Nueve amarillas en 90 minutos; seis expulsados en un escandaloso final que poco pareció tener que ver con un Superclásico de vuelo bajo y con pocas ideas. Darío Herrera volvió a poner el foco de la discusión posdomingo en el VAR, su utilización y el criterio de los árbitros a la hora de tomar decisiones. Muy lejos de lo que uno podía presagiar cuando la tecnología arribó, vendiendo espejitos de colores y “chucherías” de escaso valor.
El VAR a esta altura parece encerrado en su laberinto. Como el majestuoso libro de Alejandro Dolina, el Bar del Infierno, su destino parece extraviarse en encrucijadas. Fecha a fecha, las decisiones terminan desnudando que la tecnología no llegó para aportar claridad, sino un marco de legalidad a las múltiples falencias que muestra hoy el arbitraje argentino.
Fecha a fecha, los árbitros se ven “obligados” a tomar decisiones en las que, muchas veces, no creen. Acaso ni siquiera ven. Todo bajo una idea que ya les ronda: son actores principales de una trama de la que no pueden salir. El VAR, como un agujero negro, parece atrapar no solo las emociones del juego en sí, sino también el sentido común; curiosamente el más común de todos los sentidos.
Si el duelo entre Boca y River terminó en escándalo, fue por una falta tan imperceptible como torpe. Alcanzó que Palavecino celebrara la conquista millonaria de cara a la defensa xeneize para que encendiera la flama de una barbarie pocas veces vista en la historia del duelo más apasionante del fútbol local.
El penal sancionado a Sandez por una falta sobre Solari no pareció. En las repeticiones posteriores, se aprecia un roce mínimo que no alcanza para su sanción. Y aunque Herrera nunca concurrió al monitor para comprobar si lo sancionado era correcto, queda de manifiesto que desde Ezeiza le dieron la derecha al juez principal para sostener la decisión.
A lo largo de los 90 minutos, apurado en sus sanciones, intentó manejar el partido en el complemento, cuando varios pasaron el límite del reglamento en la disputa del balón. Casco, Varela, Medina y Enzo Díaz, por caso, merecieron no completar el encuentro en el campo de juego. Y aunque es cierto que desde la cabina no se puede llamar al colegiado principal por una tarjeta amarilla, si los errores se repiten, y más si significan una sanción que puede torcer el rumbo del encuentro, el VAR bien podría utilizarse para proporcionar información.
Después, y siempre teniendo en cuenta que la diferencia final llegó desde un penal polémico, River hizo más en el primer tiempo. Aunque comenzó incómodo ante el cerco defensivo que le propuso Boca, fue aceitando movimientos y mostró algo de todo lo bueno que viene exhibiendo desde la llegada de Demichelis: toque, circulación y ataques al espacio. ¿El Xeneize? No consiguió imponer condiciones ante la presión rival, casi nunca llegó a conectar líneas y apenas mostró algunas certezas en el amanecer del complemento. Antes y después lució falto de ideas y se fue aferrando al punto con mucho fervor e ímpetu.
Mientras, al decir de Dolina, los árbitros son personajes de esta historia, involucrados en una trama que los muestra, una y otra vez, atrapados en el VAR para siempre.