Por Thomas L. Friedman - Servicio de noticias The New York Times © 2017
Durante muchos años, el famoso cine-teatro Crystal Palace, en Aspen, presentó una canción de cabaret que encantaba a todos los públicos: The Peanut Butter Affair, que cuenta la historia de un muy alto ejecutivo que salió a trabajar un día sin haberse lavado la cara correctamente y todavía tenía un poco de crema de maní en la barbilla. Sin embargo, ninguno de sus empleados se atrevía a decírselo.
Pero cuando llegó a su casa, su esposa se lo dijo y él se sintió horrorizado. Sin embargo, se horrorizó todavía más cuando fue a trabajar los siguientes días y, al final, “cada imbécil, desde el presidente hasta el oficinista tenía manteca de maní en la barbilla”.
Esa parodia de subalternos que estúpidamente imitan a sus jefes me vino a la mente cuando oía a los asesores y aliados de Trump justificar la diatriba del presidente el sábado por la mañana en la que alegaba -sin ninguna evidencia- que el ex presidente Barack Obama había ordenado la intervención de los teléfonos en la Torre Trump durante la campaña electoral de 2016. Parecía que el equipo completo de Trump se estaba embadurnando manteca de maní en la barbilla. La única pregunta era quién se había puesto más.
Mi voto es para la subsecretaria de prensa, Sarah Huckabee Sanders, quien le dijo a “This Week”, de ABC, que Trump “estalló por la información que ha visto que lo ha llevado a creer que se trata de un potencial muy real”. ¿Información no especificada que ha visto?
¿OVNI que ha visto? ¿Cómo es eso una norma para acusar a su predecesor de un crimen vil? Denle a esa mujer una dotación de Peter Pan para cuatro años. Sin embargo, Sanders es solo una publicista. Más preocupante fue observar a un soldado honorable, al secretario de Seguridad Interior, John Kelly, dar palmaditas ligeras a la crema de maní y defender la aseveración de Trump en CNN, diciendo que “el presidente debe tener sus razones”.
¿Entonces, por qué el secretario de Seguridad Interior no las conoce y por qué el presidente no las comparte? Y, por cierto, ¿por qué aparece usted en la televisión con manteca de maní en la barbilla, diciendo que el presidente tiene razones, pero sin decir cuáles son? Esa es la forma en la que un presidente, moralmente en quiebra, embadurna a todos a su alrededor, aun a un hombre tan bueno.
Trump contendió por el cargo prometiendo que protegería a los estadounidenses del terrorismo, los inmigrantes y los acuerdos de libre comercio. Sin embargo, ¿quién nos protegerá de él? Si nuestro presidente está dispuesto a dañar con mentiras nuestros principios más elementales de conducta presidencial -como que no se acusa al predecesor de un crimen muy grave sin tener evidencia, solo para desviar la atención de su desorden más reciente-, tenemos un verdadero problema.
Necesitamos hacer tantas cosas grandes y duras, pero solo se pueden hacer las cosas grandes y duras juntos. Y ello requiere de un líder que nos pueda unir para hacer cosas dignas de nuestras energías y dedicación: como una reforma sanitaria correcta, una reforma migratoria, una reforma fiscal e inversión en infraestructura, o trabajar bien con China y Rusia donde se pueda y trazar líneas rojas donde se deba.
Sin embargo, también se requiere confianza en la integridad de ese líder, que cuando las cosas se pongan duras, el líder no abandone ni les dispare por la espalda a sus asesores y seguidores. No hay ningún congresista del Partido Republicano, ni aliado de Estados Unidos en el extranjero, que no se esté preguntando hoy: ¿puedo confiar en este tipo cuando las cosas se ponen difíciles o Trump publicará alguna diatriba sin hechos sobre mí en Twitter? ¿Siquiera puedo confiar en compartir información con él?
El gobierno se mueve “a la velocidad de la confianza”, observa Stephen M.R. Covey en su libro The Speed of Trust (La velocidad de la confianza). “Hay algo que es común a todo individuo, relación, equipo, familia, organización, nación, economía y civilización por todo el mundo; una cosa que, si se quita, destruirá al gobierno más poderoso, al negocio más exitoso, a la economía más próspera, al liderazgo más influyente, a la amistad más grandiosa, al carácter más fuerte, al amor más profundo... Esa cosa es la confianza”.
A pesar del extraño número de reuniones con los rusos, no ha surgido ninguna prueba de que el equipo de Trump se haya coludido con Rusia. Lo que nuestros tres más altos servicios de inteligencia han declarado, no obstante, es que Rusia sí ciberpirateó nuestras elecciones en nombre de Trump. Y, conforme más de nuestra vida se muda al ciberespacio, saber exactamente cómo se hizo, cómo es probable que se esté haciendo en las elecciones europeas en este momento, y cómo impedir que se debilite a Occidente con esta arma nueva, que es el objetivo de Rusia, es un problema vital de seguridad. Sin un proceso electoral en el que podamos confiar, estamos hundidos.
Es lamentable que la mayor parte del Partido Republicano hoy está moralmente ausente sin licencia, y prefiere barrer el ciberpirateo ruso debajo de la alfombra en lugar de tener una investigación creíble e independiente. Eso llevará a que la gente cuestione cualquier colaboración que intente Trump con Moscú.
Más aún, algún día pronto, pasará algo-en Corea del Norte, el mar de la China Meridional, Ucrania, Irán- que requerirá que él tome una decisión arbitraria. Trump tendrá que mirar de frente al pueblo estadounidense y decirle: “Confíen en mí; decidí esto con base en la mejor información y asesoría de la comunidad de inteligencia”. O: “Confíen en mí, teníamos que trabajar con Rusia en esto”.
¿Y quién le va a creer? No hay nada más peligroso que un presidente estadounidense que dilapidó su confianza antes de tener que guiarnos por una crisis. Sin embargo, eso es lo que pasa cuando se rodea de personas listas para embadurnarse crema de maní en la barbilla. Se facilita la decadencia de compañías y países. O, como advierte la canción Peanut Butter: “Es raro pensar en lo que un tipo puede hacer solo porque todos piensan que tiene razón”.