Decenas de niños corretean por todos lados. Tienen en sus manos los vasos de té o leche que les da el merendero Corazones Felices, de Paola Castro (29), que hace dos años abrió sus puertas para hacerse cargo de dar contención, compañía y apoyo a las mamás de la zona.
El lugar, perdido entre surcos cultivados y terrenos abandonados, está en Rincón del Sauce, en Guaymallén, a 300 metros del Hospital El Sauce. Cerca se ven, también, barrios privados con sus murallas de cemento y alambres de púa.
Miguel (11) cuenta que es hincha de River y que al comedor va casi todos los días porque ahí están sus amigos, con los que comparte interminables partidos de fútbol. Los pibes del comedor, que llegan desde barrios como Constitución o asentamiento Los Hornos, están revolucionados: ha llegado el árbol de Navidad y cada uno quiere poner una guirnalda.
Paola explica que el terreno es de su padre, que se lo pidió para que, una vez que terminara el merendero, no tuviera que mudarse a otro lugar. Lo levantaron ella y las mamás de la zona con la venta, principalmente, de empanadas.
"Un día vendíamos, comprábamos los cables; otro día, las paredes; otro día los focos. Así fuimos haciendo este lugar", remarca con orgullo la mujer, acompañada de las otras madres que asisten lunes, martes y viernes a almorzar y merendar con sus hijos. El resto de los días, Paola les da alimentos para que cocinen en su casa.
"Nos ha ayudado a sociabilizar. Es muy importante. A veces más que lo económico. Acá nos hemos encontrado entre nosotras. Con los del barrio privado no. Ellos casi ni nos miran", dice la mujer, que tuvo la idea junto a su mamá Rosa.
Las moscas están por todos lados. El piso es de cemento revestido y las mesas para almorzar o merendar, precarias. Pero el corazón está puesto en todos lados. A un costado del merendero, de unos 50 metros cuadrados, relucen los hornos, que alimentan el sueño de estas madres que quieren un futuro distinto para sus chicos.
Quienes quieran colaborar pueden hacerlo comunicándose con Paola Castro al 2616787807. Necesitan harina, leche, azúcar, materiales de construcción, calzado y ropa, entre otros.
"Nos resulta difícil encontrar trabajo. Acá hay muchas madres solas. Queremos enseñar calidad de vida a los niños. La sociedad está mal y debemos mostrarles que acá pasan cosas buenas", agrega Paola.
Puertas afuera del comedor la realidad es dura. Perros de todas las razas piden un pedazo de comida. Hay pajareras de las que sale un canto armónico. A lo lejos, pibes chapotean en una pileta ya rota por la cantidad de niños que asisten al lugar. Se respira felicidad, a pesar de las carencias.
Un lugar seguro
Más de 30 madres asisten al comedor y ayudan con lo que pueden. Dicen que para comprender la realidad tenían que salir de sí mismas. Han comprendido que son más grandes y fuertes formando parte de un todo.
Maricel Obredor (30) admite que la socialización es el motivo de su presencia. "Me ayudan con mi hijo, que se porta fatal. Le encanta venir", remarca. Pero también asegura que a ella le ha servido, porque solía ser cerrada, reservada. "Compartimos todo entre nosotras", asegura.
Lo mismo ocurre con Silvina Vallejo (44) que asiste con Isabella, colgada a su cuello, al comedor. "Acá te dan fuerzas para seguir. Es un grupo que te contiene y mi hija ahora juega con los demás niños", detalla.
Tamara Figueroa (24) indica que pensó en el merendero como un espacio para que sus hijos pudieran hacer amistades. Lo mismo agrega Andrea Giménez (30) que tiene dos varones. Todas las madres dicen que es un lugar para hablar de "cosas de mujeres", Paola agrega que de lo que se habla es de violencia de género.
Para terminar, cuenta que sueñan con ser panificadoras y sostene
r este desafío. "Vamos a seguir luchando. Queremos comprar todo lo necesario para poder hacer pan pero es carísimo. Vamos a seguir hasta que lo consigamos", finaliza.
Sistema de padrinos
Paola y el grupo de madres que ayudan con el comedor pensaron en un sistema para que cada niño tenga un padrino o una madrina que colabore con ellos. Para ello generaron un sistema de "cartas a Papá Noel" con las que los chicos pueden hacer sus pedidos navideños.
"Los chicos nunca reciben el regalo que desean. La idea es, además, que si un padrino no puede pagar el regalo se puede juntar con otros y así comprar el pedido", explicó Cristina Lafferriere, quien ayuda en el comedor.