El Gobierno nacional prevé reunirse en pleno el 15 de febrero próximo en Chapadmalal, cuando falten pocos días para la apertura de las sesiones legislativas ordinarias, en las que Mauricio Macri hará el balance de la primera mitad de su mandato.
Los líderes de Cambiemos en el Congreso ya le anticiparon a la Jefatura de Gabinete la inconveniencia de enturbiar ese momento de enunciación política, central para el Presidente, con alguna sesión controvertida en las extraordinarias del Congreso. Sostienen que lo mejor es concentrar las expectativas en el mensaje del jefe del Estado.
Evalúan que no hay en el horizonte de corto plazo ninguna urgencia institucional que amerite poner en riesgo ese escenario. Donde el Gobierno está obligado a trabajar con paciencia de orfebre y donde la oposición puede sacar provecho de su fragmentación. Para la política colaborativa, un umbral mínimo de unidad opositora es imprescindible. Para complicar las cosas, la dispersión suele ser una potente y eficaz ventaja competitiva.
Después de todo, con el reciente decreto que firmó Macri para ponerse a tono con los requisitos de pertenencia a la Ocde -la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, donde late el pulso de la inversión internacional- el Gobierno se las ingenió para avanzar sin conflictos y sin necesidad de someterse a los regateos que le impone la oposición en el Parlamento.
Hay además una lógica interna en la necesidad del oficialismo de ponerle paños fríos al debate legislativo en febrero. Después de dos años de gobierno, Cambiemos también necesita entrar al taller para hacer ajustes, antes de que venza la garantía.
La aprobación de la reforma previsional en diciembre le demandó al oficialismo un esfuerzo inusual. No sólo por la estrategia de una parte de la oposición que incorporó como recurso admisible la violencia política. También porque, por primera vez y pese a un respaldo electoral muy reciente, la Casa Rosada perdió en la disputa del discurso público. Es lo que se advierte en casi todos los sondeos de opinión.
Crece en la coalición gobernante una demanda interna que pide dotar a Cambiemos de una mesa de conducción institucional, donde los temas sensibles como el recálculo de haberes jubilatorios puedan dialogarse antes de su lanzamiento a la arena pública.
Acaso advertido de ese clima interno posterior al diciembre caliente, el Presidente hizo un gesto político al interrumpir su descanso en el sur del país para acompañar a Alfredo Cornejo, el gobernador de Mendoza y nuevo presidente del radicalismo a nivel nacional.
La explicación de las decisiones es cada vez más relevante. Es la conclusión a la que llegaron los referentes del ala más política de Cambiemos. Eso no se hace sin poleas de transmisión eficientes, que exceden la comunicación en las redes virtuales donde los equipos del jefe de Gabinete, Marcos Peña, ya demostraron su eficiencia.
El envión conseguido para la reforma previsional en el Senado y en la mesa de gobernadores peronistas tropezó en Diputados porque la opinión pública había sido ganada por las objeciones argumentales, a izquierda y derecha.
De modo que ahora la Casa Rosada está obligada a calcular con máxima precisión sus prioridades. Con una inflación que se resiste tenazmente a la baja, Macri no puede resignar su programa de reformas. Pero es justamente la necesidad de apresurarlo lo que lo obliga a evitar pasos en falso. Como en el consejo atribuido a Napoleón: porque está apurado, debe vestirse despacio.
La reforma laboral quedó desde diciembre pasado expuesta en esa vorágine. Las investigaciones judiciales que han puesto el foco en la indisimulable opacidad de la corporación sindical pueden predisponer a la opinión pública para esos cambios, pero es una presión insuficiente.
Con su amenaza a la estabilidad del Gobierno, Luis Barrionuevo lanzó una inequívoca señal de convocatoria a su casta. Gremialismo para gremialistas, incluyendo al clan del camionero Hugo Moyano.
El ministro de Trabajo, Jorge Triaca, conoce esos códigos desde la infancia. La reforma que propone puede naufragar si se trata cuando Roberto Baradel reabra la paritaria docente, que el año pasado sólo avanzó cuando el oficialismo jugó su mejor carta: el protagonismo de María Eugenia Vidal.
A Triaca le aconsejaron desdoblar su plan. Arriesgar primero el blanqueo laboral, la parte más agradable de la reforma. Y dejar el capítulo más duro para más adelante. Pero esa idea es mirada con desconfianza en el Congreso. Los propios referentes de Cambiemos consideran que equivale a regalar la zanahoria.
También inciden los gobernadores justicialistas que le prometieron a la CGT no avanzar sin su consentimiento. Tienen un interés coincidente.
Necesitan tiempo para ver hasta dónde llega el Gobierno con sus exigencias de cumplimiento del Pacto Fiscal, que los obliga a reducir sus gastos.
Y tampoco el peronismo parlamentario quiere arriesgar en demasía. En el Senado, Miguel Pichetto reunió una masa crítica que tomó distancia de Cristina. Son átomos inestables. Si el Gobierno habilita en exceso el debate en el Parlamento, la expresidenta se dedicará con fruición a hacerle control de calidad al peronismo mayoritario.
La reunión de Pichetto con Sergio Massa puede leerse en esa clave. El kirchnerismo incrementó su eficiencia en Diputados. La bancada conducida por La Cámpora era una estudiantina catártica. Con Agustín Rossi, Leopoldo Moreau y Hugo Yasky, el bloque de Cristina ganó en homogeneidad y consistencia. Sigue apostando a una crisis terminal. Y mejoró su capacidad de daño.