Mariana Enríquez: "Me gusta lo oscuro, lo lateral, lo gótico, lo siniestro”

Fragmentos y entrevista a una autora joven que ha sabido convertirse en una de las más influyentes de la escena nacional. Acaba de lanzar dos libros: “Alguien camina sobre tu tumba” y la reedición de “Bajar es lo peor” (que publicó hace 20 años, a los 21)

Mariana Enríquez: "Me gusta lo oscuro, lo lateral, lo gótico, lo siniestro”

La editorial Galerna acaba de publicar a la periodista y escritora Mariana Enríquez por partida doble. Se trata de "Alguien camina sobre tu tumba", crónicas que la autora -transformada en una elocuente "catadora de cementerios"- escribió tras visitar numerosas necrópolis diseminadas por el mundo, y la reedición de su mítica novela posgótica "Bajar es lo peor".

Dos libros que comparten varias obsesiones y que están escritos con una prosa de un curioso realismo sugestivo. Sin medias tintas, Enríquez es una de las pocas escritoras de habla castellana que logra alcanzar lo fantástico sin caer en impostaciones cínicas.

-¿Cuáles fueron sus influencias al escribir un libro de características como "Alguien camina por tu tumba"?

-El título tiene que ver con un dicho inglés, "I felt somebody walking on my grave" ("sentí que alguien caminó sobre mi tumba"). Es una creencia folklórica británica que, cuando alguien siente un escalofrío, es porque alguien acaba de caminar sobre el lugar donde, en el futuro, estará la tumba del que siente el chucho de frío en cuestión. Entonces esa persona dice: "Sentí que alguien caminó sobre mi tumba" después del escalofrío. Se menciona en montones de libros y canciones. En nuestro idioma hay un dicho parecido yo recuerdo haberle escuchado a mi madre y mi abuela: es "me pasó la muerte". Lo decían cuando tenían un escalofrío. Es básicamente la misma idea pero el dicho inglés, traducido, era un mejor título.

-Es un libro de género difícil de determinar. ¿Podría considerárselo un diario de viaje, tal vez?

-Sí, es un diario de viaje y es un libro de relatos de viaje… Pero me gusta que no pueda ser encasillado en un género. Me alegra que resulte un libro inclasificable.

-Es el producto de varias décadas de investigación en torno a los cementerios. ¿Cómo nace esa inclinación?

-No creas que es una investigación muy seria. En ese sentido, mi aproximación es bastante lúdica y curiosa: investigué pero no en profundidad, o, en todo caso, diría que es una investigación placentera y de años de gusto por ciertas cuestiones macabras, no como estudio, sino, de verdad, como entretenimiento. Estética y narrativamente me gusta lo oscuro, lo lateral, lo gótico, lo siniestro; en ese sentido un cementerio es un lugar que combina varias de mis inclinaciones estéticas y además me produce una mezcla de tranquilidad e inquietud que me seduce muchísimo. Los cementerios son lugares definitivos, tranquilos, pacíficos, muy hermosos, en general vacíos.

-No son pocas las zonas en que su prosa se torna poética. Hay dos citas concretas: "siento un gusto plateado en la boca, monedas en el paladar" (para expresar que tiene miedo)...

-Jamás escribí poesía, pero la prosa que carece totalmente de lirismo cada vez me gusta menos; así que naturalmente tiendo a veces a usar recursos líricos, pero de manera inconsciente, de lo contrario creo que mi prosa seguiría siendo muy seca. ¿Es un libro un poco triste, a lo mejor? Y sí, rara vez escribo cosas alegres.

-Sus capítulos no siguen un orden estrictamente cronológico. ¿Qué criterios se contemplaron a la hora de definir esa secuencia narrativa?

-La secuencia fue un acuerdo con el editor, Salvador Biedma, que seguramente sabe el porqué de ese orden mejor que yo. Yo solamente le dije dos cosas cuando estábamos cerrando el índice: que el primer capítulo debía ser el de Staglieno en Génova, porque es de hecho el primero cronológicamente pero además porque es una historia romántica de casi adolescencia, y el último debía ser el de La Reja, el entierro de la madre de Marta Dillon cuando apareció, porque de alguna manera le daba un sentido a mi obsesión por el destino de los restos humanos, por los epitafios, por recorrer los lugares donde están los cuerpos. Un primer capítulo juvenil, un último más maduro, más "real". Después, él me propuso este orden para los otros capítulos y yo lo acepté. No soy muy obsesiva con este tipo de cuestiones.

-Al leer los capítulos dedicados a Estados Unidos, que posee una concepción sobria de la muerte, y se los compara con México, país donde se la ha desacralizado casi por completo; ¿cuál cree que es la relación que tienen los argentinos con Tánatos?

-Un poco fóbica. Negadora, cada vez escucho más cosas como "yo quiero que me cremen y se olviden de mí". La mayoría de las personas con las que hablo les parece un horror tanto la concepción de sobria festividad de los funerales norteamericanos como el festejo colorido mexicano, ambas cosas les parecen "morbosas". Sin embargo, los cementerios argentinos son muy hermosos y de lo más creativos, los regalitos y recordatorios que se le dejan a los muertos queridos son muy particulares. Como en casi todo, sospecho que nuestra relación con los lugares de la muerte es contradictoria.

-Más allá de ser el sitio donde se depositan los restos mortales, los cementerios son reservorios de historias. ¿Siente que muchas anécdotas han quedado fuera del tintero?

-Las anécdotas que pude recolectar las puse todas. Sospecho que hay miles más. Pero como a los cementerios voy en viajes cortos, y averiguo lo que puedo ahí y después completo con alguna investigación más de diarios y libros e internet, llega un momento en que me detengo, que digo ya tengo las suficientes. Pero seguro hay cientos más. Yo incluí todas las que sé. Me interesaba que el libro no fuera exhaustivo, que conservara cierta fugacidad -porque los viajes y los recorridos son fugaces-. A la vez, me doy cuenta que tiene mucha información.

-Personalmente me impactó su descripción de la tumba del poeta norteamericano Conrad Aiken. ¿Tiene Ud. alguna sepultura que la haya cautivado en especial?

-La tumba de Marie Laveau en Nueva Orleans debe ser mi favorita, por el ritual -pedirle un deseo, dar la vuelta, marcar con tres cruces-, porque fue una mujer fascinante y muy misteriosa, y porque paradójicamente me gusta que sea un lugar común del turismo, eso la convierte en un espacio de encuentro colectivo global, me imagino millones de personas de todo el mundo saludando y pidiéndole un deseo a una negra libre de Louisiana, a una sacerdotisa vudú, y me parece sensacional, una de las cosas buenas del mundo.

-Sin deseos de resultarle mórbido, ¿alguna vez se imaginó su propia tumba?

-Yo digo, medio en chiste, que me gustaría que me cremen y me pongan en la tumba del presidente de la sociedad protectora de animales en la Recoleta, que es una pirámide hermosa, porque me encanta la Recoleta y nunca voy a poder estar enterrada ahí.
 
Pero no, nunca lo pensé seriamente. Me encantaría poder elegir -pero lamentablemente a uno lo entierran cerca de donde murió. Supongo que de vieja me tendré que ir a vivir a Savannah para que me entierren en Bonaventure, a mi juicio el cementerio más lindo del mundo.
Lo peor es...

-Hablemos de su otro libro. "Bajar es lo peor" cumple casi veinte años y lo celebró de la mejor manera posible, a través de una esperada reedición. ¿Qué modificaciones se contemplaron para la realización de esta nueva edición?

-Ninguna del texto. Le escribí un prólogo y cambiamos la tapa con una hermosa foto de Nora Lezano. El texto es exactamente el mismo.

-Las resonancias góticas de su primer novela, son evidentes. ¿Además de los clásicos de género, por entonces, había leído asiduamente a Ann Rice y Stephen King?

-Sobre todo a King. Y a Emily Brönte, a Charlotte Brönte. Y mucho horror clásico, Stevenson, Henry James (Otra vuelta de tuerca es una influencia). Clive Barker. Anne Rice también, los dos primeros libros de la saga de crónicas vampíricas eran una influencia muy importante. También Sobre héroes y tumbas y Rimbaud.

-También resulta un poco punk… A través de un estilo a lo Charles Bukowski, crudo, muy potente que encierra la violencia de un "cross" a la mandíbula, como diría Arlt. ¿Recuerda en qué circunstancias escribió la historia de Facundo?

-No mucho, tengo mala memoria.

-¿Cómo imaginó una narración semejante?

-En general, los personajes se me presentan, convivo con ellos mentalmente. Facundo fue una especie de síntesis de lo que yo consideraba hermoso y maldito, una noción bífida que me obsesionaba mucho entonces. Cuando lo imaginé tenía unos 17 años, era de verdad muy chica.
-¿De qué modo cree que se vislumbra el menemato en sus páginas?

-No estoy muy segura. Los críticos me dicen que en esos jóvenes abandonados y sin futuro está el menemismo y puede ser. En que ellos no viven la fiesta o, mejor dicho, tienen su propia fiesta lateral y autodestructiva.

-¿Le costó encontrar editor? Pues, por entonces, era realmente joven; apenas 21 años.

-Yo nunca busqué un editor. Circunstancialmente, mi mejor amiga de esos años, Andrea, es la hermana menor de Gabriela Cerruti, que en ese momento era periodista y trabajaba o acababa de editar -no recuerdo las fechas- "El jefe", la biografía de Menem, en editorial Planeta. Fue una coincidencia: la editorial estaba buscando una novela escrita por una persona joven para una colección; Gabriela se enteró por su hermana de que yo había escrito ésta, me la pidió, la leyó, no sé si le gustó pero le vio potencial y la llevó a la editorial, donde decidieron publicarla.

No tal cual estaba: la corregí, hice un trabajo de edición con Juan Forn. Y eso fue todo. Cuando me ofrecieron publicarla quise hacerlo, claro, pero yo no había pensado en hacerlo y no conocía a nadie del mundo editorial ni conocía a escritores, a nadie de ese mundo. No existía en mi imaginación la idea de publicar.

-Si la compara con su otra novela "Cómo desaparecer completamente" (2004), además del género y extensión, ¿en qué se diferencian?

-Cómo desaparecer... fue una novela escrita cuando yo ya estaba decidida a ser escritora, después de varios años no sólo de no publicar, sino de escribir textos fallidos, incluso una novela entera muy mala. Es un libro mucho más reconcentrado y mucho más consciente.

Cada libro, su época

-Haciendo un balance y en retrospectiva, ¿haría alguna modificación?

-No, nunca.

-¿Por qué?

-Los libros le pertenecen a su época y al autor en ese momento, que va cambiando. Además, rara vez releo: no sabría qué modificar.

-Dado que se trató de una reedición. ¿Podría improvisar una nómina de dos o tres títulos de novelas argentinas que sería oportuno volver a divulgar?

-Muchos de Elvira Orpheé, especialmente la novela corta "En el fondo", es una narradora exquisita. "El libro vacío", de Josefina Vicens, una escritora mexicana que tiene sólo dos novelas, ésta es notable e inconseguible. Y hace mucho que no veo en castellano los "Libros de sangre de Clive Barker".

-¿Cuál es su próximo proyecto?

-Estoy escribiendo hace mucho una novela de terror. Me costó horrores -ésa es la palabra- resolverla técnicamente pero ahora que está encaminada, espero terminarla muy pronto. También tengo listo un libro de cuentos. Y estoy en proceso de corrección de un libro sobre Silvina Ocampo que se editará en Chile. 

Bajar es lo peor

Capítulo 1

Amanecía. La humedad y el calor pegaban las sábanas a la espalda de Narval, que se desperezó y se asomó por la ventana. Los barcos inmóviles estaban iluminados fantasmagóricamente por las primeras luces del sol; la habitación también empezaba a aclararse: la cama revuelta, el lavatorio sucio en un rincón, la jeringa la jeringa y la cuchara tiradas en el piso. Narval no conocía el lugar; ni siquiera podía recordar cómo había terminado ahí. Recorrió la pieza con la mirada. Nada por ningún lado, salvo una mugre colosal.

-Con quién habré estado anoche- se dijo en voz baja, aunque lo sabía y trataba de sacarse la idea de la cabeza, fingir que lo había olvidado. Se frotó los antebrazos con las manos; tenía frío y estaba mareado.

Se puso la campera y comenzó a bajar. Había dormido vestido, incluso llevaba puestas las botas.

Caminó por el puerto, las botas chasqueando contra el empedrado. Se sentó con las piernas colgando hacia el agua. El olor del Riachuelo era casi insoportable, pero Narval se acostumbró enseguida y se quedó mirando los retorcidos hierros del puente hundidos en el agua negra.

En realidad, estaban bastante derechos, pero la sensación que daba mirarlos era de hierros retorcidos. El chasquido del agua sucia golpeando contra el monstruo de metal negro le ponía la piel de gallina, lo mismo que la grasa pegoteada, como si el Riachuelo fuera algo vivo, viscoso y oscuro que no quería emerger y besar los barcos y el puente.

Los barcos. Para él, los barcos nunca zarpaban, siempre estaban inmóviles, muertos, abandonados. Fantasmas gigantes, rodeados por la niebla del amanecer, una niebla que hacía que las cosas se vieran como a través de un vidrio empañado.

Se tanteó el pecho y camisa buscando cigarrillos. Encendió uno: la ceniza cayó en el agua aceitosa, flotó un instante y se hundió. Como no soplaba una brisa, podía hacer esos anillos de humo en los que era experto. Una chupada, una seguidilla de anillos perfectos, otra chupada y un anillo grande y otro chiquito que se metía dentro del primero. Asqueado, tiró el cigarrillo por la mitad. Tenía la boca pastosa de nicotina y el estómago revuelto por no comer.

(Págs. 15-16). Gentileza Editorial Galerna.

Alguien camina sobre tu tumba

"Ciudades de los muertos" Nueva Orleans, Luisiana, Estados Unidos, 2012

Hace horas que busco rastros de vudú en Nueva Orleans. Algo más que un simple muñequito souvenir o un guía que te repite su cuento por veinte dólares o una bolsita de gris-gris o un filtro de amor colorado. Más tarde debo visitar la tumba de Marie Laveau, reina del vudú en esta ciudad durante la primera mitad del siglo XIX, hermosa mujer de grandes aros, con el cabello recogido en un turbante. Su tumba es la más visitada de Estados Unidos. La primera es la de Elvis, en Graceland, en su casa (los restos de Elvis no están, no pueden estar, en un cementerio común: se producirían avalanchas).

Antes de la visita ceremonial, ritual, a la tumba de Marie, quiero algo que parezca genuino. Y que esté acá, en la ciudad. No tengo forma de llegar a los pantanos de Luisiana, donde, dicen, todavía viven sacerdotisas vudú en tráilers. No tengo auto. Y no tener auto en Estados Unidos, es como no tener pulso.

En Dumaine Street, a pasos de Jackson Square, en uno de los rincones más turísticos de la ciudad, está el Museo del Vudú. Es chiquito, sencillo; un museo pobre. No vende postales, no tiene público. El viejo sentado detrás del mostrador de la entrada parece complacido por la visita. Es afroamericano, tiene una camisa blanca, dice que "practica" y me ofrece un librito introductorio con información.

El museo está vacío. Mi pareja y yo lo recorremos solos. Es apenas una casa con un pasillo y dos habitaciones. Las fotos que cuelgan en las paredes, enmarcadas, tienen como epígrafes explicativos textos amarillentos, algunos escritos a mano. Hay varios aparadores con reliquias detrás de las puertas de vidrio.
(Págs. 116-117). Gentileza
Editorial Galerna.

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