Luego de casi quince horas de viaje en ómnibus, Buenos Aires amanece con su encanto cosmopolita. Es hora de agarrar los “monos” y tomar un taxi hasta la casa del amigo Gustavo, quién me espera con el mate listo y una sonrisa de oreja a oreja. “Te dije que vinieras más liviano de equipaje”, bromea mientras me ayuda a subir por el ascensor la valija más grande y pesada. “¿Qué trajiste? Yo siempre viajo a todos lados con una mochila”, cuenta. Serán muchos días lejos de casa, y es mejor estar precavidos.
Patricia, su señora esposa se fue a trabajar un poco más temprano. Gustavo hace el aguante un rato y después del desayuno también parte a cumplir con sus obligaciones. “Hacé de cuenta que es tu casa. Bañáte, descansá, comé, hacé lo que quieras. A las 18:15 te paso a buscar para llevarte al aeropuerto”, sugiere con actitud paternal. Un crack.
Decido acompañarlo hasta la puerta del edificio y me voy a caminar por Recoleta. Tomo la calle Junín derecho y después de unas ocho o nueve cuadras me topo de frente con el Cementerio de la Recoleta, al que rodeo caminando previo paseo por el coqueto Mall que está enfrente.
El acceso es gratuito para los turistas nacionales, sólo basta con presentar el DNI en el hall de ingreso. Los extranjeros, por su parte, deben abonar $1400.
Inaugurado hace dos siglos, en 1822, en el recinto de cinco hectáreas yacen los restos de importantísimas personalidades de la historia Argentina. Desde Marcelo Torcuato de Alvear, Manuel Dorrego, Julio Argentino Roca y Bartolomé Mitre, hasta María Eva Duarte de Perón y el moderno panteón de Raul Ricardo Alfonsín, el presidente que nos devolvió la democracia en 1983. Un recorrido entretenido y lleno de historia.
Eso sí, los indicios de buenos augurios del incipiente viaje no paran de dar señales. A pocos metros del cementerio, por la misma vereda, se encuentra una iglesia muy pintoresca cuyo nombre (“Nuestra Señora del Pilar”) nos retrotrae indefendiblemente otra vez al barrio. Es que la Virgen del Pilar no es ni más ni menos que la patrona de los beltraninos. Ingreso, camino hasta la tercera fila de la derecha y, en silencio, elevo mi plegaria. De repente, me invade una emocionante paz interior. Elijo creer: el trayecto ya está bendecido por la “Pilarica”.
Entre una cosa y otra es hora de volver a tranco rápido al departamento de Gustavo. Dentro de diez minutos empieza el último partido de la “Scaloneta” previo al debut mundialista del próximo martes en Luisail. Llegamos con el partido comenzado, y ahí nomás, Di María mete un hermoso pase al pasillo para Messi, quién en lugar de hacerlo él, asiste a Julián Álvarez para el 1-0. Hay que poner el agua y verlo con unos buenos mates para que baje el empacho de tanto fútbol. Es cierto, Emiratos Árabes no es medida. ¿Pero quién nos impide ilusionarnos?
Tras un descanso express es hora de escribir una nota. El “Chavo” Torrico nos dan detalles de Arabia Saudita, el rival del debut. Leonardo “El Trotamundos” es palabra autorizada porque estuvo trabajando en el Al Ahli de aquél país entre febrero y julio de este año. Conoce a la mayoría de los jugadores, entrenó a uno de los arqueros y tuvo en el plantel a otro juvenil atacante que, según él, se las trae.
El reloj marca las 18:15, Gustavo avisa que viene en camino y en minutos ya estamos atravesando la avenida 9 de Julio para tomar la Autopista Richieri que nos lleva a Ezeiza.
La Terminal A del aeropuerto realmente explota de argentinos con diferentes realidades. Algunos se van a vivir a Europa, otros aprovechan las vacaciones para pasear por lugares más exóticos y de allí pasar por Doha. Sin embargo, resaltan los que viajan enfundados con la camiseta albiceleste o la morada para alentar a la “Scaloneta”. El check-in se hace demasiado lento. Da para entablar una charla futbolera con un ingeniero italiano que regresa a Florencia después de haber dado una capacitación en Justo Darack, San Luis. “Yo no voy al Mundial por culpa de “la” Macedonia, susurra el Tano con su tono particular. Para ellos, cuatro veces campeones del mundo y actual monarca de la Eurocopa, quedarse nuevamente sin Mundial es toda una tragedia. No quiero imaginarme lo que. sería para nosotros...
Juan Pablo Sorín, un emblema de la Selección Argentina, anda de arriba para abajo en la fila de “prioritarios”. “Juampi” también viaja en uno de los tantos vuelos que tienen como destino final a Doha, pero ni tiempo tiene de detenerse a firmar algún autógrafo a los que se lo reclaman.
La demora valió la pena. Ya estoy cómodamente instalado en el avión. Doce horas de vuelo nos separan de Europa. Y aunque sólo la veremos desde cerca de las nubes, la glamorosa y bella París nos espera como escala final previa a pisar el suelo de la aclamada Doha. Paciencia. Ya falta menos.