Macri ya tiene señales de impaciencia social

Macri ya tiene señales de impaciencia social

Por Carlos Sacchetto - Corresponsalía Buenos Aires

El gobierno de Mauricio Macri, haciendo gala de una alarmante imprevisión en sus políticas y exhibiendo divergencias internas que lo que menos hacen es transmitir confianza a la sociedad. El kirchnerismo, cayéndose de a pedazos al revelarse cada día nuevos y obscenos capítulos de una corrupción perversa que se burló del idealismo de millones de seguidores bien intencionados.

El peronismo tradicional, intentando todavía -sin lograrlo- sacarse la mochila agraviante de los últimos doce años y queriendo (con temprano oportunismo) convertirse otra vez en una opción válida. La Justicia, o una parte importante de ella, otorgando evidencias claras de que la ley -sin vendas en los ojos- se orienta de acuerdo a cómo soplen en cada momento los vientos del poder.

Esas son escenas que con abundancia de gerundios forman parte hoy del cuadro político de la Argentina. Se han convertido en un literal espectáculo que los ciudadanos contemplamos con una paciencia que no es ilimitada. Los protagonistas de la política, en especial los miembros del Gobierno, ya deberían saberlo y comprender las razones del ánimo social.

Las manifestaciones en contra del tarifazo que se produjeron la noche del jueves pasado pueden leerse como una señal de alerta producida por aquel descontento, pero también como el primer cachetazo a la gestión macrista.

No todos los funcionarios de primer nivel lo entendieron así, lo que hizo recordar a la soberbia kirchnerista de desconocer la realidad. De otro signo, claro, pero soberbia al fin. El argumento fue que las protestas fueron motorizadas por sectores políticos de la oposición, lo que resulta una verdad incuestionable.

Pero nadie puede decir que entre esos manifestantes no hubo también votantes de Cambiemos utilizando las mismas cacerolas de años atrás, o que partidarios del actual Gobierno se quedaron en sus casas pero comparten la misma indignación por los desmedidos aumentos de tarifas y la manera en que fueron instrumentados.

Mal clima

La Casa Rosada está ahora en una encrucijada político-económica de difícil resolución. Es una necesidad indiscutida eliminar los subsidios que durante el kirchnerismo mantuvieron la ficción de un Estado capaz de dar servicios de bajo costo, sin diferenciar a los carenciados de quienes podían pagar más por sus consumos.

También es inevitable que esos subsidios sean reemplazados por tarifas más acordes con lo que en realidad cuesta la producción y distribución de la energía. Pero lo que no es admisible es que el amateurismo del Gobierno ignore también los beneficios de la planificación política de sus acciones.

Como si ese error básico no fuera suficiente, pareciera que el Presidente y sus hombres más influyentes tampoco han comprendido todavía que la comunicación es una ciencia, que se la debe utilizar con rigor profesional y que no puede estar limitada a los discursos ocasionales del jefe del Estado.

Entre las marchas y contramarchas de la semana que pasó, el tema de las tarifas escaló demasiado alto, la Corte Suprema de Justicia postergó una definición hasta después de la feria, es decir el mes que viene, y se mantiene el fallo de la Cámara Federal de La Plata que suspende los aumentos. Salir de este encierro al Gobierno le costará disgustos, pero también imagen y popularidad.

Análisis parecidos se escuchan en varios despachos encumbrados del oficialismo, y la polémica interna crece con posiciones disímiles. El sexteto de ministros del área económica no logra consensuar medidas ni opiniones. En forma repetida son el jefe de Gabinete, Marcos Peña, y también el propio Macri los que deben mediar para evitar consecuencias mayores.

Si fuera por varios de los funcionarios de primera línea, el titular de Energía, Juan José Aranguren, tendría que ser el fusible a saltar para que baje la presión del descontento. Pero también todos saben que quien aprobó las decisiones fue el Presidente.

Alto riesgo

Los errores del Gobierno devienen de aquella mala evaluación del horizonte económico que se hizo al comienzo de la gestión, depositando el bienestar en el segundo semestre. “Calculábamos que a esta altura la inflación sería mucho menor, las inversiones estarían generando más trabajo y la economía creciendo”, reconoce uno de los ministros del área. Lo cierto es que a más de siete meses de asumir, nada de eso está ocurriendo, aunque el camino esté trazado hacia esa dirección.

Estos desaciertos de Macri no alcanzan sin embargo para que el kirchnerismo sea revalorizado. Su derrumbe parece inexorable y así lo entiende no sólo el Gobierno sino también aquel peronismo que busca diferenciarse y erigirse otra vez como alternativa de poder. Allí están, desde afuera Sergio Massa, y desde adentro Miguel Pichetto, impulsando una renovación que apunte a las elecciones del año próximo.

Cuentan en el Senado que durante un café que tomaron hace poco, Pichetto le dijo al ministro del Interior Rogelio Frigerio: “Yo hago lo que puedo para aislar al kirchnerismo duro y dar gobernabilidad, pero ustedes con sus errores no ayudan”. La respuesta de Frigerio fue: “Tenés razón”.

El acercamiento que en los últimos días hicieron más visible Pichetto y Massa entusiasma a muchos peronistas y plantea un horizonte de fortaleza política como un modo de dejar definitivamente atrás a Cristina Fernández y sus seguidores más fieles. Pero también le suma una preocupación al Gobierno.

Como si fueran pocos los frentes que debe atender para caminar en el campo minado que le dejó Cristina como herencia, Macri tendrá que estar cada vez más atento a una oposición que crece al capitalizar sus tropiezos.

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