El futuro artístico de Martina Gusmán estaba definido desde su nacimiento. Su papá era director teatral y su mamá vestuarista, asique se crió en ese maravilloso mundo que es el teatro.
Comenzó a estudiar teatro a los 7 años, pero cuando terminó el secundario hizo un viaje buscando un poco qué hacer de su vida. Al regresar, su madre la instó a probar suerte como productora y no tardó mucho en descubrir que amaba esa profesión.
Trabajó un par de años haciendo publicidades, después como coordinadora del festival de Mar del Plata y de repente apareció en su vida el director Pablo Trapero; que la contactó para que trabajara en su primera productora. Se enamoraron, fundaron juntos Matanza Cine y a partir de allí ambos se lanzaron a la aventura de realizar películas.
Martina se animó a actuar y comenzó con un pequeño papel en "Nacido y criado" (2006). Doce años más tarde es una actriz consumada, con dos hijos y que brilla tanto en cine como en televisión.
En "La quietud" vuelve a protagonizar un largometraje de su esposo, rodeada de artistas de la talla de Graciela Borges, Bérénice Bejo, Édgar Ramírez y Joaquín Furriel. La trama se centra en La Quietud, una idílica estancia familiar donde Mia (Gusmán) creció con sus padres.
Una situación inesperada la obliga a reunirse con su hermana Eugenia (Bejo), quien regresa tras años viviendo en París. El reencuentro ocurre bajo la mirada de su madre, Esmeralda (Borges). Un nuevo giro hará que el marido de Eugenia, Vincent (Ramírez) llegue a La Quietud y junto a Esteban (Furriel), escribano y amigo de la familia, se sumerjan en una trama íntima repleta de secretos.
Martina habló con Los Andes sobre la realización del filme, el presente laboral de su marido y también sobre "El Marginal", un éxito televisivo.
-La familia que se retrata en "La quietud" es muy especial, y no por buenas razones. Tienen tanto por esconder que nunca terminás de sorprenderte...
-Creo que “La quietud” trata sobre todo lo que se dice, y lo que no, de todo lo que se oculta, pero también sobre los vínculos más primarios, ¿no? Hay algo sobre esta cosa universal de la búsqueda del amor, de ser reconocido, del miedo, del vacío, de la soledad, de la búsqueda o el deseo de la maternidad. O también el no deseo, porque hasta del aborto trata la película. Está todo metido dentro de un universo femenino, esta cuestión del empoderamiento de las mujeres. Entonces, lo que me parece que hace el film es poner en un lugar arquetípico extremo a sensaciones, emociones o situaciones que convocan al espectador a reflexionar sobre los propios vínculos y relaciones. Todas esas sensaciones, tan primarias, todas las tenemos. “La quietud” las expone en un lugar más extremo para hacer pensar al público: “¿Y yo en dónde estoy dentro de eso? ¿Qué me producen estas situaciones? ¿Cómo busco el amor? ¿Cuánto amor o desamor tengo?”. Me parece que esa es la propuesta de la película. Justo en esta era Instagram, donde se ven esas fotos familiares estéticamente hermosas pero que no sabemos qué hay detrás de todo eso.
-Todas las mujeres de la película tienen un rol muy fuerte y los hombres son como funcionales a ellas...
-Claro, dentro de este matriarcado, de este trío de mujeres, ellos son como objetos, en un punto. La relación entre ellas tiene un nivel de intimidad, y un vínculo muy profundo. Y con Vincent (Edgar Ramírez) ellas subliman el deseo que tienen y no se animan a terminar de consumar. Hacia el final ellas logran obtener algo de ese deseo.
-Hay escenas de diálogos muy fuertes, y no porque estén a los gritos...
-Es cierto. La película juega mucho con todas estas situaciones, tiene siempre otras formas de relatar o mostrar cómo los personajes se dicen las cosas. A veces son tontas y con un humor bastante negro, que están más cerca de la vida real. No sé, por ejemplo, cuando uno se empieza a pelear por el pan y en realidad se están diciendo otras cosas en el fondo. La vida tiene eso.
-Trabajaste y estuviste involucrada en muchas películas de Pablo, ¿cuál creés que es la evolución que tuvo en su filmografía?
-Veo una maduración gigante de él como director. A mí, en lo personal, me encantan los realizadores de los que te puedo poner unas imágenes de su obra y, sin que te diga quién es, sepas reconocerlo. Pablo tiene eso, al igual que su cine. Para mí son filmes muy sensoriales porque él está muy presente como director. Incluso al momento de filmar. La escena se está filmando y él está pegado con el monitor al lado. Ese nivel de cercanía, de presencia y sensorialidad recorre todas sus películas, desde “Mundo Grúa” (1999) hasta ésta que es su décimo largometraje. Las temáticas que toca siempre tienen que ver con estos vínculos instintivos. Esta cuestión de reflexionar sobre la familia, sobre personajes tan empáticos, sobre sentimientos universales, hay algo de eso que recorre todos sus filmes. En esa progresión que fue haciendo desde el uso del blanco y negro hasta este filme con lentes Panavision, que nunca se habían utilizado en Argentina. Concretamente de sus dos últimas obras, “La quietud” es la contracara de “El clan” (2015). La última es un patriarcado, ésta un matriarcado, de una misma clase social, donde las locuras que tocan son diferentes pero un poco también siguen profundizando dentro de eso. Pablo tiene algo muy valiente también de nunca ir por el lugar de lo previsible, ni seguro.
-Podríamos decir que es un elenco internacional, ¿cómo fue mezclar todas estas formas diferentes de trabajo?
-En lo personal, fue mi desafío más grande. Mi personaje interactúa con todos los demás, es el que los va linkeando de alguna forma. Dentro de su supuesta pasividad es la que va provocando y pinchando a los otros. La tarea más importante que tenía era cómo aprender y fluir con actores con procedencias y metodologías tan distintas de trabajo. Todos son ‘tanques’: Bérénice tiene como 20 años de cine europeo y ganó un Oscar. Edgar, que si bien es un actor latinoamericano, viene de trabajar en Hollywood, de hacer de Gianni Versace en la serie “American Crime Story” (2016), con una impronta de cine estadounidense. Joaquín (Furriel) con toda su trayectoria en televisión, y con todo el trabajo que está haciendo en cine. Y Graciela (Borges), icónica diva del cine argentino. Y mi personaje tenía que interactuar entre ellos. La película es muy coral también, como una gran coreografía. Si uno está muy desentonado, hay algo que no funciona entre todos. Hay una escena en particular, en donde están todos a la mesa y empiezan a enredarse discutiendo, en donde pasan un montón de subtramas. Esa escena tardó dos días en filmarse. Todos dimos la misma energía para todos los contraplanos de cada personaje. Pablo decía que había “un duelo de actuaciones”, porque había algo, gracias a él y su guía, de deleitarse con la exploración al actuar. Todos ocupan un lugar de una gran estructura. Eso creo que fue como lo más lindo de la película.
-Algo muy bueno del filme es que nunca sabés cómo van a reaccionar los personajes...
-Sí. Eso tiene todo el tiempo la película. Jamás te imaginás los diálogos que tienen ni las respuestas que se dan. Siempre está ese descoloque.
-¿Cómo pensás que va a ser la reacción del público ante lo que propone el filme?
-Me parece que es un momento de mucha ebullición del cine argentino. Creo que ese nuevo cine argentino que hace 20 años se empezó a generar fue formando un público, un espectador, de nuestro cine. Fue pasando de “películas argentinas, no veo” a que se estrenen cuatro filmes argentinos en un mismo mes, con géneros y directores distintos, y que la taquilla responda. Eso es inédito. Después podemos discutir el si le gusta o no, pero eso es otra cosa. Lo que me parece es que “La quietud” no va a pasar indiferente.
-El día del estreno se van al 75° Festival de Venecia porque la película va a ser parte de la Selección Oficial por fuera de la competencia. ¿Qué expectativas tienen?
-Muchas expectativas porque se estrena todo junto: el jueves 30 acá, y el domingo allá, a las 22, en un horario espectacular. Nos dieron el mejor que podíamos tener en el festival. Fue una enorme sorpresa. Después de lo bien que le había ido a Pablo con “El clan” pensamos que era una forma muy linda de volver allí, y que era la mejor opción como para poder salir a nivel internacional. No hay mejor ventana para salir al mundo, porque el Festival de Venecia o el de Cannes te dan mucha visibilidad. Y, de la mano de eso, también vamos al Festival de Toronto, que te posibilita el tema del mercado. Más no se puede pedir. Después, lo que pueda pasar son cosas que ya nos exceden y no lo podés controlar. Estoy muy contenta con la película.
-Te tengo que preguntar por "El Marginal". ¿Es cierto que se viene una tercera parte?
-Es el deseo y lo que rumorea Sebastián Ortega, el productor. No hay fecha para comenzar a grabar una nueva temporada ni nada parecido. Lo que pasó con la primera, es una locura. Ylo que está pasando de tener 10 u 11 puntos de rating en la TV Pública, superando incluso a El Trece o compitiendo cabeza a cabeza con Telefe en la televisión de aire, es algo histórico que no lo logró nadie, salvo los partidos del Mundial. Es lo mismo que hablamos sobre el cine: la gente está esperando productos de buena calidad técnica y artística, y con historias que sientan nuestras. Me parece que “El marginal” va a dar pie a que se comiencen a hacer más programas de esa calidad y estilo.
-Si tuvieras que comparar, ¿cuál temporada te gusta más?
-Qué difícil… Es que son muy distintas entre sí. A mí hay algo de la primera temporada que me gusta más. Siento que la segunda es un poco más violenta, más brava, un poco más corta también. Creo que fue tanta la efervescencia de la primera que a esta segunda la siento como un paso intermedio para seguir contando la historia en la tercera.
-¿Cuáles son tus próximos proyectos?
-Se viene “El hijo” (2018), de Sebastián Schindel. Es un thriller en el que trabajé también con Joaquín Furriel. La terminamos de filmar hace poquito y creo que se va a estrenar en el primer trimestre del año que viene. Ahora estoy por arrancar una película bastante chiquita llamada “Lucía”, de Juan Pablo Martínez. Trabajo con Sonia Zavaleta y también es sobre el reencuentro de dos hermanas, pero sería como el lado B de “La quietud”. Ahí soy la hermana mayor, más fría, más distante: o sea que está bueno también para mí como ejercicio porque es posicionarme desde otro lugar. Después de terminar esta filmación empalmo con una serie que se va a llamar “El mundo de Mateo”. Es de suspenso y trata sobre un adolescente que aparece muerto en la casa de otro, que no se acuerda qué es lo que pasó. Es como una especie de “The sinner” (2017) en un mundo adolescente. Y, por último, estoy con una ópera prima de otra directora, que se llama Sabrina Moreno: “Azul el mar”. Vamos a filmar con Luciano Castro. Con eso terminaríamos el año (risas).