El Mundial de Brasil 2014 lo viví de una manera especial.
Desde lo profesional, me quedé afuera de viajar para cubrirlo por muy poco, y desde lo personal hacía poco que comenzaba la aventura de la convivencia con mi novia.
En ese momento ella no sabía cómo era mi comportamiento en los mundiales. Desde que empecé a tomarme los mundiales más en serio (desde Italia hasta Rusia), las cábalas fueron mis grandes compañeras y no las rompía por nada del mundo.
Por eso, mientras ella se tomaba los partidos de una manera más relajada, para mí eran un martirio.
Para el primer match ante Bosnia y Herzegovina hizo una movida especial con picada y cerveza para mí y gaseosa sin azúcar para ella, pero ese primer partido me revolvía las tripas así que no comí nada de lo que trajo hasta que el árbitro decretó el final.
En ese primer encuentro hice un estudio detallado de las transmisiones de televisión y como no me conformaba ninguna decidí escucharlo por radio y poner el TV en mute.
Cuando mi novia llegó al departamento con toda su ilusión de disfrutar y compartir el partido con su novio, se encontró con ésta imagen: un pibe con la camiseta de la Selección tapando su cabeza, con auriculares en el teléfono y con la tele sin volumen. Si no se arrepintió en ese momento de vivir con ese retrógrado, es que había amor de verdad.
Llegó el ajustado 2-1 con goles de un serbio en contra y de Lionel Messi. Todo hacía pensar que ese podía ser el Mundial de La “Pulga” y eso me alentó para seguir manteniendo mi cábala para el próximo partido.
Ya en la segunda fecha ante Irán la historia se repitió, pero todo indicaba que la cábala iba a cambiar porque no podíamos ganarle a este débil equipo… hasta que el 10 hizo su magia y ganamos el partido que nos depositó en los octavos de final… la “costumbre” (como decía el Doctor Bilardo) de mirar el partido en el departamento, con mi novia al lado, con la camiseta en la cabeza, escuchando la radio y con el televisor en mute, seguía en pie.
La historia fue similar en el tercer partido ante Nigeria, pero con un poco más de relajación… pero no se podía regalar nada. Y Messi seguía alimentando la ilusión, ya que ante los africanos metió un doblete y así sumaba 4 goles en 3 partidos.
Llegaron los octavos de final y no se podían cometer errores. Por eso la agenda de ambos quedó armada para estar en el departamento a la hora del partido para que la cábala siga siendo efectiva… y lo fue, porque a dos minutos de ir a los penales con Suiza, Messi arrancó desde la mitad de la cancha, de izquierda a derecha, y antes de entrar al área le dejó la pelota servida para que Di María nos meta en cuartos de final.
Abro paréntesis para pedirle disculpas públicas a mi novia, quien se bancó que grite antes los goles porque la radio iba unos segundos adelantados de la tele.
En los Cuartos de final contra la incipiente “Generación Dorada de Bélgica” con Hazard, Lukaku, De Bruyne y Courtois nada cambió: departamento + novia al lado + camiseta en la cabeza + radio + televisor en mute= triunfo 1-0 gracias al gol del “Pipa” Higuaín.
Ya la cosa estaba seria. Hacía 24 años que no llegábamos a semifinales de un Mundial y por eso nada podía salirse de los planes y menos ante una Holanda que tenía intenciones de sacarnos el lugar en la final que tanto habíamos soñado desde 1990.
Una vez más la fórmula departamento + novia al lado + camiseta en la cabeza + radio + televisor en mute estaba armada. La fe en mi cábala era tan grande que me autoagradecí cuando Javier Mascherano le tapó el disparo a Robben en el final del partido.
Después llegaron los penales, “Chiquito” Romero se transformó en héroe como se lo anticipó Masche atajando dos de los cuatro disparos, Maxi Rodríguez volvió a demostrar que es un jugador con ADN de Selección y la locura se desató en ese departamento.
Recuerdo que después de ese partido festejé como loco, besé a mi novia como nunca, agarré el auto y salí emocionado para el diario y en el camino escuché la repetición del relato de Alejandro Fantino y la referencia al “Topo” López, quien había fallecido en la previa al partido en un accidente de tránsito, cuando unos delincuentes se escapaban de la policía y chocaron con el taxi que trasladaba al periodista de Radio La Red.
El “volaste vos, Topo López, volaste vos”, no me lo olvido más. La voz quebrada de Gustavo López diciendo “estamos contentos, pero acá nos falta uno. Llegamos hasta acá como pudimos”, hizo que las lágrimas salieran como un río en pleno deshielo… hasta que llegué al diario a trabajar.
Cuando estaba entrando a mi trabajo sólo me decía: “Mi plan está funcionando, las costumbres están dando resultados y después de muchos años mi país va a jugar la final del Mundial”… y nada menos que en Brasil y ante una Alemania que le metió 7 a los brasucas en la otra semifinal en el Mineirao.
Interiormente buscaba pretextos para decir que el 13 de julio no podía ir a trabajar hasta después del partido… pero el destino metió la cola.
Desde el 15 de junio hasta el 12 de julio pude gambetear la responsabilidad de ir a trabajar durante los partidos del Mundial. Iba antes o después, pero nunca durante por que mi cábala nos había depositado en la final contra Alemania.
Departamento + novia al lado + camiseta en la cabeza + radio + televisor en mute… esa era mi obra maestra, pero llegó el llamado del profesionalismo: “tenés que venir a trabajar durante la final porque vamos a hacer una súper cobertura”... y todo parecía derrumbarse.
¿Y qué iba a decir? “¿No, porque tengo una cábala y si no la cumplo no vamos a ser campeones del mundo?”. Decir eso y decir “renuncio” era lo mismo, así que tuve que ir a trabajar.
ese domingo 13 de julio llegué al diario y sólo me repetía: “no estoy en mi departamento, no tengo a mi novia al lado, no tengo la camiseta en la cabeza, estoy escuchando el partido por radio, pero el televisor no está en mute”. Es que mi cábala no era apta para compartir con mucha gente.
Cuando parecía que nos íbamos a los penales contra los alemanes entró el cachetón Gotze y nos clavó en tiempo suplementario.
Me derrumbé, lloré como pocas veces y en lo único que podía pensar es que esa final la perdimos por mi culpa, por no tener los huevos para decir que no iba a trabajar y que me quedaba en mi casa a repetir mi cábala: departamento + novia al lado + camiseta en la cabeza + radio + televisor en mute.