantel de Lionel Scaloni decidiera no asistir a la Casa Rosada para celebrar desde sus balcones, con los fieles seguidores, como pasó en otras consagraciones. Reitero, fue una vergüenza lo que sucedió. Por suerte, no hubo que lamentar alguna pérdida fatal.
Todo forma parte de situaciones que deben mejorarse a futuro, pero son los dirigentes y quienes toman decisiones en el ámbito de la política los que deben responder por el bienestar general. Desde la AFA, hay determinaciones difíciles de creer y soportar. Cambios de reglamentos en medio de una competencia, ascensos para llegar a un número par de un campeonato, descensos que se anulan para el beneficio de algunos, cosas que resultan inexplicables pero que en otro momento son resueltas a favor luego de levantar la mano en alguna votación.
En fin, así estamos en lo futbolístico, claro está, exceptuando a estos chicos que nos dieron la tercera estrella y quienes merecían ser enaltecidos de otra manera, de que pudieran celebrar paseándose saludando a todo un pueblo, o a los más de 5.000.000 que coparon el recorrido, que los estaban esperando y, al mismo tiempo, representando a otros tantos millones que celebraban a la distancia.