La noticia de la vuelta de Godoy Cruz a su estadio, después de más de 20 años, no puede más que generar entusiasmo. Y no hablamos solo de los hinchas bodegueros, sino también de aquellos que hemos seguido la historia del Expreso con asombro, celebrando sus logros nacionales e internacionales y sufriendo ante cada traspié, aun cuando no sean los colores amados.
La vuelta al barrio significa un reencontrarse con las raíces, con el eco de la historia y con el mítico tanque del agua como vigía de las buenas nuevas que estaban por venir.
A 20 años del último partido oficial, se viene el tiempo del adiós al Malvinas Argentinas, otro escenario donde el Expreso supo escribir hazañas y páginas de oro, para volver al barrio, para recuperar su identidad y parte de su historia.
El regreso no es solo un acto físico, sino una reafirmación de valores que han sido fundamentales para la historia del club. Godoy Cruz siempre fue, y sigue siendo, una extensión de su gente, de su barrio, de aquellos sueños jóvenes de nuestra adolescencia.
La vuelta a su estadio es, por sobre todo, una vuelta a la esencia misma del club: a esa identidad forjada por los años, las luchas, las alegrías y las tristezas compartidas entre hinchas y jugadores. El regreso del Expreso al barrio es una celebración de la pertenencia, del origen, de la historia que nunca se olvida y que siempre encuentra su camino de regreso a casa.
Es imposible separar a Godoy Cruz de su lugar de origen. Este retorno es también una reflexión sobre el significado de pertenecer, en un mundo donde las mudanzas, como vientos errantes, despojan a las raíces de su firmeza. El Tomba, y sus hinchas, decide ser la tierra que se niega a ser desplazada, el árbol que sigue creciendo hacia el cielo desde su suelo natal, recordándonos que, aunque el tiempo pase, hay lugares donde el corazón siempre vuelve a latir.