Por Carlos Sacchetto - Corresponsalía Buenos Aires
Sin una referencia política definida en líderes de la oposición ni enclaves manifiestos en el oficialismo, el triunvirato de dirigentes que conduce la Confederación General del Trabajo (CGT) ha cargado sobre sus espaldas la complicada tarea de extender su representatividad para ser el regulador de las tensiones sociales.
Eso no significa otra cosa que acumular el poder suficiente para ser el único interlocutor del Gobierno, por encima de las dos versiones de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), y de las organizaciones sociales que engordaron su rol durante el kirchnerismo.
La estrategia de la CGT va mucho más allá de la definición de un paro general que los sectores más duros del sindicalismo y de la política creen necesario. De hecho, en la entrevista que mantuvo el jueves con cinco ministros del gabinete gubernamental, la cúpula de la central obrera mostró una amplitud de diálogo y una disposición para buscar fórmulas de consenso que sorprendió a más de uno de los representantes oficiales. “La crisis es muy profunda y tenemos que ser responsables para no agravarla”, sostuvo Juan Carlos Schmid, uno de los triunviros cegetistas.
Ese día, y después de casi 10 años de no tener cifras oficiales confiables, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) había revelado que el 32,2 por ciento de los argentinos vive en la pobreza y de ellos el 6,3 por ciento son indigentes. Para ponerle rostro más humano a los números, 14 millones de personas, uno de cada tres compatriotas, no puede satisfacer sus necesidades básicas.
Con esos datos, los dirigentes acordaron con el Gobierno el plazo de 10 días para que se responda a los reclamos de un bono extra para fin de año en las remuneraciones que paga el Estado a empleados, jubilados, pensionados y planes sociales, que se extienda también al sector privado y que se exceptúe del impuesto a las Ganancias al aguinaldo de diciembre.
Tres direcciones
Sin perjuicio de que se discuta peso más o peso menos en el monto del bono navideño, en la Casa Rosada saben que no tienen mucho margen para negarse a la petición cegetista. Macri tiene al menos tres razones para satisfacer el reclamo. Una, es evitar el paro general prometido por los sindicalistas, que tendría un masivo apoyo de las otras centrales, la izquierda y las organizaciones sociales. De concretarse, se profundizaría la brecha, el conflicto sería el único eje de las relaciones con esos sectores y plantearía un escenario difícil de remontar.
El segundo motivo para acordar es fortalecer el poder de una CGT única, abierta al diálogo y dispuesta a trabajar junto a los empresarios en una nueva etapa económica de reconstrucción, que vaya reduciendo la gravedad de la crisis. El Gobierno aspira a conformar una mesa de concertación social con los sindicatos, los empresarios, la oposición y otros sectores para darle batalla a la pobreza, y necesita que cada representación tenga la fuerza suficiente para avalar las políticas que se decidan.
La tercera razón para desactivar el clima beligerante con los trabajadores está a más de 11 mil kilómetros de distancia y se llama Francisco. Ante la ausencia de un liderazgo aglutinador en el peronismo, el Papa ha pasado a ser un referente directo para la central obrera. El viernes, en un mensaje a los argentinos, el Pontífice habló de la cultura del encuentro y pidió “que se pongan la Patria al hombro, esa Patria que necesita que cada uno de nosotros le entreguemos lo mejor de nosotros mismos, para mejorar, crecer, madurar”. Hoy, para la conducción de la CGT, ponerse la Patria al hombro es facilitar el entendimiento con el Gobierno.
Entre muchos
Esa búsqueda de Macri de ampliar su base de sustentación en las representaciones institucionales, lo llevó a reunir el viernes a 1.872 intendentes y jefes comunales para decirles que pretende trabajar con los gobernadores y con ellos “sin distinción de colores partidarios”. Esa cumbre, inédita por el número de asistentes y variedad política, fue obra del ministro del Interior, Rogelio Frigerio, convertido en la pieza clave que teje acuerdos con los poderes territoriales.
Para diferenciarse del tono confrontativo utilizado por el gobierno de Cristina Kirchner, el Presidente pidió “un país con menos monólogo y más diálogo, con menos enfrentamientos y más consensos”. En línea con esa política de sumar a la mayor cantidad de dirigentes para llevarla como ofrenda a la cita que el 15 de octubre tendrá con el papa Francisco, Macri volvió a hablar de la pobreza.
Es que a pesar de que la Universidad Católica había registrado ya para el primer trimestre del año el 34,5 por ciento de pobres, los números del Indec difundidos la semana pasada atravesaron los campamentos políticos e hicieron aflorar la acostumbrada hipocresía del doble discurso. El objetivo básico de la política bien entendida es mejorarle la vida a la gente y son los políticos los instrumentos para hacerlo. Por décadas en la Argentina no lo han hecho porque muchos de ellos privilegiaron y privilegian sus realidades personales a las que adornan con corrupción descarada, impericia o complicidad silenciosa.
Ahora resulta que nadie se hace cargo. Todos miran para otro lado, lo que no hace más que fomentar la idea de que todos -o sea ninguno- somos responsables de ese desgarro social. Ver a tantos políticos mostrándose inocentes y endilgándose culpas, se convirtió en un espectáculo tan indignante y vergonzoso como saber que los pobres están ahí, interpelándonos a todos.