China es la principal emisora de dióxido de carbono (CO2) del sistema mundial (29% del total en 2015); y 16 de las 20 ciudades más polucionadas del mundo son chinas.
Pero lo más grave de la extraordinaria crisis ecológica que experimenta la República Popular es que es resultado directo del desarrollo industrial realizado en los últimos 35 años.
En este periodo, en que se transformó en la primera potencia manufacturera del mundo, China creció 9,9% anual promedio, su PBI se expandió 13 veces, y el PBI per cápita se duplicó cada 8 años; y la fuente principal de energía que utilizó para esta performance única en la historia del capitalismo fue y sigue siendo el carbón mineral, que cubre 64% de sus necesidades energéticas.
El cálculo que se puede hacer es que más de 25% de las tierras fértiles de China tienen altos niveles de toxicidad, que impiden o restringen la producción de alimentos.
Se estima que son más de 250.000 kilómetros cuadrados de tierras fértiles las que se encuentran definitivamente contaminadas, a las que hay que agregar que 18% de todos sus ríos y corrientes fluviales están hondamente polucionadas.
Es la obra de plantas industriales cuyos insumos básicos han sido el cobre, el mineral de hierro, el zinc, integrantes de la denominada “industria pesada” y los tóxicos que impregnan los suelos pueden provocar enfermedades mortales.
Más de 250 millones de campesinos han pasado del campo a las ciudades entre 1978 y 2016; y el proceso de urbanización se acelera, y en los próximos 15 años serían más de 300 millones los labradores que vivirían en las urbes. Por eso, es que 1 millón de hectáreas fértiles se transforman anualmente en terrenos urbanos en la República Popular.
Esto ha obligado al gobierno de Beijing, para salvaguardar la actividad agroalimentaria, a establecer un límite de 120 millones de hectáreas destinadas exclusivamente a esta producción.
Estos datos estructurales, sumados a la carencia crónica de agua en el norte y oeste del país, hace que China, a pesar de ser la primera productora mundial de granos con 658 millones de toneladas en 2016, tenga por necesidad una actividad agroalimentaria declinante en el mediano/largo plazo.
Esto acentúa su dependencia del mercado global de agroalimentos , especialmente en los granos para la alimentación animal (soja, harina de soja, maíz) provenientes del hemisferio americano (Estados Unidos-Canadá en el norte y Brasil-Argentina en el sur).
También la contaminación de las tierras aptas para la actividad agrícola reducen el rendimiento por hectárea de la producción. El Ministerio de Protección Ambiental sostuvo el año pasado que los rendimientos de la producción de granos disminuyeron en más de 10 millones de toneladas en los campos contaminados (más de 2% de la producción total); y este menor rendimiento tiene un carácter acumulado en el largo plazo.
Todo lo que sucede con el agro en China tiene por necesidad -es el eje de la demanda mundial- una importancia decisiva para las proyecciones de la producción internacional, ante todo la de América del Sur.
Este es un aspecto que debe colocarse en el núcleo de todo intento significativo tendiente a establecer las perspectivas de largo plazo del desarrollo agroalimentario argentino.