Ni los errores de los asistentes de Javier Vega alcanzaron a tapar la mala tarde de Huracán Las Heras. Ni la falla de Carlos Gil, que permitió convalidar el tanto de los lasherinos cuando la pelota no ingresó, ni la de Mario Jofré, que sancionó el de Palmira (tampoco pareció picar adentro), permitieron que el hincha se olvidara de todo lo malo que hizo el local durante los 90’.
La derrota 1-2 vs. el Aurinegro caló hondo en la intimidad norteña y se vio un vestuario abatido. Pocas veces una derrota dejó tantas huellas como las de ayer. Los silencios decían mucho.
Y la furia en las tribunas también. Mientras, sin bañarse y casi sin poder oír el silbatazo final, el plantel jarillero huyó del estadio para evitar incidentes y desató el delirio en pleno regreso. Dos postales, distintas sensaciones. Uno, el ganador, está vivo y listo para seguir dando pelea. El otro, el derrotado, parece roto.
El encuentro siempre encontró al local proponiendo un poco más, aunque eso no significa que haya sido más claro. Ni los merecimientos valen a esta altura de lo jugado. Fueron pocos los argumentos del Globo para intentar llegar hasta Videla. El gol, apenas iniciado el encuentro, fue por una grosera falla del asistente Gil.
Después de eso no volvió a inquietar y se dejó quitar el balón. Retrocedió demasiado cuando lo aconsejado era lo contrario y en una acción aislada, cuando tampoco había encontrado el camino hacia Bonacci, Palmira igualó con otro desacierto arbitral: Jofré vio que el balón empujado por Villaseca picó adentro y corrió hacia la mitad de la cancha.
Demasiado premio para dos que se habían olvidado de jugar y carecían de conceptos para romper las defensas con algo más que pelotazos largos.
Lo peor para el local llegó en la segunda mitad y decretó el estado de furia de los presentes. Sin ideas, sin saber cómo y con demasiado vértigo, Huracán intentó llevarse por delante a su rival, que prefirió cerrarse atrás y apostar a algún contragolpe. Sin orden, sin precisión y con pocas luces, terminó pasando lo peor.
Mala salida desde el fondo, recuperó Clavijo y Pinea quedó mano a mano con Bonacci para definir la historia en favor de la visita. Y Minich ya no fue ídolo; Arce perdió su condición de intocable y apenas el “Loco” Guerra se salvó de los insultos.
La mitad más uno se prendió al alambrado para agraviar en múltiples idiomas y el nerviosismo bajo de la tribuna, se instaló en el campo de juego e influyó en los minutos finales.
La historia no iba a cambiar. Cuando parecía que las crónicas iban a poner su foco en los errores arbitrales, todas las luces se fueron con un Globo desabrido y sin fuerzas. Todavía hay chances, ciertamente, pero deberá maquillar notablemente sus defectos.
Las Heras tuvo otra tarde de descontrol
Pese a los intentos de parte de la dirigencia por controlar a los violentos, no hay caso. Siempre algunos escapan al cerco pacifista y terminan imponiendo su ley, esa que no conoce, justamente, de reglas.
El ingreso del equipo jarillero fue caótico. Tal como había sucedido en el duelo por Copa Argentina, los jugadores fueron recibidos por una gran cantidad de hinchas del Globo, quienes aguardaban en el playón de acceso. Obvio, fueron recibidos con toda clase de insultos, escupitajos y amenazas.
En el final, cuando la victoria aurinegra estaba sentenciada, la explosión lanzó esquirlas contra sus propios hombres. Es que el hincha no aguantó el mal juego del segundo tiempo y estalló contra la dirigencia y también contra el plantel.
Hubo corridas en las inmediaciones del estadio, enfrentamientos con la policía y, adentro, los nervios se consumieron a varios. Es que integrantes de la dirigencia chocaron con la policía que custodiaba la zona de vestuarios y hubo amenazas, “agarrame que lo mato” y discusiones entre los propios socios. Ardió Las Heras.