Alguna vez, en Mendoza, dos de los más grandes guitarristas de rock que en el mundo han sido, se dieron la mano. Fue frente a mis ojos y hoy aún, cuando lo evoco, me parece de a ratos que se trata tan sólo de un efluvio de mis fantasías.
Era octubre de 2004 y el entorno, un hogar de monjas, al que fuimos a parar arrastrados por una invitación que jamás dejaremos de agradecer aquellos que la recibimos.
Valentina Fusari, la gran bailarina, había conocido a miembros de la Liga de Guitarristas de Robert Fripp hacía unos años y esa relación le había permitido ser el nexo para algo que fue como una bomba para los instrumentistas de Mendoza: el gran líder de King Crimson iba a venir a este costado del mundo a dar un curso de su revolucionaria técnica de guitarra.
El lugar elegido para ese curso fue, precisamente, la Casa del Retiro Nuestra Señora del Tránsito, en Lunlunta. Para la última jornada del curso, Fripp sugirió a Valentina Fusari que invitara a un grupo pequeño de personas para que escucharan el resultado de ese curso y que fueran agasajados por él y sus alumnos, con algunas delicias preparadas por ellos mismos.
Dos gigantes se saludan
Cuando quedé entre los invitados por Valentina, mi alegría se salió de quicio. Pero no me esperaba que aún faltaba lo mejor: Ernesto Vidal (otro de los invitados) me invitó a ir con los otros “elegidos” y de pronto me encontré en la calle Belgrano y subiéndome al auto del que iba a ser nuestro chofer: nada menos que Mario Mátar.
Ernesto, Alejandro Pizarro, Rodolfo Castagnolo y yo (después se sumó Cristian Gambetta) viajamos hacia Maipú con emoción. Pero el que estaba transido de alegría era Mario: él, que era un guitarrista que sin dudas podía parangonarse con Fripp en talento, manejó hasta allá y mientras, nos comentó de punta a punta un disco de King Crimson, mientras resaltaba en segmentos puntuales la técnica que el maestro inglés había usado.
La jornada terminó en un momento único: tras recibirnos y mostrarse algo distante, finalmente de entre la quincena de invitados, sólo cinco fuimos sacados del salón donde estaba el ágape y, en una galería, fuimos saludados por Fripp.
El creador de los soundscapes saludó a uno y a otro. Todos le dedicaron palabras, pero en un momento, justo frente a mí, Mario Mátar y él se dieron la mano.
Creo que todos quedamos conmovidos, porque sabíamos lo que estábamos presenciando. Estábamos viendo que dos de los guitarristas más admirados estaban cruzando, justamente, los dedos con los que hicieron música magnífica.
El jueves, cuando murió Mario Mátar, tras una devastadora enfermedad, no pude más que recordar ese momento. No por el mero hecho de haberlo atestiguado, sino porque allí estaba resumida buena parte de la música mejor que hemos oído, pero también estaba ilustrada en vivo y en directo la metáfora del azar: aquel que puede hacer que entre dos tipos geniales medien suertes dispares. A uno, puede venirle el reconocimiento mundial y unánime. Y al otro, una fama, un reconocimiento a menor escala.
Cambió la historia
Cuando volvimos aquella vez, alguien que no recuerdo (seguramente Erni Vidal) me dijo lo que había que decir: que si Mario Mátar hubiera nacido en otro lado, y no en este páramo a veces ingrato, hubiera sido otro Fripp.
Ahora, cuando ya no podemos escuchar de nuevo al gran músico sonreír, creo que de cualquier modo no hay que verlo sentirse tan mal: que Mendoza haya acunado a Mario Mátar ha cambiado para siempre su historia. Porque de eso no caben dudas: la música local, y en especial el rock, jamás podrá omitir la huella honda y virtuosa que el músico (que creó Altablanca, Salsa Blanca y Neptuno Club, y el que brilló con singular intensidad en Zonda Projeckt) ha dejado.
La admiración de sus colegas
Felipe Staiti, guitarrista de los Enanitos Verdes: "Lo único que puedo decir es: 'Gracias, Mario, por tu talento'"
"Lo que puedo decir es que con Mario tuve la gran suerte de hacer con él la primera gira de mi vida (con los Enanitos Verdes). Con él hicimos una gran relación que se mantuvo con los años. No hacía falta llamarnos para el cumpleaños ni visitarnos en nuestras casas, pero estábamos siempre atentos a lo que pasaba con el otro. Y ésta es, sin dudas, una gran pérdida. Pero la muerte es así: no elige el momento, simplemente llega. Lo único que puedo decir es: “Gracias, Mario, por tu talento y por dejarnos tantas cosas lindas en la vida de todos”.
Gustavo Bruno, guitarrista: "No hay guitarrista en Mendoza que no haya abrevado en él"
"Mario Mátar, como músico, fue inmenso. Tanto que te puedo decir sin dudas que no hay guitarrista de rock en Mendoza que no haya abrevado en su forma de tocar y en su forma de entender la música.La pérdida, entonces, para toda la música de la provincia es enorme. No se puede decir de otra manera. Y a sus amigos y colegas, a los que lo conocimos y lo quisimos tanto, lo único que nos queda ahora a todos nosotros es escuchar y celebrar la música del Mario, todo lo que nos dejó".
Darío Ghisaura, líder de Raivan Pérez: "Así como era un músico gigantesco, era una gran persona"
"Él no era sólo un gran guitarrista, más allá de que haya deslumbrado con su instrumento desde los 70. Podríamos decir miles de cosas de lo revolucionario que fue desde Altablanca o después, cuando tuvo esa onda Andy Summers (con sus guitarras sintetizadas) o cuando integró Zonda Projeckt (del que fui sonidista). Estaríamos muchos días hablando de él como músico. Pero yo quiero realzar el ser humano que fue. A pesar de lo grande que fue, yo lo que más rescataría es la humildad que siempre lo acompañó. Dentro de todo lo grosso que fue, era un tipo que valoraba a todos sus colegas".
Ernesto Vidal, bajista de Zonda Projeckt: "Me atrevo a decir que fue nuestro Luis Alberto Spinetta"
"Mario Mátar ha sido nuestro duende. La persona que nació con el don. Hay algunos que nacen con una estrellita en el medio de la frente, y uno de ellos fue Mario Mátar. Me atrevo a decir que fue nuestro Luis Alberto Spinetta. El tipo que tenía eso distinto. Así como el Flaco al hacer música te dejaba en silencio, el Mario se colgaba una guitarra en el escenario y cuando sonaba había tres puntos suspensivos y luego venía la magia. Virtuosismo en estado puro. Un diamante en bruto. Como Spinetta, era básicamente autodidacta. Es cierto que en 1985 estudió en los Estados Unidos, pero él iba más allá. Fue el artista de la guitarra más increíble que dio la provincia, más que Tito Francia o que Hilario Cuadros. Él no tenía ego. Era un santo. Nunca lo escuché enojado o insultar a alguien. Eso redundó en lo que ahora es la leyenda, que es en lo que se convirtió para todos los que asistimos a su entierro. Yo tengo un orgullo: haber compartido con él Zonda Projeckt, uno de los grupos más profesionales que tuvo. Y eso que estuvo en Altablanca, un combo magnífico. Pero Zonda Projectk, al que se sumó conmigo y con Tuti Vega, fue el grupo más completo que tuvo. Una prueba de eso es que fue el único grupo con el que grabó un disco realmente. Se fue más que un músico, un ángel".
Fernando Ramírez, actor y cantante de Salsa Blanca: "Era un visionario, un tipo que supo interpretar el tiempo"
"Me encanta bailar la Salsa Blanca", decía la gente, como si se tratara de un género. Y la verdad es que nosotros no podíamos rebatirlo porque era una mezcla de todo. Una combinación rara y alucinante de músicos que venían del jazz y del rock y un cómico que le imprimía show. Mario no sólo era una persona entrañable sino un tipo que supo interpretar el tiempo. Podía interpretar salsa, rock, bolero, cumbia, zamba y a la vez prestarse a un juego creativo sin límites. 'Dale, cuenten conmigo', dijo al pasar por la mesa del café Los Cuatro Gatos donde se estaba ideando Salsa Blanca. Y en la noche de año nuevo de 1989 fue, junto a Karamelo Santo, el debut. Era un garaje gigante; esa noche ya se percibió cómo la banda iba camino a convertirse en un verdadero suceso. Y estaba Mario en ella, el tipo que inventaba cosas con la guitarra, como sacarle 'sonido de vientos'. Sí, vientos con la Roland. Era un visionario. Una vez me pasó un casete de una cosa que había grabado. Seis años después, salió un álbum de un músico internacional célebre. ¡Era el mismo sonido! Y Mario lo había descubierto seis años antes.
Lito Vitale: "Teníamos coincidencias estéticas y artísticas"
“No nos conocimos demasiado, pero sabíamos uno del otro; sabíamos que teníamos coincidencias estéticas y artísticas, que juntar, acercar o provocar encuentros de artistas de diferentes universos musicales era una misión que resultaría algo imprescindible en nuestras vidas. En el momento en el que Altablanca fue a tocar a Buenos Aires, invitados por nuestra cooperativa musical M.I.A, circunstancialmente Mario no integraba el grupo, pero su impronta estuvo viva en la música de esa colosal e histórica banda mendocina. En la Vendimia de este año que ya se va, tuve el placer y honor de rendir homenaje a Altablanca, interpretando el temazo Shayton, junto al Tano Bruno, en guitarra y a Javier Segura, en voz. Al mediodía de esa jornada nos conocimos, charlamos, hablamos de la historia, de instrumentos, de producción independiente, de coincidencias artísticas y del camino que trazamos en común, casi sin saberlo… Fue emocionante, fue un momento de esos que agradezco haber vivido. Se fue un artista, un compositor, un guitarrista y productor, pero su música está y seguirá viva por siempre. Estoy esperando la concreción de su box set de siete CD, para meterme más en su música. Mario Mátar, gracias por haber compartido tu camino con nosotros”.