La radio le marca el pulso del partido. El relator le cuenta que "Maipú empezó con mucho ímpetu pero escasa precisión y su mediocampo no encuentra el balón".
Hay fiesta en las tribunas pese a las grandes ausencias y el olor de las bengalas se le mete en la nariz, como un recordatorio de que los sentidos sienten sin miedo. Juan Marcos lleva catorce años viniendo a la cancha. "Desde los diez", me dice. La pasión lo quema por dentro mientras amaga a celebrar ese córner de Figueredo que Alasia sacó por encima del travesaño.
No solo la radio lo guía, sino también los gritos de los hinchas. Si el balón se va afuera, es el tiempo de la pausa, esa que Maipú no parece tener en la cancha, y de las publicidades radiales. Cuando el balón vuelve a rodar, él vuelve a imaginar.
El gol de Figueredo, tras un polémico penal, lo hace estirar la o como lo hace el relator en la radio. Puño apretado, risa cómplice con su papá y y su hermano y el entretiempo que da un descanso.
Cuando vuelve la voz del relator, Juventud Unida está parado más adelante en el campo y Maipú cede el balón y espacios. Parece tiempo de sufrir con los centros desde los costados. Las publicidades se repiten entre córner y córner. Igual que los nervios. Y llega el empate. Ahora hay apuro en Maipú. "Hoy hay que ganar", dice Juan Marcos.
Y el Cruzado va, empujado por la decisión de quedarse con el segundo lugar de la tabla.
Pero no alcanza, al final es empate y hay caras largas en la platea. Sin embargo, Juan Marcos, tomado del brazo de su papá, y con el bastón en la otra mano, me regala una sentencia: "No necesito verlo para saber lo que siento por Maipú".