Dice: “el arte cura”. Y dice, también: “el teatro es político”. Porque en la historia de
Mariú Carrera
(actriz, directora, escritora, militante), el teatro fue abrazo. Liberación. Respuesta.
La voz es arrullo: “Escribo desde hace años; escribir es parte de ese sendero en el que todas las personas vamos buscando y encontrando respuestas. Pero desde la Dictadura hasta ahora, el arte me permite expresar aquellas cosas que necesitaba transformar; y poder vivir con la tragedia”.
En lo particular, Mariú Carrera se refiere a “El sendero de la jarilla”, la novela que editó hace un año, y que ahora lleva a escena en compañía de Alberto Muñoz y Enrique Lucero. En lo general, a la lucha que lleva hace años como integrante activa -resiliente- de organismos de Derechos Humanos. Pero en ella, sabemos, todo está integrado.
Libro y obra reflejan esa militancia. Y gritan, siguen gritando: “Memoria, verdad y justicia”. “Hoy hay juicios pero un tiempo atrás no. Desde el arte denuncié lo que sabía de nuestros desaparecidos”.
-¿El teatro es un acto político?
-Entiendo que sí. El teatro tiene ideas, ideología, identidad; busca la libertad y la comunicación. En ese sentido, el teatro es político. Pero no debe ser partidista. El teatro es la expresión de una época, de un pensamiento, de una posición asumida. En este caso, puntualmente, tiene que ver con los Derechos Humanos; con el derecho a decir aquello que el hombre tiene dentro de su alma. Y por otro lado toca ciertos temas que hoy aparecen en la Justicia.
En “El sendero de la jarilla”, la actriz construye su relato con distintas voces: “El libro está escrito como texto de reflexión en algunos momentos; en otros segmentos, por una persona que es testigo de que lo ocurre o por dos espíritus que dialogan su propia realidad, porque están asombrados de no tener cuerpo”.
En escena, en cambio, son estos espíritus quienes van hilando, “desde el asombro, el humor o el enojo”, los hechos del pasado: las desapariciones, la búsqueda de los restos de compañeros en el Cuadro 33 (sector del cementerio de Capital donde se entierran los NN), la muerte sin cuerpos. “Trato de encontrar una respuesta que calme el alma y de volver a poner humor. Porque no me gusta quedarme en la tragedia o la injusticia. Apuesto a la democracia, la experiencia, el respeto y la justicia”.
Como Arístides Vargas (escritor, actor y director exiliado), Mariú Carrera escribe sobre el trauma y, cree, como él, que “el arte es sanador”: “Soy un ejemplo viviente de ello. El teatro es un espacio para encontrar respuestas; para verbalizar y para soltar emociones. Para expresarse y ser uno mismo; con los formatos que el alma tiene”.
Un silencio brevísimo corta el decir suavecito de Mariú Carrera. Y luego: “pero la justicia y los juicios también son sanadores. Decir lo que ocurrió ante un tribunal es sanador para uno y para la sociedad”.
El seguimiento de los juicios, su participación en la Comisión de Familiares de Detenidos Desaparecidos por Razones Políticas de Mendoza, y su labor como conductora de la Escuela Popular de Teatro (hoy, Centro Cultural), mantuvieron a Mariú Carrera lejos de los escenarios.
Por eso el recuerdo más reciente es “Cantos de amor y coraje”, espectáculo que fraguó junto a Gustavo Maturano hace dos, para un 24 de marzo. De mucho antes datan los unipersonales “Pegadito a la vida” (la última función fue en 2006) y “La Quitapena” (estrenado en España y Estados Unidos allá por 2002).
-Hacía mucho que no actuabas...
-En la escuela y en el escenario me pueden reemplazar pero en esta etapa de los juicios tengo que estar. En este sentido, puse toda la fuerza en tener la emoción bajo control: comenzaron las excavaciones en el Cuadro 33 y me resultaba muy conmovedor. Pero escribí mucho en estos cinco años (N de la R: “Crónica de un ancho presente”, “El sendero de la jarilla” y “El equilibrista”, un libro que editará pronto). A diferencia de la actuación, la escritura me deja filtrar sin pasar todo por el cuerpo.
-¿Te sentís fuerte, ahora, para ‘filtrar’ por el cuerpo?
-Sí, estoy contenta. Y tranquila. Enrique (Lucero) es un gran director de actores y puestista; y Alberto (Muñoz, de quien fue la idea de adaptar la novela) es un gran compañero. Andrea Cardozo se encargó del vestuario y el maquillaje, y Claudina Gomensoro de los elementos escenográficos y del diseño lumínico. Estoy muy agradecida por todo. Aún más, por el lugar en donde estrenaremos: el teatro Quintanilla.
-¿Guarda alguna historia ese escenario?
-El Quintanilla tiene el estilo del teatro independiente: te encontrás con compañeros (Andrés Romano, Mimí Tuller) y te sentís como en tu casa. Pero también porque por allí pasaron compañeros como Rubén Bravo (su primer esposo, detenido y desaparecido), Osvaldo Zuin y Raquel Herrera.