Mal uso de los fondos públicos

Tal como se lleva adelante la economía del hogar, haciendo un uso consciente de los ingresos, debe administrarse el Estado. En nuestro país, el despilfarro de recursos en la “década ganada” ha puesto en serio peligro nuestro futuro.

Mal uso de los fondos públicos

En nuestro país, tanto en el Gobierno como en las empresas y las familias cuesta mucho entender que cuando los recursos económicos, escasos o limitados por definición, se usan mal, el resultado es la pobreza. Un ya largo proceso de cultivo de la ignorancia, de exaltación cotidiana de la estupidez, de descalificación sistemática del conocimiento científico del funcionamiento de la economía, nos ha llevado a una fenomenal dilapidación de recursos. No más que eso es la mentada y ridícula “década ganada”.

Somos todos, excepto los amigos y detentadores del poder, más pobres que al inicio de la década. Ya podríamos haber aprendido que sólo los Estados, las empresas y las familias que aplican bien sus recursos, en términos económicos y sociales, mejoran sus condiciones en el futuro cercano o lejano. Cuando se observa, con ojos de mediano entendimiento, lo que hacemos en nuestro país a diario con los fondos públicos y privados, no hay por qué asombrarse de que no sólo seamos pobres sino del enorme retroceso respecto de países vecinos. Existe una importante literatura especializada de autores extranjeros y nacionales que han estudiado y estudian este fenómeno de retroceso económico y social que, para muchos, resulta extraño e incomprensible.

Algunos ejemplos cotidianos pueden ayudar a visualizar lo que acabamos de exponer. Si observamos a nuestro alrededor, en nuestras familias y conocidos, encontramos rápidamente situaciones en que dos personas que arrancan de condiciones similares, con ingresos no muy diferentes, al cabo de los años unos alcanzan posiciones muy distintas -por caso, en materia de vivienda-, no contraen deudas, viven con cierta austeridad ahorran para la vejez y para sus hijos. Otros, por el contrario, gastan superando sus ingresos, exclusivamente en función del bienestar o el placer presente. Se endeudan sin pensar cómo pagarán esas deudas, creen que en el futuro habrá algún acontecimiento fortuito que resolverá los problemas.

Hechos similares constatamos cuando se comparan empresas ubicadas en un mismo sector de producción de bienes y servicios; mientras unas crecen y mejoran la calidad de su producción, otras se estancan, comienzan a tener pérdidas, corren riesgos de desaparecer. La diferencia siempre reside en la calidad de la administración de los recursos, en la eficiencia con que se usan, en el acierto de evaluar correctamente la relación entre los beneficios y los costos. Huelga decir que esta situación es más visible aún entre países cercanos o entre provincias de un mismo país.

En la “década ganada”, la Argentina registra un manifiesto retroceso relativo frente a Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay. Las buenas administraciones chilenas, de distinto signo político, capacidad empresaria y apertura al mundo, han llevado a que ese país supere al nuestro en ingreso per cápita. En el caso de las provincias, la diferencia en la aplicación de los recursos públicos es manifiesta en la comparación de San Luis y Mendoza; los resultados están la vista. No se trata de un milagro, simplemente nuestros vecinos han invertido durante dos décadas la mitad de su presupuesto en obras públicas, caminos, escuelas, diques y canalización de aguas para riego, financiamiento y construcción de viviendas. En Mendoza los fondos destinados a obra pública han sido muy limitados y, la aplicación, en muchos casos ineficiente. Hay algunos ejemplos notorios: el camino que une Cacheuta con Potrerillos y la doble vía a Tunuyán, que demoran por lustros.

Es de lamentar el mal uso de los recursos públicos, en particular los realizados por el Estado nacional. Nunca en nuestra historia un gobierno ha contado con tal abundancia de recursos. Su magnitud es astronómica. Se cuentan cientos de miles de millones de dólares.
La discrecionalidad, la carencia de criterios racionales para establecer prioridades han llevado a una lamentable situación en materia de infraestructura de servicios como caminos, hospitales, escuelas, ni hablar en materia de energía.

Ahora, con recesión y crisis, aparece la falta de lo que se malgastó. La única solución que se le ocurre al gobierno de la Provincia, que no puede emitir moneda a mansalva como el gobierno nacional, es endeudarse. Llevamos meses discutiendo este tema. En ese tiempo poco o nada se ha hecho para ver cómo gastamos menos e invertimos mejor.

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