Lo de RasenBallsport Leipzig no es casualidad. El flamante semifinalista de la UEFA Champions League, que eliminó a Atlético de Madrid tras ganarle 2-1 en Lisboa, es el fruto de una descomunal inversión de la marca de bebidas energizantes RedBull, que busca construir su propio imperio dentro del deporte y, lógicamente, genera odios a gran escala de parte de los más tradicionalistas.
La gigante empresa austríaca, que también posee dos equipos de Fórmula 1 y otros tres de fútbol (Salzburgo, Nueva York y Bragantino), decidió comprar una plaza para intentar llegar a la Bundesliga en 2006 por recomendación de Franz Beckenbauer, amigo del accionista mayoritario Dietrich Mateschitz.
Después de intentos fallidos que incluyeron a instituciones con mucha historia como St. Pauli, 1860 Munich y Fortuna Düsseldorf (en todas hubo una fuertísima oposición de socios y fanáticos), Spiel-und Sportverein Markranstädt resultó ser el indicado en 2009. A 13 kilómetros de Leipzig, por cerca de €350.000, vendió su espacio y sus bases para participar de las categorías regionales.
Gracias a contrataciones de nivel superior para el desafío que imponían los torneos del ascenso profundo germano (dos de ellos fueron el danés Yussuf Poulsen y el sueco Emil Forsberg, todavía en el plantel) todo fue un camino de rosas para desembarcar en 2016 en la Bundesliga, donde además le crecieron los ingresos por derechos televisivos. Un plan perfecto.
Desde su estadía en la máxima división logró un subcampeonato en el estreno, un sexto lugar y dos terceros consecutivos en los últimos dos períodos. A su vez, de 2017 en adelante, siempre estuvo en las copas europeas y tocó la cumbre en esta Champions.
De la mano del joven Julian Nagelsmann (33), apodado el ‘mini Mourinho’, ganó el grupo que compartió con Benfica, Olympique de Lyon y Zenit, eliminó al subcampeón vigente Tottenham y ahora se cargó a un peso pesado como Atlético. Pero claro que todo este éxito en apenas una década no dejó de despertar rencores.
Los fanáticos rivales, especialmente en su país, hacen fila para pegarle cachetazos por contribuir con un fútbol completamente mercantilista, apoyado en el dinero y mucho más comprador que formador de talento, fuera del modelo de los clubes tradicionales. Sus visitas al Red Bull Arena, que fue sede de la Copa del Mundo de 2006, no suelen ser muy amigables.
Incluso han pedido que se les quite la licencia con la campaña ‘Nein zu RB’ (“No al RB”) o se han vestido de luto, como lo hicieron en las tribunas del Union Berlín. No tuvieron éxito, lo que sí llegó en la otra vereda, donde el martes buscarán ser finalistas europeos ante otro proyecto netamente basado en los billetes: el de París Saint-Germain.