Después de publicar "Born" (2015), un libro que cuenta minuciosamente el secuestro de los hermanos Jorge y Juan Born por Montoneros en 1974, la periodista María O'Donnell decidió ir más atrás en la historia e investigar sobre la génesis de ese grupo de jóvenes nacionalistas, que al grito de ¡Perón o muerte! perpetraron el único asesinato a un ex Presidente argentino.
En "Aramburu: el crimen político que dividió al país", O'Donnell recorre con rigor histórico el nacimiento de Montoneros, recrea el secuestro y asesinato de Aramburu, la Toma de La Calera, la vuelta de Perón al país, el robo del cadáver de Aramburu y el pase nuevamente a la clandestinidad y el exilio de los dirigentes montoneros.
A través de un salto temporal entre el pasado y presente, reproduce hechos fundacionales a partir del estudio de datos históricos y entrevistas con Eugenio Aramburu hijo, con Juan Manuel Abal Medina y con el personaje más importante, Mario Firmenich. La charla con el ex jefe de Montoneros que la periodista concretó durante un almuerzo en Barcelona resulta inquietante y primordial. No solo porque es el único sobreviviente de ese hecho, sino que sus calculadas declaraciones muestran el no arrepentimiento por el crimen y el presente de un hombre cuyo pasado no dejó que continuara siendo parte de la política argentina.
-¿Qué te quedó en el tintero tras el libro "Born" para indagar en el asesinato de Aramburu y la historia de Montoneros?
-El otro libro es de la historia de Montoneros, que transcurre en el ’74 y es una etapa muy distinta de la organización. Este es el origen mismo, la pregunta de cómo había empezado todo. Y ahí estaba Aramburu, que lo que me enseñó el anterior libro es que a pesar que uno tiene la sensación de conocer un hecho importante, no necesariamente es así y vale la pena refrescarlo. Me parecía la potencia del hecho fundacional, con el magnicidio del siglo pasado de nuestra historia. Y la idea de tocar un tema de una cierta incomodidad, que me gusta bastante. Esto del crimen, del ajusticiamiento, que le falta una palabra que tuviera suficiente consenso, para mí habla en el fondo de cuándo empieza la violencia en la Argentina, que conduce al golpe de Estado del ’76. Y esa justificación del asesinato de Aramburu lo que plantea es que el énfasis hay que ponerlo antes, en el golpe del ’55, los bombardeos, la proscripción de Perón. Y eso que no tenga un consenso en la lectura histórica amerita una explicación. Es un hecho muy divisivo, porque tendemos a creer que la divisiones en este país son de este tiempo y la muerte de Aramburu demuestra que no.
-Aquellos Montoneros eran chicos muy jóvenes y católicos. ¿Cómo entrás en la cabeza de esos personajes y esos tiempos teñidos de idealismo e ideologías?
-Lo que hago principalmente es recrear la época, porque tenés que ser capaz de mirar con distancia, sabiendo que todo terminó pésimo. Pero hay que plantarse y recrear una época. Y uno de los rasgos salientes es la juventud de este grupo, con 22 años, que capitaliza la frustración de la resistencia peronista. Pero antes de volverse esa representación más grande que les da Aramburu y por eso es tan exitosa, porque de un hecho inicial ganan un protagonismo fenomenal en una resistencia que venía peleando hace 15 años. Ir a ese origen y entender algo que me sorprendió mucho, que las células de la Capital y Córdoba eran primeramente católicos. Ellos llegan a todo esto a través de lo que pasaba en la Iglesia. Eran católicos, nacionalistas y después peronistas. Pero antes en ese quiebre está la Iglesia, por eso cuento esos dos años de simulación que hacen, de seguir fingiendo que son chicos de clase media, con Ignacio Vélez que se casa en la catedral de Córdoba y tiene esa doble vida, con su paso por Cuba. Que es la gestación y el germen de Montoneros y la transformación de chicos que salen del colegio secundario, y que aprendieron a militar y conmoverse por la desigualdad de mano de los curas. Pasan por Cuba, se encuentran con las guerrillas latinoamericanas y terminan volcándose a la lucha armada como una opción.
-Esa creencia justifica en cierta manera esa respuesta que te da Firmenich cuando aclara que estuvo en contra del robo del cuerpo de Aramburu, porque él es cristiano y "el cuerpo es sagrado".
-Es increíble, porque está en el ADN de él su creencia católica. También me interesa la carta que le envían a Monseñor Casciano, el obispo de la ciudad de Buenos Aires, un tipo muy conservador, muy alineado con Onganía y enfrentado con los curas con que los Montoneros se veían representados. Y ahí dan una justificación de haberle quitado la vida a Aramburu, eso en el mundo católico la vida la da y la saca Dios. Y ellos en su términos hacen una justificación en ese quiebre con la religión.
-Otra justificación es la elección de Aramburu como víctima y no del almirante Rojas, ¿es creíble el hecho de la ausencia de custodia para dar con el blanco?
-Sí. Yo ahí no le creo a Firmenich cuando dice que era exactamente lo mismo Aramburu o Rojas, porque Rojas como símbolo del antiperonismo sí es fuerte. Pero Aramburu en ese momento no era el mismo que en el ’55 y entendió que sin el peronismo, el país era ingobernable. Y había que darle una salida. En el marco de su enfrentamiento con Onganía él buscaba sumar al peronismo. Y eso era marcarle la cancha a Perón poniéndose como interlocutores entre Perón y un cierto sector del peronismo. Y de entrada cortan esa negociación, con la idea de un peronismo que se incorporara de una forma más lavada.
-El correo que te envía Firmenich luego de truncarse la segunda entrevista en España, ¿te dio la sensación de un hombre con mucho rencor por no formar parte del presente de la política y siempre ser consultado por el pasado?
-Un ejercicio importante es ponerse en el lugar del otro y entender lo que pasa. Y yo entendí con Firmenich y sobre todo con esa carta que envía por correo electrónico, que es alguien que se siente atado al pasado y no puede ser otra cosa que el jefe de Montoneros y que no le fue permitido participar en democracia de otra manera, con otra carta de presentación. Yo no sé si eso que pretende es posible, pero él contribuye mucho a que eso sea así. Porque él habla en tiempo presente como que el tiempo no hubiese pasado. Nos hecha la culpa a los periodistas y medios, reniega de sus propios compañeros que lo convirtieron en el chivo expiatorio y que todo esté dirigido a él. Pero más allá, él tiene una frustración de vivir permanentemente en un pasado, y paradójicamente por algún motivo no se sienta a escribir sus memorias.
-Eso da cuenta de por qué su hijo Mario, que tuvo una militancia en La Cámpora, no puede ser una figura política como otros hijos de Montoneros, como Vaca Narvaja.
-Totalmente. Me parece muy injusto, con los hijos en general. Me pasó con (Nicolás) Massot por poner otro ejemplo, que lo señalaron porque la familia tuvo una relación estrecha con la dictadura. A mí me parece que los chicos tienen derecho a hacer su historia y además su hijo Mario, la gente que lo conoce, dice que es un chico muy involucrado en el trabajo social, se crió en un orfanato cuando su madre estaba presa. Fue compañero del Cuervo Larroque en el Nacional Buenos Aires y siempre sintieron que el apellido Firmenich no podía mostrarse en público y tenía que estar a las sombras. Y me parece una injusticia para con los hijos.
-El robo del cadáver de Aramburu es otro punto crucial del libro, que da cuenta la historia que guarda de la política argentina el cementerio de la Recoleta.
-Del robo no conocía casi nada, me crucé con la historia, porque en el momento que estaban secuestrado a los hermanos Born sucede el robo del cadáver de Aramburu. Y eso me alucinó por ese intercambio de cuerpos, me atrapó de entrada. Y ahí descubrí el operativo de Paco Urondo en el cementerio de la Recoleta, que es demente pensarlo hoy.
-¿A qué conclusión arribas sobre Montoneros después de repasar su historia?
-Todos estos hechos marcan lo mal parida que fue la relación de Montoneros con Perón desde el comienzo. Eso lo sostiene Nacho Vélez cuando dice que desde el principio lo están desafiando a Perón. Y después del triunfo de Cámpora, Galimberti se entrevista con él en España y le piden que aclare la postura sobre el Aramburazo. Si uno mira ahí a mí me da la sensación que no podía salir de otra manera, que no fuese mal. Y eso es importante porque en el ’74 fue el último tramo de un momento de prosperidad económica, con poca pobreza, menos desigualdad. A partir de ahí con altibajos la economía siempre cayó. Y esa conflictividad política se daba en un momento de un país mucho más pujante del que hoy conocemos.