Para leer esta columna de opinión es fundamental contar con un requisito: hay que hacerlo sin camiseta. Sáquese la que tenga puesta, sea del equipo que sea. Yo ya me quité la mía. Pongámonos una remera de algunas vacaciones o si prefieren, una camisa. Hay que despojarse de fanatismos a la hora de hablar de los más grandes. ¿Estamos listos? Ok, vamos entonces.
Los amantes del fútbol lo sabemos muy bien: no hubo otro como él desde que decidió colgar los botines. El puesto de enganche tocó su punto más espectacular con este señor en cancha. Brilló a más no poder, incluso en las derrotas. Cuando se retiró, no apareció un jugador con sus características. Ni por asomo. Único, más allá de las camisetas. No interesa hoy ser hincha de tal o cual equipo cuando se trata de rendir homenaje a uno de los más grandes del fútbol argentino: Juan Román Riquelme.
En “el patio de su casa”, como le dice él a La Bombonera, el talentoso ex volante creativo le da un cierre a toda orquesta a su excelente carrera profesional, que incluyó títulos nacionales e internacionales con Boca Juniors, más sus inolvidables participaciones en la Selección Argentina, tanto en Copa América como Eliminatorias y el Mundial 2006. Todo eso lo convirtió en patrimonio del deporte mundial. Así de simple. Y un par de decenas de excompañeros y amigos se lo recordarán a cancha llena.
Desde muy pibe y tras ganar notoriedad en las juveniles de Argentinos Juniors, Juan Román Riquelme llegó a Boca y transformó una manera de ver el fútbol en el club. El Xeneize, eterno promotor de la lucha, garra y “huevo” dentro del campo de juego, ahora tenía en Riquelme a un artista como pocos. Un jugador con ojos en la espalda que podía meter pases de gol increíbles, impensados. Un pateador de tiros libres que lograba poner de pie a todo un estadio en esos segundos previos al silbatazo. Un futbolista que amaba a la pelota y así la trataba en cada creación de gol.
Dueño de una cintura destacada, la visión de juego periférica de Román sorprendió y maravilló a todos, no solo a los hinchas de Boca.
No pocas veces se llevó el aplauso de la hinchada rival al finalizar un partido, en tiempos de visitantes en los estadios argentinos. ¿Cuántos deportistas lograron eso? Solo un puñado.
Me animo a decir que Juan Román Riquelme fue el último 10 del fútbol argentino. Le puso un candado a la función de enganche. O tal vez ese candado lo trajo el avance del fútbol; más metódico, físico, estructurado y con escaso margen para los líricos.
Como Román no hubo otro. No lo hay por estos días, así busque y busque en todas las categorías del balompié nacional. Su estilo de jugar a la pelota lo llevó a la cima y qué pena que los años pasen sin poder hacer algo al respecto. Qué pena la adultez, el cuerpo cansado, el dolor de las articulaciones, el oxígeno que ya no es el mismo, el tránsito de la vida que a todo tiene que ponerle un punto final.
Ojalá Riquelme jugara para siempre. Con Messi, Maradona, Ortega y Aimar, exponentes absolutos a la hora de crear un sueño de gol y erizar pieles al por mayor. Porque características distintivas tienen muchos. Ahora mismo hay volantes-delanteros que triunfan en el mundo, pero... ¿Con la sensibilidad que lo hacía Riquelme? No.
Ojalá pudiera Román volver el tiempo atrás y acomodar las cosas que hoy no están bien. Qué tanta fricción, qué tanta patada. Qué tanto 4-4-2, 4-3-3 y tanto “número de teléfono” como dice el maestro César Luis Menotti. Qué tanto VAR. Maldita especulación. Que vuelvan los Riquelme para deleitar a la hinchada con una asistencia, una pisadita, un caño, una pausa, un tiro libre al ángulo.
Como hincha del fútbol y defensor de los que siempre intentan jugar bien, te digo gracias. Te disfruté, te sufrí, te aplaudí y alguna vez, a través del televisor, te puteé. Gracias por hacer digno el puesto de creador de sueños de gol. Casi como quien espera que el paso del tiempo sea reversible, como quien aguarda que la nostalgia pueda clonarse en el futuro inmediato, sigo rezando para que aparezca otro como vos. Gracias, Román, qué pedazo de jugador fuiste.