Por Fabián Galdi - editor de MÁS Deportes digital -
No pasa una semana sin que el efecto dominó se desate en los medios de comunicación cada vez que Diego Maradona hace acto de impronta pública en cualquier parte del mundo y máxime si a ésta situación se le agregan declaraciones de su sello. Este domingo,en el que festejó su cumpleaños 56, el astro pasó sus horas entre reconocimientos de todo tipo: a favor o en contra y sin término medio. Si un 15 de octubre de 1976 debutó en primera división jugando para Argentinos Juniors frente a Talleres de Córdoba, éso significa que su figura está asociada al fútbol de elite desde hace cuatro décadas y de manera ininterrumpida. Fiorito, La Paternal, La Boca, Barcelona, Nápoles, Sevilla, Rosario y los regresos continuos a Buenos Aires fueron postales de un desarrollo personal que desde hace un par de años se consolidó en Dubai. Sin embargo, reducir la influencia del crack a sólo una cuestión de presencia geográfica es una simplificación absurda. Más apropiado es intentar una definición que lo ancle como leyenda viviente. Sea dónde, cuándo y cómo fuere. Independientemente los juicios de valor sobre su persona, jamás podría negársele que se trata de un ícono a escala planetaria. Y en la Argentina, vale citar un pensamiento contundente de Jorge Valdano: "Para transformarse en un mito, a Diego sólo le falta morirse".
El 24 de junio de 1978 fue la antesala a la primera consagración de La Selección como campeona mundial. Ese mismo día previo a que la Argentina derrotara 3-1 a Holanda en la final, en el noreste del conurbano bonaerense - más precisamente en el partido de San Fernando - la familia Riquelme se agrandó con la llegada de un hijo al que llamaron Juan Román. El niño larguirucho y de andar cansino tenía 8 años cuando Maradona alzó la Copa del Mundo en México1986 y doce en el momento que descubridores de talento lo observaron haciendo maravillas con la pelota en un campito del barrio Santa Ana. En ése 1990, Diego hacía flamear una bandera reivindicativa en Italia 1990 e insultaba en cámara a quienes silbaban el himno argentino antes de la final contra los alemanes en el estadio OIímpico de Roma.
Román, a secas, había sido el estandarte de la doble conquista del Sub 20 nacional en la era de José Pekerman, tanto en el Sudamericano de Chile como en el Mundial de Malaysia, ambos en 1997. Poco después, con sus 19 años, escuchó la orden de su por entonces entrenador Héctor Bambino Veira para que ingresara tras el entretiempo del superclásico en el Monumental de Nuñez...y nada menos que por Maradona.
La apuesta del DT tuvo un resultado positivo: del 0-1 se pasó al 2-1 con el festejo xeneize en ese Apertura 1997. El balance arrojó un saldo imprevisto: Diego había decidido retirarse definitivamente del fútbol profesional y su reemplazante comenzaría una etapa pródiga que lo llevo a convertirse en el heredero natural de la número 10. En 2001, la tarde de su partido despedida, una Bombonera colmada fue el escenario para que - entre otras emociones viscerales - se advirtiera que el homenajeado vestía la camiseta de su sucesor con la inscripción Román en su espalda. En el cierre de su discurso, dejó dos expresiones que se viralizaron de inmediato y se ganaron un espacio en la memoria colectiva: "La Pelota no se mancha" y "Yo me equivoqué y pagué".
Dos momentos inolvidables: el debut de Román contra Unión y la despedida de Diego en la Bombonera.
El vínculo entre Diego y Román fue de admiración mutua, al punto de que el trato entre los dos se asemejaba al de un hermano mayor con el menor. Una relación de complicidades, guiños y demostraciones de afecto continuas. Si Maradona había fortificado su imagen asociándola con la de un rebelde con causa, especialmente por sus reclamos a favor de los derechos de los futbolistas, lo cierto es que Riquelme comenzó a parecérsele a partir de un hecho teñido de una fuerte connotación simbólica: el Topo Gigio a Mauricio Macri en medio del festejo de un gol a River Plate y frente al palco que ocupaba quien en ese entonces era el presidente boquense.
Lejos de encontrar una relación simétrica, las propias personalidades de ambos referentes del pueblo xeneize agudizaban sus diferencias: uno, histriónico y demostrativo; el otro, ensimismado e introvertido. Y un punto en común entre ambos, el cual se fue develando con el tiempo: los dos, sin lugar a ningún tipo de dudas, auto constituyéndose en el centro de todas las cosas.
El deterioro del vínculo afectivo nunca tuvo una causa definitiva, pero sí una sucesión de hechos que fueron minando la confianza de uno hacia el otro y recíprocamente. Una cuestión de egocentrismo, quizá, porque jamás existieron motivos reales para un enfrentamiento.
Ya en su punto más controvertido, el detonante mayor que se recuerda fue durante las eliminatorias rumbo a Sudáfrica 2010. Estaba instalado en el ambiente que la continuidad de Alfio Basile al frente del seleciconado estaba cuestionada por la base del plantel y durante el partido contra Uruguay, en River, llamó la atención que Riquelme acumulara su segunda tarjeta amarilla consecutiva y que - por lo tanto - se quedara sin jugar en la siguiente fecha ante La Roja. Al cabo de la derrota (1-0) en Santiago, el propio #Coco fue quien anuncio su renuncia.
La AFA designó a Maradona como su reemplazo, con la aprobación de Julio Grondona. El primer amistoso en fecha FIFA fue una victoria ante Escocia, en Glasgow, pero el segundo - dos a cero sobre Francia con goles de Jonás Gutiérrez y Leo Messi - fue el detonante: en el micro desde el estadio Velodrome Marseille hacia el hotel, los jugadores cantaron: "Ya estamos todos, no traigan más", en alusión a que no se lo convocara a Riquelme - ausente - para el ciclo que había empezado a comandar Diego.
Sólo en algo coinciden sendas estrellas desde hace al menos una década: ponderar a Messi. Nunca se sabrá si porque lo sienten de verdad o porque uno está condicionado para no quedar expuesto como envidioso y el otro por utilizar la imagen de Leo por arriba de quien hoy es su enemigo...y antes fue un hermano mayor.
Lo demás es historia conocida. Maradona acusó con dureza a Román cuando éste anunció su retiro tras la final de la Copa Libertadores 2012 perdida ante el Corinthians. "Traicionó a los hinchas de Boca", dijo Diego. Y la respuesta se decantó sola: "No sé quién es ese muchacho", le respondió JR.
Un año antes, en 2011, Riquelme había tenido un gesto de acercamiento en ocasión del fallecimiento de Doña Tota, ya que se negó a que Boca le realizara un homenaje por sus 15 años en la primera auriazul en la previa al clásico ante Racing Club en la Bombonera. De todos modos, ya no hubo punto de retorno alguno.
Inclusive, la semana pasada los dos aparecieron en sendas declaraciones públicas - Román en TyC Sports y Diego en contra de la Comisión Normalizadora en la AFA - separados apenas por 24 horas y casi como si uno estuviera en pantalla para contrarrestar la aparición sorpresiva del otro.
El fenómeno Maradona excedió largamente lo deportivo en Boca, ya que sólo ganó un título: el Metropolitano 1981. En tanto, Riquelme acumuló diez vueltas olímpicas, incluidas tres Copa Libertadores - sobre Palmeiras, Cruz Azul y Gremio - y una Intercontinental ante Real Madrid. Sin embargo, la pugna mayor está vinculada a quién quedó más en la historia auriazul que el otro, independientemente de los logros. Y en ésto no juega la calculadora, sino el corazón del hincha.
Y si se estuviera por subir a un ring imaginario, seguramente Messi les pondría de ejemplo su relación con Cristiano Ronaldo: "No somos enemigos, somos adversarios".
¿Podrá alguna vez rehacerse la relación entre dos de las más máximas figuras del fútbol argentino?