Mario Bunge: "La medicina no puede ser una mercancía”

A los 93 años, el filósofo sigue siendo tan polémico como siempre e igualmente productivo: hace poco presentó su libro “Filosofía para médicos”.

Mario Bunge: "La medicina no puede ser una mercancía”
Mario Bunge: "La medicina no puede ser una mercancía”

"Dele nomás. Vamos a ver cómo funciona mi memoria". A Mario Bunge le preocupa la precisión del recuerdo y le sobra calidez, a pesar de la distancia. Y entonces dirá "hagámoslo por e-mail ". Y en ese decir conservará entre sus manos la atención del detalle y la claridad en el pensamiento, tan presentes en sus investigaciones.

La respetuosa dedicación a un extenso cuestionario -luego serían dos- pondrá a jugar su memoria de apenas 93 años, ese baúl que conserva sus más preciados recuerdos, como preciadas son las distinciones que recibió a lo largo de su vida: el premio Príncipe de Asturias de Humanidades en 1982 y 19 títulos honorarios otorgados por universidades de todo el mundo.

Bunge se consagró como uno de los científicos e intelectuales más prestigiosos que ha dado Argentina gracias, en parte, a los ocho tomos del Tratado de Filosofía Básica, escritos entre 1984 y 1989.
 
Pero nuestro país le dio la espalda en 1963, lo que lo impulsó a buscar otros horizontes, otros campos para desarrollar su fecunda devoción por la investigación.
Luego de enseñar en México, Estados Unidos y Alemania, se instaló definitivamente en Montreal, Canadá. Allí dicta la cátedra Frothingam de Lógica y Metafísica de la Universidad McGill.

Mario Bunge no habla en esta entrevista de sus premios ni de sus años como profesor universitario. A través de este intercambio de preguntas y respuestas recorrerá el tronco argumental de su libro "Filosofía para médicos", que a fines del año pasado publicara Editorial Gedisa. La obra no es otra cosa que una oportuna observación de diversos interrogantes que involucran a la industria farmacéutica, el regreso de viejas enfermedades, las medicinas alternativas, el atraso de la psiquiatría y otros temas no menos controvertidos.

Y entonces sí, aunque más de una vez se olvide el nombre de un autor ("como suele ocurrirnos a los viejos", dice), hablará del pasado, de su infancia en Buenos Aires, sus padres, el amor por la literatura, sus incursiones como periodista, la Universidad Obrera Argentina montada a fines de la década del '30 y las polémicas suscitadas con las pseudociencias. Lo hace como si fuera un sparring de lujo, lapidario e imperturbable.

-A partir de su mirada crítica en "Filosofía para médicos" hacia el mercado, como productor y regulador de medicamentos, corresponde preguntarnos quién es el culpable de que el médico no pueda recetarle nada para el cólera a un paciente, porque el dinero que iba a invertirse en producir una vacuna o medicamento contra esa enfermedad va a ser destinado a producir más viagra.

-Hay dos culpables: el llamado libre mercado o capitalismo, y el Estado. Los empresarios privados cumplen su rol, que es obtener utilidades, al no lanzar al mercado mercancías que los pobres no podrían adquirir.

Pero los llamados estados de bienestar (como los escandinavos) procuran remediar las peores fallas del llamado libre mercado, por ejemplo, al suplir medicamentos gratis o casi gratis. Brasil, Sudáfrica y en alguna medida también Argentina hacen algo parecido con algunas drogas.

Pero no pueden financiar la investigación aplicada que requiere una nueva molécula, porque semejante trabajo suele exigir una decena de años y dos mil millones de dólares. Ojalá en el futuro se formen cooperativas de producción suficientemente ricas para poder emprender semejantes empresas. Desgraciadamente, tanto la derecha como los comunistas han boicoteado a las cooperativas.

-¿Qué rol debería cumplir el Estado para seducir a sus científicos e investigadores y destinar recursos que permitan fabricar ese tipo de medicamentos?

-Los científicos básicos no tienen nada que ver con eso: se limitan a estudiar la realidad. Los tecnólogos, en particular los farmacólogos que diseñan drogas, son empleados de empresas farmacéuticas, y diseñan lo que les piden sus patrones.

-¿Qué opinión le merece esta necesidad instalada por los medios y por el aparato de propaganda que promueve, a cualquier precio, la juventud eterna?

-La juventud eterna es imposible, pero el alargamiento de la vida es un hecho que viene ocurriendo desde hace un siglo y medio. En efecto, la esperanza de vida al nacer ha pasado de unos 15 a 80 años en los países desarrollados. Esto se ha conseguido no tanto por vía de drogas como de sanidad pública y a través de la difusión de estilos de vida más razonables, como bañarse diariamente y abstenerse de fumar, comer comida chatarra o beber alcohol y bebidas azucaradas.

-Usted dice que las enfermedades son procesos naturales, pero su reconocimiento como problemas médicos depende no sólo de los conocimientos sino también de los juicios de valor. ¿Cuáles son, en ese sentido, las enfermedades más preocupantes de las sociedades actuales?

-Las enfermedades más comunes ya no son las infecciosas, como la tuberculosis y la sífilis, sino las crónicas, como las del sistema cardiovascular, la diabetes y el cáncer.

-Foucault y otros pensadores han acusado a la medicina de "promover enfermedades" y, si bien es cierto que olvidaron agregarle el contexto social a esa afirmación, desde hace muchos años se sospecha que en los laboratorios se "fabrican enfermedades". ¿Qué opina usted al respecto?

-Michel Foucault fue un charlatán peligroso porque adoptó las ideas del reaccionario Nietzsche y la fraseología absurda del nazi Heidegger. Su afirmación de que las enfermedades son producidas por los laboratorios farmacéuticos y los médicos muestra su ignorancia total de la biología. Muchas de las enfermedades que nos aquejan son zoonosis, o sea, nos las contagian animales domésticos o salvajes. Por ejemplo, el sida apareció en monos antropoides antes de llegar a los humanos. La domesticación de animales tuvo su precio, como lo tuvo la agricultura.

-¿Se es menos paciente si se pregunta, y en ese cuestionamiento se pone en tela de juicio la palabra del médico como una verdad absoluta?

-Ya no se suele creer que el médico lo sabe todo. La propia actitud de los médicos ha cambiado: ya no son paternalistas y están dispuestos a explicar lo que pasa. Pero suelen estar tan sobrecargados de trabajo, que tienen poco tiempo para instruir a sus pacientes. Incluso en el famoso hospital de la Universidad Johns Hopkins, que organizara el gran clínico canadiense William Osler, al psiquiatra se le exige que despache a sus pacientes en menos de 15 minutos.

-¿Qué sucede cuando la medicina científica está fuera del alcance de buena parte de la población y deja de ser un bien público?

-Donde la medicina es una mercancía y no un bien público, la gran mayoría de la gente se enferma más de lo necesario, lo que aumenta el ausentismo en los lugares de trabajo y de estudio, que a su vez aumenta la carga pública y disminuye el provecho privado.

-¿Para qué debiera ser utilizada la "Filosofía para médicos"?

-Espero que este libro muestre una vez más que la atención médica es mucho más difícil de lo que suele pensarse, porque supone una enorme pila de conocimientos que se renuevan diariamente a fuerza de investigar. El médico responsable estudia diariamente en lugar de confiarse en lo que aprendió en la facultad.

Eso sugiere que los médicos, al igual que los profesores universitarios, gocen del año sabático: que cada cinco años puedan alejarse de su consultorio para estudiar y trabajar en un hospital universitario, donde tengan contacto frecuente con investigadores y profesionales de otros lados.

-¿Qué cosas le hubiera gustado hacer y no pudo?

-Logré lo que me propuse, que fue hacer filosofía inspirada y controlada por la ciencia. Pero si tuviera otra vida, me dedicaría a la Psicología o a las ciencias sociales, y pasaría más tiempo jugando con mis nietos y bisnietos.

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