Las manos tendidas de Francisco

Con honestidad y coraje al reconocer la crítica situación de la Iglesia que encontró, el papa Francisco transitó su primer año generando notable expectativa en todo el mundo al intentar reformar y abrir la institución que conduce y desde allí proyectar lo

Las manos tendidas de Francisco

Observadores del quehacer eclesiástico, tanto consagrados como laicos, no dudan en comparar permanentemente a Francisco con Juan XXIII, el Papa que hace más de 50 años convocara al Concilio Vaticano II generando tremendo estrépito en el Vaticano. Ambos pontífices abrieron sólidas estructuras necesitadas de aire fresco y renovación.

Desde su primer día de reinado el papa Bergoglio asumió por propias convicciones lo que sería el eje de su misión: la prédica por la renovación de la presencia pastoral y social de la Iglesia y, en ese marco, el vivo reclamo a obispos y sacerdotes para que dediquen el mayor tiempo posible a la enseñanza del Evangelio. Paralelamente, decidió hurgar en la organización de la curia romana, una tarea profunda y de mediano alcance que le exige, entre otros aspectos, reformar el manejo financiero del Vaticano.

El aire fresco que Francisco ya introdujo en la Iglesia que conduce desde hace un año está marcado por la austeridad que muestra en cada paso que da, en cada gesto. Desde el arranque decidió renunciar a las posturas ostentosas. Lo suyo es claramente un pontificado, un reinado, sí, pero no monárquico, sino protector y profundamente destinado a cada uno de los fieles que lo siguen. Su decisión de portar una simple cruz de hierro y residir en un sencillo hospedaje vaticano demuestra su tremendo esfuerzo por mantener la actitud sencilla, humilde, que lo caracterizó como simple sacerdote jesuita primero y luego como arzobispo de Buenos Aires durante muchos años.

Pero Francisco no sólo se detuvo en los aspectos organizativos y misioneros de la Iglesia que le toca conducir. La mirada papal hacia lo social nunca quedó relegada en estos 12 primeros meses de misión. Más de una vez, y muy especialmente en el exitoso viaje que realizó a Río de Janeiro, dijo que la violencia que deriva del delito no sólo hay que explicarla por tremendos flagelos como el narcotráfico, sino que muchas veces es consecuencia de la falta de políticas sociales que prioricen la calidad de vida de los seres humanos.

Las guerras intestinas en distintos países también merecieron su preocupación. Otro de sus desafíos fue la condena a la corrupción expandida en todas partes desde las clases dirigenciales más altas. Muchas veces recordó, al respecto, que la política debe ser encarada como un enorme servicio.

Esta impronta política y social de Francisco ha llevado a que jefes de Estado de muchos países busquen conocerlo y departir con él, no por una mera cuestión formal y protocolar sino atraídos por la autoridad que irradia con su punto de vista certero, sin rodeos, sobre los problemas que afectan al mundo.

La popularidad del Papa avanza sin obstáculos en todas partes. En nuestro país, recientemente una prestigiosa consultora dio cuenta de que la imagen positiva del Pontífice supera el 90 por ciento entre los argentinos y casi un 70 por ciento de la gente percibe cambios que realiza desde la conducción de la Iglesia. Un muy buen síntoma porque, a un año de su asunción, el pontífice supera en nuestro país el fervor inicial por su elección.

Tal vez esa popularidad creciente de Francisco en su propio país haya llevado a las autoridades nacionales, que durante años lo esquivaron por las críticas del ex arzobispo a muchas políticas públicas, a acercarse a él. Bienvenido sea todo encuentro porque la influencia papal es sinónimo de esperanza y la Argentina necesita del diálogo, la tolerancia, la humildad y la honestidad que él siempre practicó y enseñó con el ejemplo.

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