A 50 días de su derrumbe deportivo ante el puertorriqueño Miguel Cotto, en el Madison Square Garden, el bonaerense Sergio Maravilla Martínez decidió seguir ejerciendo con su rol de boxeador profesional, tras una reunión con su círculo íntimo en Madrid.
El ex bicampeón mundial, de 39 años, está ligado a este oficio desde 1997, desciende de una familia de pugilistas y conoce a la perfección los pormenores de este deporte.
Tiene todo el derecho y las facultades para decidir sobre su destino, pero después de lo expuesto ante Cotto, cuando la merma de sus reflejos y la fragilidad de sus piernas fueron alarmantes y arrojaron síntomas cercanos al ocaso, irrumpieron acertijos inquietantes.
Al respecto, tras decidir su futuro, Martínez acotó: “No me puedo ir del boxeo así. Trataré de volver a ser campeón”.
La obra de Maravilla, gestada entre 2008 y 2014, fue inmensa y de ninguna manera su caída ante Cotto la borra o la anula. Martínez fue el mejor efecto integral que recogió el boxeo argentino en el siglo XXI; despertó a un ambiente estancado, devolvió la devoción del público por nuestros campeones, consiguió victorias históricas ante Paul Williams, Julio Chávez y Kelly Pavlik, provocó "invasiones" a Las Vegas y a Nueva York de miles de aficionados como nunca se dio y elevó la aceptación del boxeador en todos los niveles: sociales y populares.
¿Qué más le quedó por hacer o demostrar para salir indemne de este juego? Nada, hizo todo. O casi todo. Por lo tanto resulta absurdo su cargo o su culpa por el “punto final” de su carrera.
¿A qué puede exponerse de aquí en más? Ya no será protagonista y probablemente se convierta en un cotizado “probador”, rematando su historia ante quien lo necesite para jerarquizar su récord.
Será esto un trabajo tan riesgoso como bien pago. Y en esta industria, que por ahora lo descartará de las “superpeleas”, tal función, sufriente y sacrificada, es una necesidad de mercado.
Las conclusiones sobre los nuevos horizontes de Martínez son crueles, frías e insensibles. Todo lo opuesto a las respuestas que él brindó a la prensa y a sus admiradores, con altura, educación y atención. Pero las reglas del “último acto” son así.
Martínez fue consciente de cómo Horacio Accavallo y Carlos Monzón, líderes e ídolos, se retiraron del ring. Intactos y gloriosos. Vio también cómo Muhammad Alí y Sugar Ray Leonard protagonizaron finales penosos, sucumbiendo ante los puños frescos de Larry Holmes y Terry Norris. Dando lástima.
Maravilla y su conciencia sabrán, en el momento oportuno, cuando lleguen las ofertas, cuál será la mejor opción. Por ahora quiere seguir siendo boxeador