A todo o nada; a mil por hora, como mandaba algún precepto que le fue revelado y que nosotros, los simples mortales, desconocemos. Había que vivir mil vidas en una vida; burlarse de la muerte la mayor cantidad de veces y pisar el césped, aunque un cartel visible dijera que estaba prohibido hacerlo. Así fueron los 60 años de Diego Armando Maradona en la tierra: caóticos y pasionales. Y no seré yo quien se anime a discutirlos.
Desde México ’86 a la fecha, este humilde servidor aprendió a amarlo más allá de sus múltiples incoherencias, de sus contradiciones y de sus enormes defectos. En cada uno de sus retornos (futbolísticos y de los otros), me imaginé mil veces ser él. En el campito de barrio, gambeteando rivales que no se veían pero que estaban ahí para sacarme la pelota; en una entrevista, rodeado de micrófonos, respondiendo con verdades como puños o en andas de un desconocido, abrazando un trofeo que ya nadie podría quitarme.
Alguna vez, Alejandro Dolina, tras conocerse el doping de Diego en el Mundial de 1994, luego de una intensa preparación para volver al fútbol, dijo: “creía yo ver en el regreso de este chico, al que he admirado y querido tanto como jugador de fútbol y también como persona, uno de los contadísimos éxitos que el hombre tiene frente al tiempo, frente a la muerte y frente a la mezquindad. En general, el tiempo siempre vence, la muerte prevalece y la mezquindad triunfa. Y las sencillas virtudes, más tarde o más temprano, suelen quedar sepultadas. Vencedor de su propia equivocación, volvía Diego Maradona”.
Esa frase, 26 años después, aún me sigue rondando: el tiempo nos venció; la mezquindad hizo lo suyo y ya sabemos que la muerte prevaleció. Sin embargo, las sencillas virtudes no quedaron (ni quedarán) sepultadas. A partir de ahora se contará la mejor historia: la del pibe de Fiorito; la del “10” que un día bailó una danza mágica con la pelota pegada a su zurda y un puñado de ingleses corriendo lo inevitable.
Diego fue muchas cosas en mi vida y me delata el póster en la pieza de mi niñez. Sin embargo, hay algo que siempre será, por encima de todo: la esperanza de un pueblo que nunca se cansa de esperar. ¿Qué cosa? Milagros, supongo. Porque; ¿qué otra cosa sabe hacer Maradona?