María Valenzuela: “Hoy vivo al día, como todos los argentinos”

La actriz, que volvió al teatro porteño después de una larga depresión, se confiesa y cuenta su dura historia. Su pasado y su presente.

María Valenzuela: “Hoy vivo al día, como todos los argentinos”
María Valenzuela: “Hoy vivo al día, como todos los argentinos”

Desde que debutó en la televisión a los nueve años, María Valenzuela transitó junto al público y sin vergüenza sus distintos rangos de tristeza. La vimos raparse con furia para acompañar el derrame cerebral de su hija Malena, la vimos despedir con ternura a su ex marido "Pichuqui" Mendizábal, y torear una posterior depresión, tema tabú que suele esconderse bajo la alfombra de la farándula. Ahora es como si la vieja pena hubiera impreso su huella, la hubiera moldeado, pero no hubiera logrado derrotarla. Sonríe con esa mueca dulce de los boxeadores que en el último round retienen la corona.

"La tristeza es quietud". María dice eso hoy: que está en continuo movimiento, que el teatro la devolvió "al hecho vivo", a esa poesía de mentir, de "escuchar las respiraciones, el sonar de las narices" de los plateístas que lloran. Siente alivio de poder entender qué era eso que la llevó a una internación. "La tristeza es una parálisis hasta física, un estado. Te quedás tirado en un sillón, en una cama, no teniendo buenos pensamientos. A lo mejor no entendés por qué y cómo solucionarla. Hay mucha más gente triste que lo que pensamos, pero tratan de ocultarlo para no hacer daño al entorno".

A los 63, logra tener 23 años cada dos por tres, cuando aparece sentada en el Mazda RX-7 de Sandro, en una oda a la imprudencia al volante que es  "Subí que te llevo". Es que gracias al rescate de Canal Volver, la vemos asiduamente abandonando su Fitito blanco por el bólido rojo que va a 200 kilómetros por hora mientras "El Gitano" canta "Yo quiero vivir como las aves que no pueden atraparse". Ahí está, rubísima, encerrada para siempre en esa escena mítica del cine: "Ajustate el cinturón que vamos a volar, nena".


    Clarín
Clarín

Zoom en María, antes Mariquita para la colonia artística: su camita infantil fue, por años, una valija abierta. Sus padres, bailarines, salían de gira por el interior y la recostaban como "a una muñequita" en la maleta. Su madre le lavaba el pelo con manzanilla para transformar en dorado su castaño claro. La única vez que le temblaron las piernas con un beso de ficción fue ante la boca del "Gitano" Roberto Sánchez. Nunca pudo dejar de fumar, desde que en el set de grabación de "Jacinta Pichimahuida" (1966) hasta los niños fumaban. Fue la impulsora de la frase "aguante al ficción, carajo", un grito de guerra en la gala de los Martín Fierro que se repite como un mantra en el evento desde hace 15 años.

No tiene vergüenza a la hora de marcar teléfonos y pedir trabajo a los productores para sus amigos desocupados. Cuenta el propio Pablo Codevilla que en épocas de vacas flacas fue ella la que intercedió ante productores para que él se sumara a elencos. Nunca tomó un curso de actuación ni pensó en dictarlo. La explicación: "No soy hipócrita, no tengo alma docente, ni paciencia y no quiero robar en un rubro en el que roban tantos". No sabe cocinar. Jura que aunque suene cliché, la "única vez" que intentó un huevo frito, terminó con la mano quemada.

Usa reiteradamente la expresión "llegar al hueso" para hablar de la composición de sus personajes. Tal vez haya sacado ese modismo del fútbol, de sus tardes en la Bombonera junto a sus hijos, a puro choripán y canto. Dice tener el corazón dividido, entre los xeneizes y Vélez Sarsfield, club en el que practicó natación y patinaje. Alguna vez la llamaron "Blas Giunta" después de jugar a beneficio en Carlos Paz, en equipos de actrices y bailarinas versus enfermeras de hospital.

Madre por tres, un pasado como alumna del Teatro Colón, es dueña de dos Martín Fierro, un libro ("Malena despierta", la recopilación de sus escritos a los pies de la cama cuando su hija de 19 sufrió un ACV) y un Master en barajar y dar de nuevo. Por años fue la sombra de Malena, cuando hubo que enseñarle a conectar otra vez las palabras y sus significados.

Nació el 16 de junio de 1956, creció en Villa Luro y compartía habitación con la abuela Purificación, la severa señora que educaba "a los bastonazos". A los nueve años ya era uno de los sostenes económicos de la familia. Es que una tía que trabajaba en Canal 9 se había enterado de un casting infantil para una serie basada en el guión de Abel Santa Cruz y le avisó. María se estaba metiendo en un universo del que jamás se iría.

Desde Etelvina, la niña perversa de Jacinta Pichimahuida, hizo más de 50 ficciones, algo así como una por año. La última fue hace seis. Le extraña la no convocatoria televisiva, pero no se queja. En medio siglo de trabajo, cuando creía que había logrado "una gran diferencia económica", perdió los ahorros de una vida. "Teníamos un proyecto de restaurante y hotel de campo con mi gran amigo Gaspar. Era pasando Luján. Pero él murió, yo caí en una gran depresión en 2016, y levanté campamento", admite. "Hoy vivo al día, como todos los argentinos".

-¿Cómo creés que saliste de ese pozo?

-Un día me desperté y me di cuenta de que no tenía que estar más en ese lugar. Y el director Manuel González Gil, gran maestro y amigo, le dijo a Javier Faroni: “Voy a montar la obra ‘Menopausia’ por y para María. Un hermano que me ayudó a poner la cabeza en el trabajo.

-¿Sos alegre? ¿Estás alegre hoy?

-Soy una persona jodona, mi esencia es positiva. Bajar y subir, subir y bajar es la vida. Hoy soy antisocial, es decir, tengo poca vida social, para socializar ya tengo bastante con la profesión. Voy de la casa al teatro y viceversa. Ermitaña. Llego y me pongo la bata y las pantuflas. Me gusta mucho la computadora, soy adicta al Supercity.


    Clarín
Clarín

-¿Cómo llega una niña de 9 a la televisión? ¿Fue deseo o imposición? ¿Cómo recordás aquella primera prueba?

-Fue un juego. En el casting había miles de chicos y recuerdo que el estudio estaba vacío, sólo una mesa, dije unas palabras y me anunciaron: “Vas a ser Etelvina”. Me tomaba el 119 desde Villa Luro al Pasaje Gelly. Salía del colegio y me iba a grabar, pero no grababa todos los días. Y en la puerta del canal nos pedían autógrafos. No vivíamos la fama como un chico de hoy: ahora está todo más hinchado.

-¿Y cómo siguió la vida después?

-A mis 13, la telenovela “Muchacha italiana viene a casarse”, con Alejandra da Passano y Rodolfo Ranni. Y el gran salto fue en “Piel naranja”, con Arnaldo André, Marilina Ross y Raúl Rossi. Mi primera villana. Contrafigura de Marilina. Una creación impresionante del maestro Alberto Migré y una época más ingenua del público: imaginate que Migré mató a los tres protagonistas y una vecina de él, como venganza, lo vio desde el balcón a Alberto y le tiró un baldazo.

-¿Cómo creés que te ve el público con más de medio siglo de carrera, quién sos para ellos?

-Para ellos soy “la madraza”, “la guerrera”, “la luchadora”. Pensá que empecé siendo una nena en la tele, para muchos yo soy una nieta, una sobrina, una hija. Por eso cuando pasó lo de Malena ellos lloraban y sufrían al lado.

-¿Qué necesidad te mueve, más allá de lo económico, a seguir actuando a 50 y tantos años del debut? ¿Cuál es la explicación de esa sed?

-Creo que enriquecerme, intentar hacer las cosas mejor. Eso sí, no te hace mejor persona actuar. Hay personas muy malas que actúan magistralmente.

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