Con las recientes elecciones -evidentemente amañadas, de acuerdo con los resultados- el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, logró cerrar todos los ciclos y convertir a su gestión en una "dictadura perfecta". Sucede que el sucesor de Hugo Chávez controla el gobierno federal, las Fuerzas Armadas, el Congreso (al poner a la Convención Constituyente por encima del Parlamento en las facultades legislativas) y ahora a gobernadores "electos" en unos comicios en los que no se permitió la presencia de observadores independientes y que terminaron destruyendo en los hechos a la unanimidad de encuestas que auguraban un triunfo a la oposición por más de 30 puntos de diferencia. Lo cierto es que nadie cree en los resultados y las voces de reclamos han surgido de manera inmediata de parte de gobiernos y organismos internacionales.
Maduro llegó al poder por decisión de Chávez, quien lo designó su sucesor para "compensar" con Diosdado Cabello, el ahora segundo hombre que ya manejaba las Fuerzas Armadas. Sin embargo, a poco de la muerte del líder bolivariano, Maduro ingresó en una especie de "misticismo" político, que no hizo más que devaluar su imagen. La caída en los precios internacionales del petróleo, el principal ingreso de Venezuela, provocó que el país ingresara en un tobogán político y social, que generó desabastecimiento de artículos de primera necesidad y medicamentos, cierres de empresas, desempleo y una inflación descontrolada.
La oposición, que en las elecciones había logrado mayoría en el Congreso, reunió firmas para reclamar la convocatoria a un plebiscito para acortar el mandato presidencial, pero Maduro no sólo desoyó el pedido sino que convocó a una Convención Constituyente de la que sólo participó el oficialismo. Con la Constitución en la mano para el discurso, pero en un gesto absolutamente inconstitucional, Maduro decidió que la Constituyente tuviera facultades legislativas, lo que en los hechos determinó la disolución del Parlamento.
A la oposición no le quedó otro camino que protestar en las calles y la reacción gubernamental no se hizo esperar: entre las fuerzas policiales y los famosos "colectivos" (grupos integrados por fanáticos chavistas) provocaron más de 125 muertos. En ese marco Maduro convocó a elecciones a gobernadores con algunos aspectos llamativos: no permitió el control de organismos internacionales; juegos sucios, como el hecho de que muchos opositores no figuraran en los padrones y el cambio de lugar de votación de cientos de miles de venezolanos dos días antes. A esto hay que sumar que el sufragio de muchos votantes no coincidió con el que realmente había votado.
El resultado "oficial" resultó ser un triunfo del Gobierno en 17 de los 23 distritos electorales. "Arrasó el chavismo", dijo Maduro, anticipando que no aceptará protestas de parte de la oposición. Para los opositores se trató de un "megafraude", asegurando que "ni Venezuela, ni el pueblo venezolano, ni el mundo se comen el cuento", mientras oficialmente la OEA aseguró que se trató del "mayor fraude electoral de la historia de América". Por su parte, la Unión Europea instó al poder electoral de Venezuela a demostrar la "transparencia" del proceso y publicar los datos y la tabulación del recuento. Fuera del ámbito del chavismo nadie puede creer que las encuestas se equivocaran tan burdamente, en razón de que daban 30 puntos o más a favor de la oposición.
Si nos atenemos a las declaraciones públicas, queda la sensación de que tanto Maduro como su séquito consideran que han salido fortalecidos, razón por la cual la comunidad internacional deberá buscar los caminos necesarios para que Venezuela pueda vivir en una verdadera democracia y el pueblo venezolano recuperar la paz y la dignidad que ha perdido en los últimos años.
