“Lo conocí un 13 de abril de 1989, cuando entré por primera vez al Mocoroa Boxing Club, con apenas 13 años. Don Paco Bermúdez le dijo: ‘genio, atienda a este niño’. Así comenzamos una relación entrañable con el Gordo; de padre e hijo”, cuenta con una sonrisa Pablo Chacón, ganador de la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 y del título mundial de los plumas de la OMB en 2001. La anécdota no hace más que ubicar en un contexto al gran protagonista de esta nota: Ricardo Bracamonte.
Un gimnasio, guantes de boxeo, un ring y un cinturón de campeón son símbolos visibles del legado que dejó Don Braca, fallecido el 17 de setiembre de 2016. Desde aquel día, el “Gordo”, como lo conocían los más íntimos, pasó a formar de la historia y de la mística del pugilismo mendocino. Fue, sin dudas, uno de los entrenadores más querido y respetado del ambiente boxístico provincial en las últimas décadas.
Bracamonte había nacido un 6 de octubre de 1946, en Las Heras, y su paso por el deporte de los puños como púgil fue de forma amateur. Su reconocimiento llegaría muchos años después, cuando fue ayudante del emblemático Francisco Bermúdez en el mítico gimnasio Mocoroa Boxing Club, ubicado en calles Estrada y 9 de Julio, en Ciudad. Allí fue aprendiendo el trabajo de entrenador junto al “Relámpago” Chacón, con quien supo pasear una ilusión deportiva a bordo de un Torino azul, de su propiedad, por toda la provincia.
Era de perfil bajo, de carácter apacible y de un humor muy particular. Quienes no lo conocían profundamente nunca sabían si estaba bromeando o no. Pese a no ser de muchas palabras, se hizo notar en las grandes gestas del boxeo mendocino, acompañando el crecimiento de tantos y buenos boxeadores locales.
Su obra más importante, sin dudas, es la que construyó en la figura de Pablo Chacón. Sin embargo, también supo guiar los pasos hacia las consagraciones mundiales de Juan Carlos “Cotón” Reveco, excampeón del mundo minimosca de la AMB en 2007; y Jonathan “Yoni” Barros, excampeón mundial de peso pluma de la AMB en 2010. Además, acompañó en sus peleas mundialistas a Javier “Chispita” Chacón y Pablo “Manzanita” Estrella.
El ojo de Don Braca rara vez fallaba. Hace unos años le dijo a Kevin Muñoz, quien recién comenzaba en el deporte de los puños, que llegaría muy lejos y, el año pasado, el lasherino se coronó campeón mundial juvenil.
“El gimnasio y el boxeo eran todo en su vida. Fue un apasionado, un gran tipo y un enorme entrenador”, cuenta con un dejo de nostalgia su hija Natalia, quién de inmediato afirma que no dice esas cosas por la relación que los unía. Sin embargo, lo que Natalia no sabe, es que la aclaración no hace falta. El boxeo mendocino conoció a uno de los hombres más virtuosos y humildes de las últimas décadas.
“Braca son palabas mayores para mí. Lo recuerdo siempre y se extraña mucho. En los últimos tiempos no estuve con él, pero me marcó mucho en mi carrera. Le debo todo: las charlas, sus consejos y lo que enseñaba. Era un gran maestro”, aporta Reveco.
Para muchos era condescendiente con sus boxeadores, pero entre virtudes y errores fue edificando su figura de entrenador. No fue casualidad que estuviera en los rincones de Pablo Chacón, Reveco, Barros, “Chispita” Chacón y Estrella en momentos mundialistas, sumando tres fajas de campeón. No se llega a esos espacios por casualidad.
“Fue muy importante en mi carrera y en mi vida. Estuvimos juntos desde el principio al fin. Era como un padre para mí. Había un amor mutuo. Era un persona con mucha docencia y carisma”, recuerda hoy Pablo Chacón. Y agrega: “Siempre pensaba en positivo. Se lo extraña mucho. Era muchas cosas, pero por sobre todo era una buena persona. No tenía maldad y si mucha lealtad”.
La amistad de Braca con Balbino Soria hizo que muchos de los dirigidos por éste último continuaran bajo la conducción del “Gordo”. De ellos, el más destacado, sin dudas, fue Jonathan Barros.
“Cada vez que pasa algo particular en el gimnasio, lo recuerdo. Me dejó muy marcado. Mendoza es tierra de grandes profesores y boxeadores, pero Braca fue el mejor; me hice con él y con Balbino. Sabía transmitir y generaba mucha confianza. Hablar de él me emociona, lo tengo siempre en mi corazón”, dice, con los ojos empañados, Yoni.
Don Braca tenía buen carácter y siempre estaba buscando la complicidad de algún pupilo para jugarle una broma a algún allegado nuevo al gimnasio. Sin embargo, su sonrisa pícara lo delataba siempre. Era su manera de jugar y entrenar; de transmitir conocimientos y guiar.