José Francisco de San Martín nació en Yapeyú y sus restos descansan en la Catedral metropolitana. De sus 72 años de vida, pasó más de 60 en Europa y de los restantes, tan solo algo más de 3 años en forma discontinúa en Mendoza. Sin embargo, ningún otro hombre público ha marcado a nuestra provincia y a los mendocinos con una impronta tan profunda, tal que este hombre, que es prócer en la Nación y héroe para Cuyo, es ícono, ídolo y mito en Mendoza.
La veneración y exaltación de los mendocinos por su figura supera la trascendencia de su obra militar para tomarla como modelo en la gestión de gobierno, hacedor y promotor de cultura, legislador, propulsor de la innovación y producción económica, modelo en la paternidad y ejemplar ciudadano y hombre cívico.
Ni su obra ni su persona necesitan exaltar, ocultar ni magnificar los actos para comprender su trascendencia. Y es que José de San Martín tomó una decisión y la condujo hasta el fin. Tuvo una y gran vocación: la de ser él mismo. Nada sintetiza mejor esta voluntad que su propia frase: “Serás lo que debas ser, o sino no serás nada”.
A lo largo de las décadas, la literatura, el arte y la historia han conducido a elaborar imágenes idealizadas y estereotipadas del hombre que han transcurrido desde la exaltación del “Santo de la Espada” a hurgar en su vida personal para encontrar deslices y orígenes amarillistas.
Por qué discutir si debe ser representado el Gran Capitán en posición colosal en el brioso corcel blanco enfrentado a los vientos andinos y retando a la inmensidad andina, o en toda su frágil humanidad acostado en una camilla de campaña dramatizando el sacrificio humanamente soportado. Sin duda, mayor valor en la heroicidad existe cuando se reconoce en su hacedor toda la realidad del rasgo humano, porque se comprende que su obra no ha sido producto de su condición semi divina, ni de la fortuna. Sus éxitos han sido producto de la superación de sus defectos y debilidades y del ejercicio de las virtudes.
Entonces, ¿acaso se hace necesario adecuar la figura de San Martín a las necesidades de los tiempos que vivimos, como se ha hecho en otras etapas?
Cabe preguntarnos si la figura tradicional con la que se presenta a San Martín, más propia del siglo XIX y comienzos del XX, responde a los requerimientos, pautas y valores del presente. Parecería que en realidad son más descripciones anticuadas, estereotipadas y arcaizantes que no llegan a la sensibilidad del público actual. Es entonces que se practican nuevos enfoques que procuran una difícil conciliación y fusión entre cierto estilo periodístico ágil, incisivo y la revalorización de aspectos hasta ahora poco desarrollados referidos a lo esencial y perdurable de la figura de San Martín.
Pero es que los ídolos y los héroes deben adecuarse funcionalmente a los tiempos. Podemos aceptar que la exaltación a la figura militar olímpica de la historiografía mitrista fue esencial para la consolidación de la Nación moderna en tiempos de la necesidad de homogenizar el crisol de razas en la figura del Padre de la Patria, o el Santo de la Espada del nacionalismo del ’30, sin dejar de mencionar al estandarte de Unión de la Gran Patria Hispanoamericana.
En realidad, si queremos modernizar el mito sanmartiniano y ponerlo en valor real a sus propios méritos y rasgos humanos, debemos conocer su vida, su pensamiento y sus acciones en el marco de la época, para luego comprender por qué los valores que nos lega en sus actos superan su tiempo y trascienden a hoy, sin perder actualidad pese al devenir y los cambios culturales.
José de San Martín descolló por su capacidad en la conducción del mando allí donde le tocó actuar, tanto en el plano militar como en el gobierno civil. Fue militar notable y estadista genial. Fue un pragmático que combinó el talento natural, con el metódico estudio y la observación de las realidades que debía enfrentar. Su idoneidad y eficiencia en el hacer se fundamentaron en su ser racional y honesto. Líder por naturaleza y formación, manejó el pluralismo cultural y social de los pueblos en los que le tocó actuar. Observador de la realidad, de los hombres y de sus costumbres y valores, supo intercalar y desarrollar sus relaciones, tanto con los sectores altos de la sociedad como con su oficialidad e incluso con su tropa.
Como ilustrado de su tiempo, entendió que la cultura, la educación y la ciencia tenían un rol decisivo en el crecimiento y desarrollo de los pueblos. Las concibe como herramientas propias y necesarias en el avance material y del bienestar económico, necesariamente orientadas al bienestar de los hombres y en sentido social.
Su visión política global lo transformó en uno de los pocos precursores de la idea y necesidad de constituir una gran Nación, por lo que propugnó incansablemente por la integración continental y la conformación de una grande y única comunidad.
Su constante renunciamiento a honores, cargos políticos y bienes materiales más allá de lo necesario lo transforman en un modelo y arquetipo ético, por su conducta pública y privada. Se convierte en una personalidad con características simbólicas en nuestra cultura, como referente del modelo de hombre público.
Prócer, héroe, mito, hombre ético y desinteresado, político preclaro y eficiente, legislador práctico y con sentido social, defensor del arte, de la cultura y de la ciencia, administrador incorrupto. Lejos de caer en la idolatría sanmartiniana, se nos presenta como el modelo posible para todos aquellos que se propongan sostener un ideal y realizarlo en pos de una sociedad mejor.