De los partidos más emotivos, agotadores e impactantes que los argentinos hemos vivido en los últimos tiempos. La Selección Argentina y Países Bajos protagonizaron un mata-mata que irá derecho a los libros del Mundial Qatar 2022. Durísimo, cambiante y desconcertante encuentro de cuartos de final. Con un final no apto para todos aquellos que sufren del corazón. El aguante, con el pitazo final, se tradujo en una inmensa alegría para Argentina. La tristeza, toda neerlandesa.
Claro que la primera parte fue más de estudio que de juego por parte de ambos. Muy parejo. Como ocurre en una instancia eliminatoria de Copa del Mundo, el objetivo fue equivocarse lo menos posible para no darle al rival una chance concreta de gol. Y por ese camino transitó el desarrollo del juego con los minutos iniciales, más pensado que disputado, más ligado al ajedrez que al vértigo.
Hasta que apareció Lionel Messi y su talento indescriptible, otra vez, para filtrar un pase perfecto hacia la carrera de Nahuel Molina. Sí, el lateral derecho sorprendió a propios y extraños para ingresar al área como un 9 y definir por debajo del buen arquero Noppert. Rompimiento del cero y festejo argentino en todas y cada una de las provincias. Luego, sufrir, aguantar y volver a sufrir ante cada embate naranja.
Y qué nervios, por el amor de Dios. Lo que produce a nivel físico y mental seguir a la Selección Argentina en un Mundial es, para el futbolero, realmente desgastante. Se disfruta poco y nada, se padece mucho, minuto a minuto. Así y todo, para nosotros la ilusión siempre permanecerá intacta.
Los periodistas no acostumbramos a escribir sobre cosas del entretiempo, si total para qué. Pero esta vez sí se hablará de lo que pasa o podría pasar en esos 15 minutos de parate. Es que, con total seguridad, el descanso le sirvió al DT Lionel Scaloni para reacomodar las piezas, revisar la estrategia y ajustar la táctica en el marco de esa ventaja mínima conseguida en el primer tiempo. Todo de cara a un segundo tiempo que se presumía muy, pero muy bravo. Y así fue nomás: bravísimo.
La “vieja” Holanda salió a jugar el complemento con sus líneas adelantadas y con la intención de agarrar del cuello a la albiceleste. Lo logró de a ratos, pero de todos modos La Scaloneta se plantó firme y supo esperar. Atentos, enfocados y listos para salir verticales, los argentinos generaron varias chances que nos fueron levantando de la silla. De Paul, hasta el reemplazo, partidazo. Messi, mágico con sus destellos. Julián Álvarez y su esfuerzo constante, con y sin pelota.
La segunda explosión en las casas, departamentos, bares y restaurantes llegó de la mano del mejor jugador del mundo. Sí, Lionel Andrés Messi, quien cambió tiro penal por gol para poner el 2-0. Gol de la leyenda para llegar a 10 tantos en Mundiales e igualar así a Gabriel Batistuta como máximo artillero argentino en Copas del Mundo.
Párrafo aparte para Marcos Acuña, quien por izquierda había comandado el ataque para producir el penal con toda la picardía del potrero neuquino que lo vio crecer. Excelente partido del “Huevo”, aunque lamentablemente se perderá semifinales por acumulación de tarjetas amarillas.
Encima, Países Bajos lograba el descuento a falta a ocho minutos del pitazo final, o al menos de los 90 reglamentarios. El certero cabezazo de Weghorst venció la resistencia del Dibu Martínez (recuerden este nombre) y le imprimió al partido una buena cuota de incertidumbre: 2-1 y más angustia a la que ya traíamos.
Las pulsaciones con las acciones del fin del juego, a mil. Tal vez a diez mil, quién sabe. Una vez más, Argentina sufrió el epílogo de un mano a mano mundialista de colección. Qué sufrimiento, a pesar de ir arriba por un gol, qué manera de “parir” cada avance holandés.
Si todo lo anterior sonó denso, intenso e insoportable, tenemos que agregarle el empate al que llegaron los europeos. Weghorst, qué apellido que cuesta escribir en todo sentido, definió en el área chica una jugada preparada de tiro libre y estampó el 2-2 en el minuto 101, literal. Increíble. De ganar por dos goles a esta paridad que cayó como un baldazo de agua congelada en todos los corazones nuestros.
El destino, este amor por el fútbol y el coraje de no rendirse jamás nos llevaron al alargue. Los dos tiempos de 15 minutos más eternos e insufribles en Doha. Todo de Argentina, que se las arregló para ir hacia adelante con más temple que piernas. Dos oportunidades de Enzo Fernández, una de Lautaro Martínez, otra de Messi. Todas, por muy poco, afuera. Una cosa de locos. Y a los fatídicos penales...
Con absoluta creencia futbolera a flor de piel, vamos a poner acá que el mismísimo Diego Armando Maradona se metió en la cancha para darle tranquilidad y un abrazo de gol a cada uno de los jugadores involucrados desde los doce pasos. Dibu, gigante. Lautaro, clave. Cuatro a tres ¡y a semifinales! Vamos Argentina, que con la emoción por las nubes ya pensamos en la difícil Croacia. Ya estamos dentro del póker de los mejores del planeta. Se sufrió, pero cómo se disfruta.