“Kia ora”, le dicen al viajero, y éste responde “las 9 y 20”, simplemente porque es un ignorante y no se da cuenta de que en realidad lo están saludando en maorí, el idioma de la comunidad homónima. Es uno de los pueblos que mejor supo conservar su cultura ancestral, ésa que se hizo famosa alrededor del mundo con el “Haka”.
A la tradicional danza la practican los jugadores de rugby de los “All Blacks” quienes, imitando la usanza de los primeros paisanos de Nueva Zelanda, tornan los ojos en fuego, sacan la lengua hasta la pera y, colosales, gritan con ganas para intimidar a sus rivales antes de cada partido. “¿Alguien tiene morfina y una sierra?”, pregunta el médico del equipo contrario, asaltado por oscuros presentimientos.
Llegados al actual territorio “Kiwi” hace aproximadamente mil años, los maoríes cargan el espíritu guerrero desde siempre. De él hacían uso para pelear entre ellos primero, y contra los invasores británicos después. Temibles eran en el combate cuerpo a cuerpo, hincando facas, tirando piedras, blandiendo hachas. Algún barrabrava estará leyendo y anotando en el cuaderno: “Aprender a blandir el hacha”.
Aquel ADN sirvió luego a los naturales de las islas polinésicas para defender sus intereses ya no en el campo de batalla, sino en el político. Así lograron mantener su raza viva: actualmente, casi el 15% de la población neocelandesa es maorí (lo que representa unos 650 mil individuos), y su cultura es cada vez más respetada y admirada por la mayoría blanca (los “pakheas”).
En Argentina podrían decir lo mismo los mapuches, los qom y los quechuas, si no fuera porque la última vez que alguien los nombró en el Congreso, era domingo.
Hoy, las costumbres maoríes son conocidas por toda la nación oceánica, y cualquiera sabe lo que es un “Hangi” (comida a base de carnes y verduras que se cocina bajo la tierra con rocas calientes: “¡Qué duras que están las mollejas”, se queja un turista al que en la confusión le sirvieron brasas), un “Marae” (la casa comunal donde los miembros de la tribu suelen reunirse), o el “Powhiri” (la típica ceremonia de bienvenida).
Durante esta última, resulta común realizar el “Hongi”, saludo que consiste en juntar la nariz y la frente a las de la otra persona, al tiempo que se intercambian los alientos. Lindo para clavarse una bagna cauda antes.
Tatuajes
Otra célebre tradición de los maoríes es el "Moko", un tatuaje facial que llega a cubrir buena parte del rostro y que, acompañado de una expresión feroz, puede servir tranquilamente para hacer tomar la sopa al cuco y al hombre de la bolsa juntos.
Históricamente, con estas verdaderas obras de arte, las personas podían indicar su “Whakapapa”, que no es el nombre del perro de Shakira, sino la palabra “Ascendencia” en el idioma de las islas.
Tiempo atrás, incluso ayudaban a definir el status social y hasta el nivel de instrucción de sus portadores. “A juzgar por tu talante, provienes de una familia respetable; sos ducho en la cacería y anoche estuviste dándole a la ginebra”, sostiene el jefe de la tribu, mientras lee el sonrojado y ojeroso semblante de un candidato a yerno.
A diferencia de los hombres, las mujeres usualmente se tatuaban sólo la barbilla y los labios y, para ello, se cortaban previamente ayudadas por una especie de rastrillo (igual que los varones), en tormentoso ritual. “Duele más que el resumen de la tarjeta de crédito”, grafica un maorí con cara de deudas.