Mario “Cirujano” Ortiz: el fenómeno que se nos fue rápido

Cuando estaba en el mejor momento de su carrera, con tan sólo 24 años, falleció víctima de un cáncer en la columna. Tenía un futuro enorme.

Mario “Cirujano” Ortiz: el fenómeno  que se nos  fue rápido
Mario “Cirujano” Ortiz: el fenómeno que se nos fue rápido

Luchó hasta el último minuto. Lejos de la mampara. Sin público. En silencio. Una sábana cubrió su rostro. Como si fuera la toalla, en señal de abandono de la pelea.

Había nacido en San Rafael el 14 de octubre de 1953 y falleció muy joven, con apenas 24 años de edad, el 11 de setiembre de 1978, víctima de un cáncer de columna que en sólo 45 días terminó con su existencia en el mejor momento de su hasta entonces ascendente carrera, que empezaba a tener proyección internacional.

Simple, llano, sencillo, afable, conservó siempre no sólo la imagen del muchacho común sino la alegría y la espontaneidad de la calle, consustanciándose con ella y de la que se había nutrido hasta el hartazgo. Y Mario Alberto Ortiz no devolvió los golpes de la vida. Ya en el devenir del tiempo, solía decir: "No importa la fama, ni el dinero, quisiera que algunos chicos se salvaran como me he salvado yo".

Y fue una agonía lenta, que lo fue minando, destruyendo, haciendo estragos en su físico, pero sin domeñar su espíritu, luchando, aun sabiendo plenamente que su destino era irreversible. "Esto se termina, hermano"… Lo dijo más de una vez, pero no se daba por vencido. Y cuando salía de su sopor, preguntaba por sus hijos. Hasta su lecho de enfermo llegaron cientos de personas; para todos, en su lucidez, tuvo la palabra amable, acompañando la esperanza de un desengaño. “Padrino, me voy”… y lo decía apenas había ingresado a la clínica…

Y no necesitó de declaraciones estruendosas para convertirse en ídolo. Fue simplemente él. En toda su dimensión. Sin desplantes. Escalón por escalón fue construyendo su propio camino.

Un camino que siempre, y en cualquier lugar, le reservaron los codos insospechados de un destino incierto. Llegaron noches encantadas, únicas, imborrables; aquellas que hicieron del boxeo una cosa distinta, inusitada; cuando al estadio de calle Mitre 1771 de ciudad llegaban los "Caudillos del Parque" y la banda acompañaba, por adelantado, los triunfos de sus ídolos.

Mario Alberto Ortiz tuvo una extraña cualidad: en ese mundo violento e inestable del boxeo, no defraudó. Aun combatiendo mal, era un pugilista que se entregaba por entero a su faena. Que siendo un elemento ortodoxo, no vacilaba en salirse del libreto para definir o simplemente entregar el espectáculo que los aficionados habían concurrido a presenciar.

De ahí no podía extrañar aquella pelea con el uruguayo Gualberto Valdez, cuando en el primer minuto del asalto apertura se fracturara el brazo y siguiera combatiendo hasta el final. Y sobre el décimo asalto pusiera KO a su rival. Todo el público presente en esa noche, de pie, saludó a este boxeador que pertenecía a la raza de los elegidos para el aplauso y la gloria.

Y de esa pelea en el Luna Park, le quedaban a un paso los grandes escenarios. Porque todo lo que un hombre de su división podía hacer lo había hecho. Era un auténtico campeón. Necesitaba nada más que el tiempo necesario para pasar rivales

Fueron los periodistas deportivos especializados en boxeo Enrique Máximo Romero, Roberto Suárez Díaz y Pablo Agustín Rodríguez los que bautizaron como "El Cirujano" a Mario Alberto Ortiz, a comienzos de la década del 70, después de un combate del liviano mendocino en el estadio Pascual Pérez. Incluso Romero, en una producción muy comentada que se editó en Los Andes y  El Andino -el diario vespertino que se publicaba en esos tiempos-, lo vistió de cirujano al lado de una camilla de cirugía en una sala de operaciones de una clínica del centro de la ciudad que otorgó el permiso para la nota. Apodo que lo acompañó durante toda su corta carrera para graficar que pegaba como si tuviera un bisturí escondido en los puños de sus guantes de boxeo, por la precisión y justeza de sus golpes.

“El Cirujano” agonizaba cuando recibió la visita de su gran amigo Darío Felman acompañado de Mario Kempes, quienes realizaban una gira por el país con el Valencia de España. Como también sentía pasión por el fútbol, el "Matador" le obsequió una de las camisetas número 10 del Seleccionado argentino que había utilizado en el Mundial de ese año y ambos le ayudaron a colocársela.

“El Cirujano” se había criado en un hogar muy humilde y desde la misma infancia la pobreza lo golpeó y acorraló contra las cuerdas de la vida que recién empezaba. Quedó huérfano a los 10 años y aprendió distintos oficios para abrirse paso sin caer en los vicios y peligros de la calle: fue lustrabotas, canillita, cargó bolsas de harina, aprendió a hornear el pan y a preparar y llevar baldes de mezcla en obras en construcción. Hasta que a los 13 años, cuando se había ido a La Pampa a buscar trabajo, encontró abierta la puerta de un modesto gimnasio y se hizo boxeador.

Cuando regresó a su San Rafael natal se puso a las órdenes de Héctor Mora, su primer gran maestro, con el que se reencontraría al final de su campaña luego de haber sido dirigido un tiempo muy breve por don Francisco Paco Bermúdez y por Juan Carlos Pradeiro, cuando se radicó en Buenos Aires.

La gran hazaña

Fue representante olímpico en los Juegos de Munich en Alemania 1972, donde a raíz de un inconveniente estomacal se quedó sin la medalla de bronce frente al colombiano Alfonso Pérez. En 1973 se clasificó subcampeón latinoamericano aficionado y ese mismo año hizo su debut en el campo rentado con un rotundo triunfo sobre Héctor Puerta, por KO en el cuarto round, en Tunuyán, el 8 de junio de 1973.

Como profesional enfrentó y les ganó a los mejores referentes de su categoría: Oscar Cachín Méndez, Jorge Polvorita Gómez, Gregorio Albarracín, Miguel Maldonado, Juan Olivera y muchos más. Hasta que el 16 de abril de 1977 se consagró campeón argentino de la división liviano al vencer por puntos tras 12 vueltas a Nicolás Arkuszyn, en el Luna Park.

En ese mismo escenario retuvo el título el 13 de setiembre de 1978 ante Julio Campana, al que puso KO en el primer asalto. Se recuerda que fue protagonista de una de las hazañas más grandes en el historial del boxeo argentino, porque un año antes de su deceso, el 10 de setiembre de 1977 en Buenos Aires, en absoluta inferioridad física porque se había fracturado el brazo derecho en el segundo round, le ganó  por KOT en el noveno al campeón uruguayo Gualberto Rubens Valdez, al que con una sola mano envió dos veces a la lona, en una demostración de coraje y amor propio. Fue una noche memorable, con el público del Luna Park que terminó aplaudiéndolo y ovacionándolo de pie.

"Con un brazo de oro y otro lastimado" fue el título del conmovedor comentario de Ernesto Cherquis Bialo, que firmaba sus artículos como Robinson en las páginas de El Gráfico. Como profesional hizo 34 peleas con 31 victorias (17 por KO y 7 por abandono), 2 empates y 1 derrota.

Félix Suárez

¡Campeón!

La página de Los Andes en la que informaba de su consagración como campeón argentino, en la que se hace hincapié en que fue el tercero después de Nico y Carlos Aro.

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