El joven Lionel Messi acaparaba la atención del mundo. Con solo 18 años era convocado por José Pekerman para debutar oficialmente con la Selección Argentina, la Mayor. Fue un 17 de agosto de 2005, ante Hungría, en un amistoso que quedará en la historia porque el pequeño rosarino duraría 47 segundos en cancha. El árbitro Markus Merk le mostraría la roja por un codazo a un rival. Era el comienzo extraño de una era única, la de un montón de páginas de un libro que allí comenzaba a escribirse.
A fuerza de goles, títulos con el F.C. Barcelona y Balones de Oro, la “Pulga” fue convirtiéndose de a poco en pieza fundamental de la albiceleste en las diferentes competencias: Copas América, Eliminatorias y Mundiales. El tema es que nunca se le había dado el soñado título, más allá de los récords que las estadísticas guardarían.
Sin la cinta de capitán y con ella, Lionel Andrés Messi había jugado cuatro finales con la Selección Argentina. Derrota ante Brasil en la Copa América 2007, caída frente a Alemania en el Mundial 2014 y dos frustraciones más a través de los tiros penales vs. Chile, en las Copas América 2015 y 2016. Que renuncio, que no, que me quedo, que me voy. A Leo le estallaba la cabeza y la presión casi le gana la pulseada. Pero no. Claro que no.
Envuelto en un mar de críticas despiadadas porque no cantaba el Himno Nacional o porque “camina en las finales”, Messi decidió reiniciar la máquina y volver a intentarlo. El proceso comenzó en 2018 junto con Jorge Sampaoli, quien lo mejor que hizo fue tener a Lionel Scaloni en el cuerpo técnico. Una vez afuera el de Casilda por la eliminación en el Mundial de Rusia, la AFA decidió darle todo el poder técnico y estratégico a Scaloni con el aval de Messi. Una decisión tan jugada como acertada.
Hasta que llegó el día
El tiempo del otro Lionel, el que se pone del lado de afuera de la línea de cal, comenzaba con muchas críticas y programas de TV dedicados a reflejar su inexperiencia. En silencio -y sabiendo que tenía la obligación de sacar campeón a Messi-, Scaloni y su notable cuerpo técnico (Pablo Aimar, Roberto Ayala y Walter Samuel) trabajaron en consecuencia. Y un día lo hicieron realidad, vaya si lo hicieron casi 16 años después del debut de Lionel, el de los goles trascendentales del lado de adentro de la línea blanca.
La Copa América 2021 quedará en la historia como la más importante que logró Argentina, que ya tiene 15 como Uruguay. Y el rótulo le cabe porque fue ante el hasta entonces imbatible Brasil, en el estadio Maracaná y contra todos los pronósticos. Con un Messi que terminó como goleador de la Copa, elegido Mejor Jugador y con el trofeo en alto en una foto que todo el país quería ver.
La nueva versión del rosarino convenció a todos. A sus goles y jugadas de siempre les sumó temperamento, batalla, hartazgo, quite, gritos a rivales y árbitros. Todo un símbolo. El capitán estaba hasta arriba de no ganar y “comer mierda”, como dijo alguna vez Javier Mascherano. Y se le dio a Leo, porque la vida y el fútbol son tan hermosos como impredecibles.
Leo Messi ostenta, además, ser el goleador absoluto de la Selección Argentina con 76 tantos. Es también el que más partidos jugó en la historia: 150.
Con 34 años y el soñado título americano entre sus manos, Leo Messi festejará, llorará otra vez y volverá a festejar para soltar lágrimas luego, una vez más. Y así será por un buen tiempo. Qué merecido lo tiene. Ninguno tanto como él.
Es maravilloso poder escribir que hoy, 11 de julio de 2021, el mejor jugador de todos los tiempos ganó con Argentina la Copa América más importante de la historia. El Maracanazo eterno.
¿Y después qué? Después, a encarar el último baile como Michael Jordan y los Bulls. El otro sueño de Leo, el otro sueño de todos nosotros. Será en Qatar, será en un Mundial y llegaremos como los campeones de América. Soñemos, que no cuesta nada. Soñemos, que de tanto en tanto los sueños se cumplen.