Marruecos fue la primera selección africana que pasó la primera fase. El equipo de los Timoumi, Khairi o Merry aguantó dos meritorios empates sin goles antes de dar el golpe frente a Portugal (3-1) y entrar en octavos como primero de grupo. No tuvo suerte en el cruce, sin embargo, y tuvo que cruzarse con una Alemania que no había hecho los deberes, y que los acabó tumbando con un gol postrero de Lothar Matthäus.
Sin embargo su hazaña siempre se recordará, y el dato curioso de la recompensa que cada jugador recibió del rey Hassan II por haber participado en ella: un barco.
El brasileño José Faria, con más de 10 años de experiencia en las categorías inferiores de Fluminense, dirigió a la selección marroquí desde 1983 a 1988. Su identificación con la cultura musulmana le llevó a convertirse al Islam y a cambiar su nombre de pila por el de Mehdi.
Durante estos años conformó una escuadra que concentraba todo su poderío en un mediocampo con una apreciable calidad técnica tanto individual como colectiva.
Adoptó como esquemas de juego el 1-4-4-2 y el 1-4-5-1, en ocasiones alternando ambos en el mismo choque. Tácticamente no aportó gran cosa aunque dice mucho de su mentalidad la gran libertad que ofrecía a sus dos mejores hombres, Mohamed Timoumi y Aziz Bouderbala.
Ofensivamente esa selección apostaba por un fútbol de ataque, con gran precisión en el pase corto. La jugada se iniciaba con Dolmy o Timoumi situados en zona de mediocentros tratando de combinar entre ellos o bien con Bouderbala que iba por los costados. Partiendo de esta base las opciones de atacar el área rival se basaban en conducciones -Bouderbala- o en paredes interiores entre los tres.
El trabajo físico de Krimau no resultaba suficiente para desestabilizar a los rivales, una dosis de instinto asesino hubiese venido bien para poder competir de tú a tú contra selecciones potentes.
Defensivamente su gran arma venía a ser la misma que para atacar: el balón.Marruecos sufría poco en su zaga gracias a su querencia por la posesión. Cuando el equipo rival les discutía la iniciativa entonces se agigantaba la figura de El Hadaoui. Su oficio y su buena lectura de los ataques rivales facilitaban la tarea tanto a la zaga como a Dolmy, el otro encargado de colaborar en la destrucción.
Pero tan fundamental como su trabajo se reveló el papel de Zaki bajo palos, no solo rechazando disparos lejanos sino también abortando jugadas a balón parado por alto.
Zaki recalaría en Mallorca, Timoumi en Murcia -donde solo permaneció una temporada- y Bouderbala permanecería 2 años más en su club, el Sion, antes de dar el salto a la liga francesa. Pero es muy probable que los tres recuerden aquel mes de junio del 86 como uno de los más especiales en sus vidas.
Porque más allá de lo “simpática” que resultó, aquella selección marroquí exhibió un fútbol alegre y desenfadado que tiñó de rojo y verde el grupo F del mundial mexicano.
Y de paso abrió un camino que aprovecharían años más tarde selecciones como Camerún, Senegal o Ghana para dar un pasito más y plantarse en cuartos de final.