Los libros a medio leer están apilados. Un vinilo de Pink Floyd, “Animals”, se arrima a un tocadiscos, del que sale serpenteando un cable hacia un parlante fabricado en el siglo XXI y su computadora. En una misma habitación, una chimenea (hace mucho tiempo apagada) se junta con esa otra reliquia que sí se usa todavía: una máquina de escribir. De ahí salen los guiones.
“Mi habitación y los objetos en ella describen un poco mi personalidad. Todo lo que me rodea es un contraste entre lo nuevo de esta generación y los recuerdos de la que pasó”, nos escribe Marcos García, conocido allá como Mark. Del otro lado de las ventanas de su habitación se juntan calles de suburbio: en Newtown (Sidney) proliferan artistas y hay un aire a otra época. Es la zona retro, dicen.
Y también es el lugar del mundo que encontró para sí este cineasta mendocino de 29 años.
Cuando salió de Chacras de Coria rumbo a Australia, a principios de 2009, todo era muy diferente: tenía 21 años nomás, estudiaba ingeniería industrial, jugaba al rugby y estaba de novio. Sin embargo, siempre el camino se bifurca alguna vez, y hay que elegir entre una ruta y otra. La que eligió Marcos lo ancló a un océano de distancia. Así conoció a Jean Cocteau y Alain Resnais.
Repasemos: cuando Estilo habló con él por última vez, en el 2014, estaba terminando su cortometraje número 12 y sus deseos apuntaban a su primer largometraje, con el sueño de llegar algún día incluso a Hollywood.
¿Qué pasó desde entonces, Mark? “Se abrió la posibilidad de continuar adquiriendo experiencia y seguir formándome en el mundo del cine a través de un camino académico”, empieza explicando.
Se refiere a que, a principios del 2015, lo aceptaron en la Griffith Film School para hacer un posgrado. Ese mismo año había finalizado su corto “The Tempus Elixir”, que le abrió las puertas de esta escuela de Brisbane (Queensland). Sin embargo, pronto sintió que tenía que llegar más lejos todavía: compró un pasaje de ida a Sidney, sin pensar en el de vuelta.
“Apliqué a las dos escuelas más prestigiosas en cuanto a cine, AFTRS y Sidney Film School, que vio ‘The Tempus Elixir’ y me aceptaron en junio del año pasado para estudiar durante un año en su curso intensivo especializándome en Producción, el cual acabo de finalizar hace un mes”, nos cuenta hoy.
-¿Se plasma de alguna forma en tu trabajo este cruce de culturas que representás?
-Sí, soy una mezcla. Cada vez que veo un malbec, una empanada o recuerdo que es el 9 de Julio tengo grandes dudas existenciales.
Creo que esta mezcla se plasma mucho en mi estilo gótico, que mezcla lo viejo y lo nuevo, mi forma de escribir apasionada y sensible, pero también estructurada y casi pragmática.
-¿Qué es lo que más extrañás de Mendoza, por ejemplo?
-Es difícil de explicar qué se siente vivir tanto tiempo afuera, lejos de los que te vieron crecer e ir formándote. De los que te vieron remarla. Mendoza es una idea en mi cabeza, un lugar donde yo me sentí en paz, de tardes cálidas, de aire puro, de gente con gran calidad humana, generosa, con gran capacidad para querer.
La lista es larga: Mark extraña a su familia, a sus amigos, a la plaza de Chacras, al hecho de despertarse y ver la montaña, las pastas de su tía Marlene y el asado de su tío Carlos. Extraña el otoño y hasta las tortas fritas.
Pero a la par de la nostalgia, el trabajo no cesa: su último filme, “Fireflies in the Night” (“Luciérnagas en la noche”) está empezando a competir en algunos festivales. Tiene su propia página de Facebook para los que le interese seguirlo, al igual que “The Tempus Elixir”, que se puede ver gratis también en esa red social. Quienes quieran estar al tanto de su carrera pueden agregarlo también a Instagram (augusto_mak).
-¿Y notás que ha evolucionado tu estilo en los últimos años?
-La Sidney Film School fue muy importante para forjar y ayudarme a encontrar mi voz como cineasta y pulirla. El estilo que más naturalmente sale de mi arte es el gótico.
-¿Cómo es eso?
-Es un estilo que toca lo que es el expresionismo alemán, y los subgéneros que salen de él como el Cyberpunk, el Steampunk, etcétera...
Uno de mis mentores, luego de ver varios guiones, expresó entre risas que soy un romántico de la vieja escuela, aunque a mí me gustaría pensar que no es de la vieja, sino de la que se está dejando olvidar.
Los temas que me gusta explorar últimamente son existencialistas: la memoria, el concepto del tiempo, la forma de vivir, la búsqueda de nuestro propósito y las cosas que vamos dejando para la siguiente generación.
En el impulso existencialista, se ha dejado hipnotizar por Jean Cocteau y Alain Resnais, con quien comparte el interés por el tema de la memoria. Es que “películas como ‘Hiroshima Mon Amour’ o ‘Last year at Marienbad’ tienen como tema central la ética de la historia que nos contamos a nosotros mismos de nuestras vidas, y cómo puede afectarle a nuestro entorno creer en esa historia.
En la filosofía de Resnais, cada uno de nosotros es un lugar y un momento. ¡Jean Cocteau además es el poeta del cine! Su forma de contar historias es realmente mágica”, suspira.
Se entusiasma hasta reconocer que si tuviera que elegir una película de otro director que le hubiera gustado dirigir a él, ésa sería “La Bella y la Bestia”, de Cocteau.
-Pero hay una pregunta fundamental, y que pocas veces se hace: ¿Cuál es para vos la función del cine?
-Me encanta esta pregunta, porque la discutimos mucho en la escuela. Hay varias formas de pensarlo. Yo soy de los que se niegan a aceptar que el cine debe ser solamente una expresión de entretenimiento, aunque también me niego rotundamente a aburrir a alguien con mis películas. Las creaciones audiovisuales son el nuevo lenguaje que está surgiendo del siglo XXI.
En mi forma de pensar, el cineasta es el nuevo escritor; es el que tiene la posibilidad de esgrimir una luz en ciertos tópicos y generar una forma de comunicación y entendimiento que tiene la capacidad de trascender aspectos culturales, religiosos, políticos y lingüísticos.
Creo que el cine tiene un lugar especial para transmitir compasión, entendimiento y generar empatía con situaciones que tal vez nunca lleguemos a vivir. Sin embargo, el uso comercial que se le ha dado en nuestra generación tal vez está causando una erosión de este concepto, y por eso creo que mucho del contenido está emigrando a la televisión y a plataformas como Netflix.
-¿Cómo ves su futuro, entonces?
-Creo que el lugar del cine va a permanecer cuando se rescate el concepto de experimentar algo colectivamente, y no solo en tu casa a través del iPad. Creo que en un futuro se debería enseñar el lenguaje audiovisual, para que todos puedan entender la diferencia entre una película que trata de tocar nuestros lados más humanos y una película que es para pasar un buen momento.