Pese a alguna turbulencia aislada y normal de un vuelo tan largo (12 horas), el trayecto con destino a la ville lumière (la ciudad de la luz) se desarrolla con total normalidad. Mucho antes de que el avión empiece a carretear, ya hemos entablado una conversación con mis dos compañeros de asiento de la derecha: Fernando y Bautista. Padre e hijo, oriundos de Tigre e hinchas del Rojo de Avellaneda, van detrás del sueño que quedó frustrado en Rusia 2018. Eso sí, en la planificación de su itinerario hay un viaje de placer por Europa. De París volarán a Londres y, luego de tres días en la ciudad de las mil caras, volarán rumbo a Dubai y desde allí viajarán a Doha cada vez que juegue la Selección Argentina. Tienen tickets para toda la primera fase. Y el duelo de octavos tienen previsto verlo en París. Claro que esperan que no sea frente a los franceses, tal como les pasó en 2018 cuando volvían de Moscú.
La comida y la bebida de la aerolínea de bandera francesa es bastante buena, al igual que la atención. Entonces, no queda otra que decir “Merci” (gracias) a cada rato. Es pertinente descansar un rato porque luego nos espera una escala de casi seis horas en el Aeropuerto Charles de Gaulle. En París, un nutrido grupo de argentinos se busca. Gianfranco es un mendocino oriundo de Cruz de Piedra que se acerca a dialogar sobre su historia. Pablo, de Jujuy, y su tocayo Pablo, pero de Chaco, también se conocen recorriendo el aeropuerto antes de embarcar juntos para El Cairo, donde aprovecharán para conocer las pirámides, los museos y luego partir rumbo a Doha. Sucede que la mayoría de los argentinos debió rebuscársela para ahorrar un mango y para ello debieron sumarle escalas al itinerario.
En la sala de embarque con destino a Qatar hay varios argentinos, pero los mexicanos son mayoría. Incluso uno de ellos empieza a “boquear” contra nuestros compatriotas y alguien le para el carro atinadamente antes de que pase a mayores. Y aunque no están muy ilusionados con la actualidad del equipo del “Tata” Martíno, se esperan más de 80 mil mexicanos. Aunque en menor medida, también hay brasileños, ecuatorianos, estadounidenses y canadienses. Los ecuatorianos, a diferencia de los mexicanos, confían en la poderosa juventud de la selección de Gustavo Alfaro, la tercera con menor promedio.
El vuelo que tiene como destino final el aeropuerto internacional El Hamad, se desarrolla con suma tranquilidad. Nos toca viajar con dos mexicanos demasiado “realistas” y sin ninguna expectativa en su selección. La llegada a destino se produce a las 5:45 de la mañana, hora local. La inmensidad del aeropuerto luce decorada por carteles, pantallas LED, luces y una gran cantidad de hinchas de todo el mundo que pasan por migraciones. En la monstruosa fila de ingreso abundan los indios con camisetas albicelestes y amarillas de la Canarinha, también hay una gran cantidad de oriundos de Bangladesh, Sri Lanka y Kenia. Se empiezan a ver mujeres que cubren su cabello con una tela conocida como shayla o nijab, mientras portan un vestido largo negro llamado abaya. Mientras que los hombres usan el thaub, una especie de túnica hasta el tobillo, que generalmente tiene mangas largas. En ese atuendo, no puede faltar la Ghutra, un pañuelo hecho a base de algodón en forma cuadrada, accesorio que actualmente es un signo de orgullo nacional.
En eso, mientras los voluntarios intentan acomodar todo, un grupo de senegaleses arma una fiesta en el hall principal. Sale foto, una de las primeras en suelo catarí, con la familia Filardi, tres argentinos que llegaron desde Ezeiza para alentar a la Selección.
El viaje rumbo al Barwa Barahat Al Janoub es en un ómnibus moderno: tiene Wifi, aire acondicionado y señaliza todo. La geografía del lugar es una maravilla inigualable, algo atípico. Al salir del aeropuerto, el desierto está rodeado por el mar, las carreteras lucen impecables y el imponente estadio Al Janoub se deja ver camino al “Barwargento”, que estará copado por los argentinos. Al fin, Doha. El Mundial está más cerca que nunca.