Mi relación con Diego arranca firme en los 90, cuando empecé a descubrir que el fútbol era algo más que un juego, era un deporte donde importa la táctica y la estrategia. Hasta ese momento para mí era sólo un divertimento que disfrutábamos con los chicos de la calle Liniers.
Quizá debe ser porque a mí Tupungato querido los canales de cable llegaron después que a las grandes ciudades y por eso sólo podía ver a Diego en los mundiales y no lo disfruté haciendo hazañas en el Nápoli.
El Mundial de Italia fue el primero que viví en serio, al punto que salí a llorar y a rezar a la vereda para que le empatemos a Camerún, algo que no pasó… pero después Diego y los muchachos me regalaron para mí cumpleaños número 11 el triunfo con la Unión Soviética con los goles de Troglio y Burruchaga.
Después llegó el milagro con Brasil y mi declaración de amor eterno a ese 10 que dejó solo a Caniggia… pero hasta ese momento era sólo por lo que hacía dentro de la cancha. Ya después de grande supe todo lo que hizo afuera y más lo amé.
Contra Yugoslavia sentí que el mundo se me venía abajo: Diego erró su penal, pero eso no estaba en los planes de nadie y para un chico de 11 años era una catástrofe peor a que la chica que te gustaba ni te mirara.
Pero pasamos.
El partido de Italia lo vimos en la escuela y grité a lo bestia su penal, al punto que la maestra me retó y me dijo que a la próxima me quedaba sin partido.
Y pasamos.
La final fue muy dolorosa y lloré a la par suya.
Los cuatro años posteriores estaba enojado porque Diego estaba con sus problemas y no era parte de la Selección del Coco Basile… hasta que apareció Colombia y otra vez a llorar a la vereda para que no nos hagan más goles.
Como el superhéroe que es apareció contra Australia para llevarnos al Mundial de Estados Unidos.
Ya con 15 años sabía que el periodismo era mi vocación y por eso a ese Mundial lo disfruté de otra manera. El golazo a Grecia me dejó disfónico varios días, el partido con Nigeria hizo que me ilusione… hasta que apareció la enfermera.
Si a un chico de 15 años le pareció raro que una enfermera se lleve a Diego de la mano al antidoping, no quiero imaginar lo que pensaron los más grandes.
Cuando se confirmó la noticia, lloré de bronca. Es más, el partido con Bulgaria lo fui a ver al cine Artemisia y en la previa vi la conferencia de Diego, donde a mí también me cortaron las piernas.
De ahí en más me transformé en un soldado de Maradona y hoy sigo en sus filas.
Me peleo con quien sea y a la hora que sea porque pateo una baldosa y aparecen enemigos de Diego, pero acá bancamos a nuestro Dios humano, que dentro de la cancha nos dio todo y afuera se equivocó como cualquier persona.
Hoy Diego cumple años, a mí sólo me salió dedicarle estas líneas para decirle y hacerle saber que maradoneano se nace y que siempre será nuestra bandera.