Un seis de febrero de 1816, a los 49 años, el poeta al que llamaban “El príncipe” murió en su Nicaragua natal. No fue un buen final para una vida tan intensa, marcada por el prodigio. De hecho, fue espantoso.
“Lo usaron”, afirma su bisnieto Martín Katz Darío. Y el propio Rubén lo supo en sus últimos tiempos, mientras comía las limosnas del banquete cultural que lo había consagrado.
“Luego de una mala praxis, de las punciones, se disputaron su cerebro (el que fue extraído en la autopsia para compararlo con el de Víctor Hugo) y lo vistieron como a un títere”. El cisne ultrajado como albatros.
Crearse un mundo
Con su pariente, ahora, desandamos el camino: “Rubén Darío tuvo una infancia muy difícil”, subraya. Criado por tíos abuelos (el coronel Félix Ramírez y su esposa Bernarda), el pequeño Darío apenas tuvo contacto con su madre, que residía en Honduras, y con un padre alcohólico a quien llamaba “tío Manuel”.
Su infancia, escrita por él mismo, parece un capítulo de García Márquez. “El niño, entonces, empezó a crear su propio mundo”, admira el bisnieto. Y eso es lo que Martín transmite cuando lo invitan a las escuelas para hablar sobre su célebre ancestro.
“Contra la adversidad, él se creó un mundo y una imagen de sí. Después de contar esto, en una de las charlas, se me acercan tres nenes y me dicen: ‘Gracias Señor, ya lo estamos creando’. Ese es el mensaje vital más importante de Darío para mí.”
Rubén se forjó una imagen de criatura especial: “Fui algo niño prodigio. A los tres años sabía leer”, escribió en su Autobiografía. “A los 14 años ya era periodista. Tenía oído absoluto. Era un esteta. Con el tiempo se convirtió en el Google de la época”.
Martín consiente que el genio de Darío surgió en el momento exacto, en un mundo de cambio que culminaría con la Primera Guerra Mundial. En ese contexto de arieles y calibanes fue el príncipe de las letras hispanoamericanas pero también fue el hombre que padeció las tensiones políticas, que viajó y amó intensamente, que bebió sin tregua, que no estuvo en el funeral de su esposa.
Después de ese dolor, según Katz, empieza su conexión con el ocultismo y su obsesión con la muerte.
Su poesía, claro, atraviesa una poderosa corriente de reflexión existencial sobre el sentido de la vida. Tal como confiesa en “Lo fatal”: “no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo/ni mayor pesadumbre que la vida consciente.”
La línea de sangre
Rubén Darío y su primera esposa, Rafaela Contreras, tuvieron a Rubén Darío Segundo, el abuelo de Martín. Ese hijo conoció al poeta recién cuando cumplió los 19 años. Fue quien lo visitó en su lecho de muerte y a quien le dijo “no vas a heredar nada mío”.
No por obstinado, sino porque la preocupación de Darío, en ese momento, era el hijo menor, fruto de su relación con Francisca Sánchez, que apenas tenía 8 años.
En cambio, le dio a su hijo mayor la dirección de su patria cultural: Buenos Aires.
Martín no tuvo mucha conciencia de lo que implicaba su ascendencia hasta que debió participar en la inauguración de un monumento. Pero el verdadero descubrimiento íntimo de la obra de Darío llegó con los objetos.
Cuando su abuelo murió, él se dedicó a juntar todo lo que pudo: cartas, su libro de viajes, fotos,cuadros, recortes.
- ¿Y cuál es el poema que te atraviesa, más allá del parentesco?
Martín recita: '¿Recuerdas que querías ser una Margarita /Gautier? Fijo en mi mente tu extraño rostro está,/cuando cenamos juntos, en la primera cita,/en una noche alegre que nunca volverá.' Fue dedicado a su bisabuela.
La ola dariana
La sombra de Darío, en su centenario, se prolonga. Martín llevó la inquietud a la Biblioteca Nacional que pronto aceptó la realización de un homenaje. Incluso el correo argentino lanzó una estampilla dariana, para solaz de coleccionistas modernos.
Durante la Noche de los Museos, en la Capital del país, se realizará una exposición llamada “Margarita está linda la mar”. Pero eso no es todo. La lírica de Darío recaló tan hondo en Argentina que puede rastrearse en el tango. Lepera lo admiraba.
Gardel cantó sus versos en “La novia ausente” de Enrique Cadícamo y Guillermo Barbieri, y recitó un fragmento de “Sonatina”. ¿Y cuántos argentinos se llaman Rubén Darío en su honor?
Martín reconoce que la impronta que dejó en Argentina permanece latente y que aquí, en esta tierra, Darío sigue brillando.
En este Congreso Internacional que acaba de realizarse en la Facultad de Filosofía y Letras (donde asistieron prestigiosos especialistas en su obra) señala que “todo fue mágico” y que la labor de la organización fue “impecable”.
Por eso, ha dejado las puertas abiertas para que el año dariano tenga, pronto, otra posta en nuestra provincia.