Malasia: experiencia religiosa

Exotismo y futurismo se dan la mano en este país donde el mañana llegó, hace rato, y el Islam marca el pulso de la vida cotidiana. Crónica de un viaje a la tierra donde Oriente se funde con Occidente.

Malasia: experiencia religiosa
Malasia: experiencia religiosa

Rascacielos. Shoppings. Comida callejera. Chinatown y Little India. Templos budistas, hinduistas y suntuosas mezquitas. Casas de masajes y masajes en las calles. Viejas viviendas encajonadas entre moles que pugnan por tocar el cielo. Un trencito de colores que serpentea en una autopista con rieles. Monjes al teléfono. Adolescentes alienados con sus celulares y reproductores digitales, como seres extraídos de un catálogo de moda. Mujeres obligadas a usar el Hijab, un pañuelo que cubre sus cabezas, y que combinan con túnicas multicolores. Oriente y Occidente se funden y confunden en Kuala Lumpur. Un choque de culturas asesta la gran metrópolis, donde los códigos occidentales se metieron sin pedir permiso, fusionándose así con el orientalismo de la ciudad, una de las más modernas y pujantes del sudeste asiático.

Doy mis primeros pasos en Merdeka Square -la plaza de la independencia de esta nación que se liberó de Gran Bretaña en 1957-, y enseguida voy a las cuevas de Batu, un templo hinduista construido dentro de una caverna, a 20 minutos del centro. Para ingresar, hay que subir 272 escalinatas que conducen a las entrañas de este agujero mágico y misterioso, por donde merodean sacerdotes, peregrinos, ascetas y monos.

Desde allí, de la experimentación religiosa extrema que contacta al viajero con el pasado, con el interior, me transporto al futuro que emulan las célebres Torres Petronas, ícono y orgullo malayo, construidas por el argentino César Pelli. El cupo diario para el ascenso a las gemelas más altas del mundo es de 1.200 visitantes, así que hay que llegar temprano, quiera uno subir al amanecer o al atardecer.

No queda otra que volver al otro día, entonces doy una vuelta por el Centro Comercial Suria Kentuky, que ocupa los pisos inferiores del edificio. Kuala Lumpur, dicen, es un “paraíso de compras”. Sólo en la bulliciosa zona céntrica de Bukit Bintang hay una decena de centros comerciales. Hacia allí voy, caminando a paso lento en una ciudad donde todo parece funcionar en armonía. Aquí no tiene lugar el caos típico del sudeste asiático.

Al día siguiente, vuelvo a las Petronas. El elevador sube a toda velocidad y se detiene primero en el Skybridge, el puente que une a las hermanas en el piso 42. Hay diez minutos para detenerse. Poco después llegamos a lo más alto, el piso 88. Diez minutos más para disfrutar de la increíble panorámica. Al bajar, camino desde Bukit Bintang al Mercado Central -“el lugar” para comprar buena artesanía local-, luego al Chinatown y a Little India. El barrio chino es un hervidero de turistas que vienen a comer y en busca de baratijas e imitaciones de las marcas. Relojes, carteras, hierbas medicinales, gafas de sol, y camisetas de fútbol, se agolpan en los puestos callejeros. A pasitos de allí, en Little India, se consiguen alfombras orientales, más baratijas y especias.

El templo de Sri Mahamariamma, el más antiguo de los santuarios hinduistas de la ciudad, dedicado a la diosa que protege a los hindúes en el extranjero, es el sitio a visitar en este vecindario. Antiquísimo, pero recientemente restaurado, mantiene su estructura original, y en el colorido interior, las paredes rebasan de esculturas de las diversas deidades del panteón hindú. Anochece. Las luces  de neón encandilan Kuala Lumpur.

El parque del Islam

Terengannu, ubicada en la costa este, sobre el Mar del sur de China, es una ciudad de 300 mil habitantes en la que no existe un solo bar donde tomar una cerveza. El alcohol es palabra non sancta en el mundo islámico, y aquellos que sean flagrados bebiendo pueden ir a prisión. El Islam es la religión oficial en Malasia y aquí, en esta porción de un país que también alberga en armonía a hindúes, chinos y etnias locales, los musulmanes son más del noventa por ciento.

Para exacerbar el sentimiento mahometano, en Terengannu construyeron un parque temático, el TamanTamadum Edutainment Park, en el que se reproducen una veintena de mezquitas y monumentos del mundo árabe. Así, durante el paseo a bordo de un carrito, se pueden ver la Mezquita de la Roca de Jerusalén, el Taj Mahal de India, la gran Mezquita de Samarra de Irak, o la Meca de Arabia Saudita, entre otras.

La obra más impresionante, sin embargo, no es una reproducción, sino que se trata de la imponente Mezquita de Cristal. Para ingresar, además de descalzarse, hay que ponerse una túnica que cubre hasta los tobillos, ya que ninguna parte del cuerpo debe quedar al descubierto. Una horda de niños de punta en blanco sale cuando se abren las puertas finamente grabadas. Me abro paso y entro. Murmullo de plegarias. Hombres que se arrodillan, que alaban, que veneran. No hay mujeres. Llega la hora señalada para el rezo del mediodía y me invitan a retirarme. Me voy con mis dudas a otra parte.

La playa

Costas de ensueño, aguas cristalinas, ríos, manglares. Langkawi es un archipiélago de 99 islas preciosas que emergen en el fantástico mar de Andamán, en el Estado de Kedah, al noroeste de la península malaya.

Llego al atardecer y camino por la playa de Pantai Cenang, al mismo tiempo que un inmenso arco iris se dibuja frente al mar. El sol se esconde bajo el agua y la playa se tiñe con la luz del ocaso. En la orilla juegan al fútbol, algunas turistas occidentales corren en bikini, mientras las mujeres locales entran al mar sin quitarse las túnicas y pañuelos que cubren sus cabezas. Las damas de las potencias petroleras de Oriente Medio se pasean enfundadas en el niqab -el velo negro que cubre su rostro- combinado con una túnica negra que les tapa hasta los pies, caminan al lado de sus maridos, que visten modernos trajes de baño.

Al día siguiente, muy temprano, viene el guía que me conducirá en esta isla de ensueño. Se llama John, es un moreno calvo y alegre, descendiente de hindúes. Vamos rumbo a un muelle para embarcar hacia la playa de Pantai Datai. En la ruta abundan los carteles del sultán, sus fotos están por doquier: hoteles, restaurantes, casas de familia, en todas partes se exhiben imágenes de la familia real. En Malasia, nueve de los trece Estados son gobernados por sultanes, que se turnan en el poder cada cinco años, compartiendo responsabilidades con el Primer Ministro.

La primera parada es en el Tasik Dayang Bunting o Lago de la Mujer Embarazada, cuyo contorno, dicen, se parece al de una mujer encinta acostada. Para acceder  hay que hacer un mini trekking por la jungla. Un chapuzón y nos embarcamos nuevamente. Vamos ahora a la playa de Pantai Datai, donde nos espera una familia con un exquisito almuerzo de cangrejos y camarones grillados. Un grupo de monos, agresivos, acecha: están decididos a robarse la comida. Un descuido equivale a un manotazo. La tarde transcurre apacible entre zambullidas y siestas bajo una sombra generosa que aplaca tremendo sol.

Al día siguiente, toca ir a los manglares, ubicados dentro del Parque Nacional Kilim. Éste es, según la Unesco, un Geoparque, mención que debe a sus increíbles formaciones de piedra caliza que emergen de las aguas del mar de Andamán.

Entramos a un canal que nos lleva hacia una curiosa cueva de murciélagos, pasando por llamativos criaderos flotantes, de peces. Nos detenemos a almorzar y enseguida  navegamos una vez más, para terminar el día en una pequeña isla solitaria, igualita a la de La Playa, la película de Leonardo di Caprio. Bienvenidos al paraíso.

Guía

Cómo llegar: Emirates vuela a Kuala Lumpur desde Buenos Aires previo paso por Dubai. http://fly4.emirates.com

Dónde dormir: Kuala Lumpur Park Royal Kuala Lumpur: www.parkroyalhotels.com

Hotel Istana: www.hotelistana.com.my

Langkawi: 
MeritusPelangi Beach Resort & Spa www.meritushotels.com

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