El actor y humorista está en franco ascenso meteórico, desde la perspectiva profesional. Su obra, “Bossi Big Bang Show”, que luce una cartelera inmensísima en la calle Corrientes, se jacta de colas de más de dos cuadras de espectadores para cada día.
“Es muy lindo. Está bueno ser popular. Pero por el laburo de uno, como por la obra que hago ahora en el teatro Astral. Soñé con ser conocido. Siempre me gustó que me conozcan”, dice Martín Bossi que en esta charla nos guía hacia sus gustos y anhelos.
- ¿Y ahora no te incomoda un poco la fama?
- No, porque tampoco hay un asedio. No voy a mentir. No soy Mariano Martínez. Hay respeto.
- Te abrís en las entrevistas. Contás mucho. ¿Por qué?
- Conté muchas anécdotas. Lo hago para no ir más al fondo. Uno también se tiene que preservar.
- O sea que hay muchas cosas desconocidas tuyas.
- Mucho. Uno es infinito. Y yo soy un tipo reservado. Mi vida privada, con respecto al amor, es un tema que trato de manejar con mucha reserva. Sandro me dijo: “Si querés hacer una larga carrera, que no se sepa de vos”. Si bien me abro a los medios, muchas cosas no las cuento.
- Suena a que manejás bien los límites en tu vida.
- Soy un tipo desmesurado. Por eso nunca probé las drogas ni el alcohol o ando rápido en auto. Si hay algo de eso que me llega a seducir, duro una semana. Me tengo miedo a mí mismo. Por eso soy muy cuidadoso. ¡Hasta el dulce de leche dejé!
- ¿Y cómo sos?
- Fuera de escena no parezco actor. Me gusta el asado, el dulce de leche, el chocolate, el fulbito, las minas, mis amigos, el truco. No hay otra cosa. Nada de “el quinto chakra”, que me conecto, eso de ser o no ser... La parodia del artista conmigo no va.
- De afuera parece que el escenario es como tu droga.
- Es una sana adicción. No puedo vivir sin él. Sin las cámaras, sí. No necesito estar en los medios para existir. Yo existo porque actúo. Me sacás eso y me muero.
- ¿Te acordás de la primera vez que hiciste reír?
- En una cancha de tenis. Tenía 8 años. Estaba en Los Andes, el club de mis amores. Ahí me di cuenta de que tenía un cierto poder para arrancar una sonrisa.
- ¿Y de la primera vez que subiste a un escenario?
- En el club Los Andes también, a los 10 años. Era un concurso de disfraces. Imitaba a ‘Paolo el rockero’. Mi mamá me hizo una peluca con lana, una vincha, una musculosa turquesa y una tela con cosas hippies que vendía. Me gané el premio al mejor disfraz. Ese día empecé a sentir: “Uy, me parece que es por acá”.
- Pero tardaste en meterte en el mundo de la actuación.
- Mis viejos querían que sea deportista o profesional: médico, arquitecto o abogado. Pero a los 23 empecé a estudiar teatro.
- ¿Te costó romper el mandato?
- Fue muy fácil. Mi viejo falleció y mi vieja era más fácil de manipular. En el momento en el que vivía mi viejo hubiese sido imposible. No sé cómo hubiera sido enfrentarlo.
- ¿Qué creés que pensaría tu viejo de tu presente?
- Es una pregunta que uno siempre se hace. Creo que estaría orgulloso de que cumpla horarios. Quería que no fume y no tome, que sea un tipo sano. Y lo soy.
- ¿Por qué no estás en la tele?
- Me gusta ir a la tele, me divierte. Pero si me decís actuar, me gusta el teatro. Hace un año decía que programa propio no tendría. Pero hoy, por ahí antes de retirarme, me gustaría hacer 20 especiales de humor que queden para la historia. Quisiera hacerlo con mis amigos, el Chato (Prada) y Fede (Hoppe). Es un gusto que me quiero dar, dirigido por Emilio Tamer.
- ¿Te costó el profesionalismo?
- Todo lo que tiene que ver con el entorno de eso sí. La cuestión social, los eventos, la fiesta de la revista. Cuando veo esa cosa de la estética, la alfombra roja... No me siento parte de eso.
- ¿Tus sueños?
- Tenía dos: trabajar con Los Midachi y estar con Marcelo (Tinelli). Me di el gusto de hacer las dos cosas.
- ¿Y cómo es eso de haber cumplido todos tus sueños?
- ¡Peligroso! No hay nada más peligroso que cumplir tus sueños. ¿Ahí qué hacés? ¿No tenés más objetivos en tu vida? Creía que cumpliendo mis sueños me iba a salvar, y no me salvé.
- ¿Salvar de qué?
- De mirar para adentro. Hace dos años lo hice, y encontré una vocación de ponerme al servicio del otro. Era un tipo egoísta.
- ¿Y ahora qué queda, Martín?
- Tener una familia. No me quiero ir de este mundo sin armar una, tener un hijo o varios hijos y enamorarme profundamente de una mujer, si eso existe. Además, ayudar más a comedores de chicos, muchísimo más de lo que lo hago.