Fotos: Claudio Gutiérrez
La crónica del periodista Diego Bautista
“Cae del cielo brillante balón, toda la gente y todo el mundo ve, una revancha redonda en su pie, todo el país con él corriendo caen las tropas de su majestad, y cae el norte de la Italia rica, y el papa dando vueltas no se explica, muerde la lengua de Joao Havelange, Maradó, Maradó...”, suenan Los Piojos a través de los bafles ubicados en el estadio cerrado de Andes Talleres y, al mismo tiempo, suben la ansiedad y la adrenalina.
Y todo lo genera él, dios del fútbol, con su inconmensurable presencia.
De repente, por allá, cerca del portón de ingreso se generan desplazamientos, corridas, movimientos, y ya se sabe de qué se trata. No hace falta ser mago para adivinar que es Diego Maradona haciendo su ingreso al Salvador Bonanno. Realmente eriza la piel la magia que transmite el Diez, esa que lleva en su aura.
En las tribunas, 3 mil almas deliran por él, dan la vida por tocarlo, ansían una firma o un beso en sus camisetas, se pelean por una foto, esas que atesorarán por los siglos de los siglos como testimonio de cada paso del ídolo. Y no es para menos. Ver al máximo ídolo de los argentinos por estas tierras, no es cosa de todos los días. Entonces, estar ahí no tiene precio.
“Pagué 200 dólares nada más que para verlo a Diego, y para nada estoy arrepentido porque éste es un recuerdo que voy a llevar por el resto de mi vida”, asegura Héctor Luna, un futbolista mexicano de 20 años proveniente del Santos Laguna, mientras aclara que vino a Mendoza a “probar suerte”.
“Diego Armando estamos esperando que vuelvas siempre te vamos a querer por las alegrías que le das al pueblo y por tu arte también”, es el turno de Andrés Calamaro y su tema-homenaje al Diez, al mismo tiempo -gracias al despliegue de las cámaras de televisión- Maradona intercambia palabras con Zamorano en cada uno de los vestuarios.
Con una camiseta que lleva la cara de su hija Gianina, Diego hace los ejercicios precompetitivos. El show está por comenzar y nadie quiere dejar de archivar el histórico momento. Ni siquiera esos policías ubicados en la puerta del camarín que sacan sus cámaras digitales y “apuntan” a la figura de Maradona cada vez que se abre la puerta del camarín.
“Quisiera ver a Diego para siempre, gambeteando por toda la eternidad. Es verdad que el Diego es lo mas grande que hay. Es nuestra religión, nuestra identidad… quiero que siga jugando para toda la gente. La mejor zurda… no quedan dudas... Con su corazón nos dio triunfo... y la gloria y en el fútbol que es su juego nunca nada le dio miedo. Y a La Argentina sí que hizo feliz. Para el pueblo, lo mejor...Diego Armando Maradó...”, tampoco se quedan atrás Los Ratones Paranoicos. Ya falta menos. El Bambino Pons presenta al seleccionado de Chile. Entran todos juntos, menos Zamorano, quien al mejor estilo NBA lo hace de manera individual. La gente silba, mientras aclama, ruega y exhibe su plegaria por el ingreso de Diego, mientras un ejército de fotógrafos aguarda dentro del campo de juego.
El momento más esperado se aproxima. Con Mancuso a la cabeza, el equipo argentino está en la cancha. Sólo falta él, la frutilla del postre. Y cuando todas las miradas se dirigen hacia el mismo lado, nuevamente, la estrella que más brilla aparece para meterse al campo de juego, por detrás de uno de los arcos. Una cortina de humo le pone el toque cinematográfico al instante. Fiel a su costumbre, Diego canta el himno como ninguno. Y luego de tan emocionante momento, arenga a los suyos con el ¡¡¡Vamos, carajo!!! Llueven camisetas de todos lados, caen al campo de juego, Diego las besa y las devuelve.
La pelota empieza a rodar. El ShowDiego está en marcha y en menos de dos minutos, el Maestro recibe una falta de Estay además de meter el primer lujo de la noche: un taco para Turu Flores. Lo mejor está por venir. Y no hay duda de que es ese tiro libre que dibuja una parábola superando a la barrera y al arquero chileno y, pese al esfuerzo de Reyes, se mete: 2-2. El estadio parece venirse abajo. Diego sale cinco minutos y vuelve con todo, porque a los 20 segundos mete un cabezazo que Tapia salva con esfuerzo. Y dos minutos después, asiste al zapatazo de Gamboa en el 4-3 parcial. Pero llega el momento más tenso de la tarde-noche: Diego llega a la pelota antes que Hisis, pero el chileno se lo lleva puesto con un planchazo descalificador en el tobillo.
Luego de un par de minutos, Diego se levanta, acepta las disculpas del agresor y hasta le da un beso. Sin embargo, se va al vestuario rengueando. Pese a estar dolorido, en inferioridad física, Diego arranca jugando el segundo tiempo. Y con el partido 4-4, vuelve a perdonar a los chilenos. El Diez se hace cargo de un penal, pero su zurdazo pega en el travesaño. “¡¡¡No importa Diego, vamos, vamos!!!”, se escucha en la platea.
Nuevamente le deja su lugar a Borrelli e ingresa para patear un nuevo penal que Vargas le contiene. Pero fiel a sus principios, se queda en la cancha. Pide la pelota, se pone el equipo al hombro y Argentina llega al 7-7. El partido se va. Otra vez un arsenal de flashes lo sigue a todos lados. Diego recibe la Copa, posa para la foto con el equipo, contesta las preguntas a los periodistas, habla para la gente, agradece a los mendocinos y da la vuelta olímpica. Y se va, camino a los vestuarios.
El momento más esperado de los últimos tiempos se extingue en un abrir y cerrar de ojos, como un sueño cumplido. En ese momento, una frase que escuché en la llegada de Diego al aeropuerto vino a mi memoria. “Me puedo morir tranquilo”.
La palabra de Maradona
“Me moría de dolor, pero seguí por toda la gente” Salvando las distancias, la imagen hizo recordar a cuando jugó con el tobillo a la miseria en el Mundial ’90. En el primer tiempo, Diego había sufrido todo el rigor del chileno Hisis, quien le propinó una patada realmente descalificadora que obligó al más grande a irse rengueando a los vestuarios en el entretiempo. Parecía que Diego no volvería, pero cuando las “papas quemaban” y Chile llevaba 3 de ventaja, Maradona pidió entrar, se puso el equipo al hombro y Argentina igualó la historia. “A pesar de que me molestaba mucho la pierna luego del golpe del primer tiempo decidí entrar para toda esta gente y aunque me moría de dolor, jugué sin salir”, comentó el más grande. “Me preparé especialmente para este partido y ahora voy a seguir haciéndolo para los que vienen. Un saludo enorme para la gente de Mendoza”, le dijo a Más Deportes su Majestad.
Siempre presentes
En el primer tiempo del partido, debajo de la camiseta argentina, Diego lució una remera con la cara de su hija menor, Gianina. Para el segundo tiempo, el astro se puso la remera con la imagen de su hija mayor, Dalma.