Por Julio Bárbaro Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional. Especial para Los Andes
Por ahora todo va camino a terminar en una polarización. En el fondo es entre los restos del kirchnerismo que se retira a desgano y las ilusiones del centro derecha que apareció en los últimos tiempos.
Había otras dos fuerzas, una estaba en Unen, salieron segundos en la anterior presidencial, digamos que segundos y terceros, que sumados eran importantes, pero ellos mismos con sus errores lograron disolverse. Y el peronismo histórico, ese donde compiten Massa con De la Sota, ese tiene hoy pocas chances de abrirse camino para romper el cerco de la opción instalada, pero es el único que estaría en condiciones de lograrlo.
En el oficialismo las cosas se van aclarando: el kirchnerismo, según mi opinión, ya agoniza, al elegir a Scioli asumió su derrota, al imponer a Zaninni solo logra ocupar el espacio vacante que deja libre Boudou. Es más simbólico que vigente, el peronismo ya inició su camino a expulsar la invasión de viejos izquierdistas prebendarios. Ese camino es importante, no implica una renovación de la política, pero al menos nos abre la esperanza de superar esta enfermedad agresiva, dañina y corrupta que implicó el kirchnerismo.
Los restos del estalinismo intentan denigrar a Macri, agonizan pero insisten en perseguir a los adversarios, eliminarlos, construir el sueño del partido único. Formados en una agrupación que podríamos denominar la “Ramón Mercader”, dicen ser de izquierdas pero protegen y justifican los peores negocios de las mafias del juego y la obra pública. No solo no son socialistas sino que imaginan un capitalismo mafioso peor que el prebendario que nos toca soportar.
Del otro lado lo tenemos a Macri, un candidato que fue logrando consolidar una fuerza política alternativa a esta pretenciosa enfermedad nacional de imaginar que todos los que viven en Puerto Madero son docentes de la revolución de la izquierda. Me refiero a esta enfermedad según la cual todos somos progresistas y pronunciamos apasionados la célebre frase “yo no voto a la derecha”. Con tantos abanderados de la justicia social uno no sabe a qué se debe este crecimiento desmesurado de la pobreza. Queda claro que alguno miente.
El presente tiene dos temas graves de los que nadie habla demasiado: primero, la desmesurada dimensión del Estado y, luego, la brutal concentración de lo privado. Entre esos dos enemigos se va achicando la sociedad. Del Estado vive cada vez más gente, con sueldos importantes y sin ninguna otra razón que la de tener un amigo que los incorpora.
No me salgan con el cuento de los necesitados y los planes sociales, eso nadie lo cuestiona, en rigor esa ayuda ni siquiera implica una definición ideológica, ha terminado siendo una imposición de la realidad. No es un logro kirchnerista, es el resultado de la incapacidad de generar trabajo real e integrar los caídos.
¿Cuántos miles de empleados innecesarios nos deja el gobierno? Y no me digan que la pregunta es “gorila”; para Perón, “cada uno debe producir cuando menos lo que consume”. Nada más injusto que convertir al oficialista en empleado público, o pagar con sueldo estatal al que apoya la desmesura del momento. Pretender que eso es justo es de necios y de corruptos. El ajuste siempre suele ser de derechas, a favor de los empresarios, pero no por eso el desajuste es a favor de los sectores populares. Diferenciar entre pueblo y burocracia es imprescindible para entender el presente.
Macri debe instalarse por encima del temor que genera el liberalismo de los economistas ortodoxos y decadentes, esos nos trasladan a lo peor de la democracia y al estallido social.
La concentración económica que el mismo gobierno apoya con sus errores, esa va convirtiendo en cadenas desde las farmacias a los quioscos, y todo se acumula en los supermercados que destruyen el simple comercio minorista. Esa injusticia no la corrige el mercado, suele terminar en estallido social. Y Scioli debe tomar distancia de lo peor del kirchnerismo, el estalinismo defensor del juego y la obra pública, y la destrucción de la justicia al servicio de la mafia que se denomina a sí misma “Justicia legitima”.
Las palabras de Mirtha Legrand pueden haber sido exageradas, no vivimos en una dictadura, yo le agregaría que una dictadura es lo que intentaron imponer, ¡vaya si lo intentaron!, que en rigor estuvieron demasiado cerca de lograrlo, pero finalmente comenzaron a retroceder.
Los discípulos de Stalin retroceden frente a políticos que dicen haber sido discípulos de Perón. En realidad dicen Perón tan solo para ponerle un nombre a la ambición, pero al menos sirven para sacarnos de encima la amenaza del fin de la democracia y la libertad.
El final del kirchnerismo está cercano, o mejor dicho, sucediendo. Gane quien ganare el riesgo de lo peor habrá pasado. El kirchnerismo se ira disolviendo, nos quedarán los rostros desteñidos de muchos oportunistas que se pusieron del lado del poder para lograr servirse de sus dones, ganancias, prebendas.
Muchos ganaron demasiado por aplaudir, apoyar, negociar con esta decadencia que apenas estamos superando. Mirtha dijo que era una dictadura, ellos se enojaron porque no les hablaba de la realidad pero sí se refería al sector oscuro de sus sueños. Quisieron ir contra el cardenal Bergoglio, luego comprar Clarín, luego destruir a Scioli y ahora se conforman con intentar degradar a Macri. No llegamos a la dictadura, pudimos detenerlos antes, pero los discípulos de Stalin siguen luchando. Claro que ya no meten miedo, son tan patéticos que terminan dando lástima.
Al retirarse la desmesura nos deja al desnudo la mediocridad. Vienen etapas de gobiernos débiles, nacen los tiempos cuando es imprescindible que los pueblos se vuelvan fuertes. Y es entonces cuando todos somos imprescindibles.