La secuencia es más o menos similar en cada ocasión. El llamado desesperado de algún vecino alerta al 911. Afirma que se escucharon disparos y el bramido del motor de un vehículo cuyo conductor huía a toda velocidad. Dice que un cuerpo se distingue en el suelo. Minutos después, el lugar se llena de sirenas. Policías acordonan la escena y, cuando llegan los médicos a bordo de una ambulancia, sólo pueden constatar que otra persona ha sido asesinada en Mendoza. Afortunadamente, esto no ha pasado en la provincia por más de 10 días porque no se han registrado homicidios. Pero ¿es obra de una efectiva política en seguridad o de la casualidad?
Es innegable que en los últimos años la cantidad de homicidios en ocasión de robo ha mermado notablemente. Los hechos de sangre que han ocurrido últimamente han sido puertas adentro. Femicidios, disputas familiares, amigos que “se desconocen” tras compartir unas cuantas copas.
Otros tantos han ocurrido en medio de las denominadas “guerra de bandas”. Son los “soldados” de narcotraficantes que pretenden conquistar territorios para sembrar la droga y el terror en barriadas mendocinas. Y así, por unos pesos o estupefacientes, para ganar respeto o por una deuda, se baten a tiros.
Además, estos últimos años –como lamentablemente también ocurría antes– se han registrado varios de los llamados “ajustes de cuentas”, mucha veces también vinculados al narcotráfico. Policías y periodistas se apresuran a investigar los antecedentes de las víctimas y entonces aparece la tan mentada figura, como para atemperar las cosas, casi mirando a otro lado por otra vida arrebatada. Como si eso nos tranquilizara inmediatamente, por aquello de que quien murió “se la buscó” porque “andaba en malos pasos”.
En otras ocasiones los vecinos están tan tristemente acostumbrados a escuchar disparos que ya no se alarman. Se han habituado a vivir con miedo. Se refugian en sus casas cuando el sol cae y pretenden sobrevivir un día más sin ser víctimas del hampa.
El último homicidio se registró –al menos así se comunicó oficialmente– el pasado 24 de julio en un asentamiento de Godoy Cruz. Un albañil de 27 años fue ultimado a tiros durante la siesta. Desde entonces, los homicidios han estado ausentes en la provincia.
Cabe entonces preguntarnos si esta “racha” positiva que transitamos se debe a la efectividad de la aplicación de una política de seguridad o a la fortuna y la causalidad.
Al parecer, se da una conjunción de las dos cosas. Si bien es cierto que está vigente una política de prevención mediante el desarme, también lo es que los delincuentes utilizan cualquier método para llevar a cabo sus fechorías. Incluso, cada vez más, optan por fabricar sus propias armas.
Entonces, “tumberas” confeccionadas con caños de gas, cuya elaboración va ganando cierta sofisticación, entran en escena. Las armas blancas son otra opción para quienes buscan asesinar.
La presencia policial en las calles, los trabajos de inteligencia y la intención de tener a policías más profesionalizados deben haber aportado a estos días de calma. Aunque el hecho de que no ocurrieran muertes no implica que no se hayan cometido hechos de sangre. Balaceras se produjeron, de todas formas, pero el ángel de la muerte no llegó en esos casos.
Queda entonces un espacio para que la casualidad sea la otra protagonista de estos días de paz. Es lamentable que tengamos que apegarnos a ella para que sobrevenga la esperanza. Porque bien podríamos acostumbrarnos a vivir en una tierra sin violencia. Ojalá que esta decena de días se multiplique. No soy iluso pero, por las dudas, cruzo los dedos.