Un delirio. Un duelo frenético entre uno que sigue soñando y otro que perdió la categoría. Un partidazo, donde abundaron las emociones, los yerros y la sensación inacabable de que Deportivo Maipú dará pelea hasta la última fecha, tal y como prometió su entrenador, Luis García.
El 3-2 final ante Villa Dálmine, con un contexto difícil de explicar por la cantidad de goles desperdiciados en ambos arcos y por la facilidad con que cada uno pudo progresar al área rival, remitía a un duelo de potrero, sin más obligación que buscar el arco contrario a como diera lugar. El cierre del encuentro quedará seguramente entre los más insólitos que se recuerden en la categoría, con un enorme trabajo de Marcelo Rehak para evitar la caída del arco botellero.
El Violeta, empujado por su gente y por la urgencia de vencer para no caer en el abismo, lució directo en su intención de presionar para encontrarse más cerca del arco rival a la hora de recuperar. Todo lo contrario fue el Cruzado, que buscó prolijidad y buen trato de balón. Ya lo había pedido Luis García, su entrenador, en la semana (“Queremos volver a ser ese equipo que tanto le gustaba a la gente; ese que nos hacía sentir representados dentro de la cancha”). Esa insistencia del local le planteó un juego difícil al conjunto botellero. Aunque la progresión salía con fluidez hasta tres cuartos de campo rival, el despliegue de los hombres violetas terminaba asfixiando la propuesta cruzada y todo era volver a empezar.
En 20 minutos de juego, poco había pasado cuando el mediocampo visitante perdió el balón en su campo. Martín Caramuto encaró y cedió para Renso Pérez quien perdió el duelo frente a un atento Rehak, que desvió con el pie al córner. La acción derivó en cuatro tiros de esquina en fila que encendieron las alarmas mendocinas. A esa altura, la máxima virtud local era poder controlar las subidas de los laterales mendocinos, atrapados en la red que tejían sobre las bandas Pérez y Laureano Tello.
Las pinceladas de talento de Rubens Sambueza fueron lo mejor del Botellero en esta etapa inicial. El “10″ mostró su enorme condición para jugar a uno o dos toques, facilitando la progresión de la acción ofensiva. De su pegada llegó el gol, tras un zurdazo que dejó sin respuestas al arquero local.
De inmediato respondió Caramuto con un remate potente que sacó el “1″ mendocino por encima del travesaño. El partido se armaba por intensidad y verticalidad de uno y otro lado. ¿La diferencia? La jerarquía individual para definir en la primera acción a fondo. Villa Dálmine no se achicó y Matías Molina, tras recibir en el vértice del área grande, sorprendió con un zurdazo que dio en el travesaño. Ante la poca participación de la visita, merecía algo más el Violeta.
El capítulo final mostró un escenario similar en su comienzo, con Maipú sin poder controlar el encuentro y un Villa Dálmine decidido a vender cara su derrota. Así, en un puñado de minutos, generó ocasiones que provocaron buenas intervenciones por parte del arquero mendocino. Encima, como para darle dramatismo al duelo, Imanol González vio la roja por una agresión sobre Rosso y de inmediato el “Mágico” González se perdió un gol bajo el arco solo con Joaquín Arzura como obstáculo para la definición. El empate llegó para desatar fantasmas tras un toque de Molina. Todo era angustia. El Cruzado no podía controlar las acciones y sufría cada embate local. Luciano Herrera apareció para dar tranquilidad con un pie a pie dentro del área y una magistral definición y luego puso las manos en la propia para que el local igualara otra vez vía Molina, de penal.
A esa altura, el duelo había perdido por completo las formas, de una acción que definía muy mal Marcelo Eggel, Pérez provocaba la enésima intervención de Rehak para sostener el empate cuando todo era sufrimiento. No había piernas. Ni mediocampo. Todo “a la carga, Barracas”. Pero quedaba tiempo para la redención de Eggel y un 3-2 que durante más de 90′ jugó con los corazones botelleros, esos que no se cansan de latir detrás de la esperanza de un salto al círculo privilegiado.