Mandela, una de las más altas cumbres del espíritu humano

La muerte de Nelson Mandela, más allá de la tristeza que produce, es una oportunidad para repensar la naturaleza humana. En particular para darnos cuenta de que aunque todos los días veamos ejemplos de violencia, autoritarismo, faccionalismo, odio y venga

Mandela, una de las más altas cumbres del espíritu humano

A veces, muy de vez en cuando, algún ser humano suele alcanzar las más altas cumbres del espíritu, representándonos al resto de los mortales en nuestras ansias de trascendencia a partir de lo mejor de nosotros mismos. Nelson Mandela fue la expresión más cabal de esa actitud en los finales del siglo XX, llegando sus efectos benéficos a impregnar también los inicios del siglo en que vivimos.

La sabiduría con que este gran hombre deja este mundo tiene tanto que ver con su bondad interior como con su experiencia exterior.

En efecto, las dramáticas circunstancias vividas, que en muchos otros sólo habrían generado rencor y deseos de venganza, en el líder sudafricano se transformaron en una profunda convicción acerca de la necesidad de la paz y la reconciliación entre los grupos sociales que por décadas y hasta siglos vivieron enfrentados en el más cruel de los conflictos, aquel causado por la discriminación del hombre contra el hombre por su color de piel o por cualquier banalidad semejante.

Entonces, Nelson Mandela pudo hablar con profunda autoridad de la paz, porque de joven sostuvo la violencia como modo de lucha contra el racismo mantenido por las autoridades blancas contra las mayorías populares negras de su país. Eso lo condujo a pasar casi dos décadas en prisión, ubicado en una celda insignificante en la que malamente apenas cabía su cuerpo.

Cuando las circunstancias históricas fueron cambiando y las luchas seculares del pueblo sudafricano pusieron en jaque la autoridad ejercida por la fuerza de la élite dirigente, Mandela comenzó el inicio de su camino hacia el poder como representante cabal de esas luchas y esos luchadores por la justicia y la libertad.

Por eso, cuando llegó a la presidencia, todos, amigos y enemigos, esperaban que su actitud fuera la de imponer la voluntad de las mayorías por sobre la de las minorías, promoviendo la persecución legal de los que hasta ese momento fueron sus perseguidores. Sin embargo, su actitud marchó por otro lado, no contradictorio pero sí muy, muy diferente.

Mandela decidió que su amado país por el que tanto había sufrido, no tenía destino si los dominados adoptaban con los dominadores la misma vara que ellos aplicaron. Por eso inició una inmensa cruzada para convencer a propios y ajenos de que la nueva gran meta de Sudáfrica sería la paz, intentando reconciliar a los grupos sociales enfrentados, aunque ello no implicara el olvido de las injusticias cometidas y sufridas.

Y aun ante la incomprensión de sus propios seguidores, su estrategia dio resultado porque el líder realmente creía en ella y no apostó a la misma por temor sino por coraje y valentía, quedando su gesta como un ejemplo para toda la humanidad.

En un mundo en el que el sectarismo, la intolerancia, el conflicto, o incluso la invención del conflicto y del enemigo, son moneda corriente para no asumir las responsabilidades propias y acusar de ellas al prójimo, el ejemplo de Mandela se eleva como el de muy pocos y excepcionales hombres. Pocos, pero las expresiones más auténticas del irrenunciable anhelo humano del triunfo de la bondad sobre el mal.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA