El rincón de los recuerdos: el “Palomo” Usuriaga, el colombiano que enamoró a Independiente y tuvo un final trágico

Hoy, se cumplen 17 años del asesinato de Albeiro Usuriaga, el delantero que deslumbró en Independiente a mediados de los ’90.

El rincón de los recuerdos: el “Palomo” Usuriaga, el colombiano que enamoró a Independiente y tuvo un final trágico
El Palomo Usuriaga, ídolo eterno de Independiente de Avellaneda. / Gentileza.

Independiente nunca volvió a tener un jugador tan carismático. Cada vez que el Palomo Usuriaga pisaba la Doble Visera generaba un encantamiento que ni siquiera el Kun Agüero logró provocar diez años después. El colombiano emanaba una magia irresistible. Más allá de su talento como jugador, imponía su presencia.

Este jueves se cumplen 17 años del día que lo asesinaron en el barrio 12 de Octubre, en Cali, su lugar en el mundo. Asesinato que tuvo el sello de un ajuste de cuentas mafioso: el Palomo estaba en un bar jugando a las cartas con unos amigos, un sicario bajó de una moto y le disparó hasta que quedó tirado en el suelo sin vida. Tenía 37 años y tres días después se iba a incorporar a un equipo en China para disfrutar de su última experiencia futbolística.

Usuriaga logró ser ídolo en un Independiente repleto de ídolos. Llegó en marzo del ’94 para sumarse a un equipo con grandes jugadores: Daniel Garnero, Gustavo López, Sebastián Rambert, Luis Islas. Y le bastó un par de partidos para enamorar a los hinchas.

En Youtube hay retazos de lo que fue como jugador. Solo es cuestión de buscar y poner play. Ahí está el Palomo, que se bambolea, engancha para allá y para acá, parece que pierde la pelota pero sigue y define al otro palo. Ahí aparece en una corrida larga, con tranco de gacela, para humillar al defensor. Ahí se lo ve buscando los espacios, metiendo diagonales para entrar al área y pensar, ahí donde pocos piensan.

Un año después de haber llegado a Independiente, Usuriaga ya había ganado tres títulos: el Clausura, la Supercopa y la Recopa. Ese 1994 del Palomo fue vertiginoso: los goles, la gloria, la idolatría. Y el festejo que patentó como una marca propia: la corrida al córner, el índice al cielo y la sonrisa blanca.

Después de ese año glorioso todo fue cuesta abajo. En el ’96 dio positivo de cocaína en un control antidóping y lo suspendieron por dos años. A partir de ahí el vuelo del Palomo empezó a ser más corto.

Se fue a jugar a Colombia hasta que en el ’99 regresó al país y firmó para General Paz Juniors, un modesto club de Córdoba que jugaba en el Argentino A. Cuando llegó tuvo una sola exigencia: los botines debían ser rojos. En su ciclo cordobés logró el ascenso a la B Nacional, en una final contra Douglas Haig que terminó a las piñas. Allá también lo aman.

Pasaron 17 años del asesinato del Palomo y 24 de su último paso por Independiente. En el Rojo es uno de esos jugadores inolvidables. Un tipo que vivió como un eterno adolescente y que, como muchos artistas, tuvo un final trágico.

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