Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com
El post kirchnerismo tiene en Alfredo Cornejo y en Mauricio Macri a dos figuras bien representativas de la época. Son arquetipos, personas que reúnen en sí mismas las características generales de lo que se requiere a un político de este tiempo. Ambos son complementarios pero, a la vez, en muchas cosas están en las antípodas sin, paradójicamente, contradecirse.
Su primera identidad la ofrece el común origen. El poder que construyeron - poco o mucho, mejor o peor- lo forjaron solos, a diferencia de sus antecesores inmediatos. Los Kirchner jamás hubieran llegado sin Duhalde, mientras que Celso Jaque y Paco Pérez tampoco sin el “Chueco” Mazzón.
Macri y Cornejo hicieron la primera, secundaria, universidad y posgrado. Uno partiendo desde Boca y terminando en la jefatura de la Capital Federal. El otro, como ministro, diputado e intendente. Desde el primer instante se propusieron llegar a donde llegaron: recibirse de presidente y gobernador respectivamente, desmintiendo el lugar común de que para esos cargos sólo se aprende ejerciéndolos. Ellos se titularizaron antes. Y es, quizá, su mayor valor agregado. Ahora deberán demostrar si sus buenas notas para recibirse de Presidente o Gobernador las pueden conciliar con la experiencia práctica que, esa sí, no se aprende en ninguna universidad.
Pero luego de esa común afinidad, las diferencias comienzan a aparecer y son importantes.
La correlación de fuerzas permitió a Cornejo decir a casi todos que no, mientras que Macri se vio obligado a decir a casi todos que sí. Por eso el gobernador pudo construir poder propio más allá del de origen, mientras que el Presidente debió pedirlo prestado. Así, desde que asumió, Cornejo viene acumulando poder, mientras que Macri todavía anda buscándolo. Al Gobernador le sobra poder, ya que camina y se lo encuentra porque está en desuso o fue tan mal usado que hace dos pases y se los quita a los que formalmente lo detentan. Mientras que al Presidente le escasea el poder, tanto que cada vez se lo venden más caro, y ni siquiera en cuotas. Cuenta, es cierto, con el favor de un buen sector de la opinión pública, pero transformar en poder algo tan voluble y cambiante, es muy difícil.
La herencia que recibió Macri fue la del autoritarismo, por lo que debió reconstruir las instituciones lesionadas, mientras que la herencia de Cornejo fue la de la anarquía, por la que debió reconstruir el orden.
La intención macrista de reconstruir la institucionalidad tiene severos límites porque es como fabricar odres nuevos para guardar en ellos el vino ácido. O sea hacer funcionar libremente las instituciones mientras siguen éstas en manos de personas muy por debajo de las mismas: por ejemplo la lucha contra la corrupción cuenta con jueces siempre complacientes con el poder, que ayer callaban y hoy juzgan porque, en un caso y en el otro, creen que es lo que quieren de arriba. O dar participación al Congreso para la formación de las leyes pero con legisladores que no ven mucho más allá del toma y daca. O gobernadores que prestan su voto a cambio de plata, pidiendo federalismo al Gobierno nacional pero siendo déspotas feudales en sus territorios y negándose a cualquier intento de reforma política. O sindicalistas patrones que son neo-empresarios, o empresarios cortesanos que sólo viven de lo que les da el Estado. Etc.
En cambio en Mendoza hay un institucionalismo más sólido, por una tradición cultural que así lo permite. Por eso Cornejo pudo recuperar bien pronto el orden perdido, apenas se animó a librar ciertas batallas. Aquí las instituciones estaban intactas, apenas cubiertas de polvo por el desuso, mientras que en el país fueron arrasadas. Por eso, en comparación, es más meritorio y esforzado lo de Macri. Sin embargo, lo de Cornejo es más popular porque la gente pide más orden que institucionalidad. Pero ambas tareas son igual de imprescindibles.
El peligro de Cornejo es la concentración, porque en Mendoza hoy el poder pertenece casi todo a este hombre que hace política hasta cuando duerme pero la hace solo y se ha convertido en el vértice de un aparato vertical, cosa que por ahora casi nadie ve mal porque cuando se viene de la anarquía el orden es básico. Cornejo no desaprovechó la oportunidad: tiene bajo su control personal a toda la oposición, al resto de los radicales, a los partidos aliados; incluso a sus propios ministros los controla con las segundas líneas. Intenta también tener bajo su puño a lo que le falta del Estado: sindicatos y jueces.
Macri, en cambio, viene de una concentración de poder paranoica y enfermiza, por eso liberó las variables. Además no tiene mayorías en ningún lado. En consecuencia, su problema es el riesgo de dispersión y que no quede claro cuánto poder maneja realmente, lo que lo puede hacer aparecer como más débil de lo que es.
Cornejo puede ganar todas las batallas pero perder la guerra si no es capaz, en el mediano plazo, de transferir a las instituciones el poder que está acumulando en su persona. Mientras, Macri puede perder la guerra si no es capaz de poner límites a las corporaciones que no están dispuestas a ceder ni un gramo de sus privilegios.
Hasta ahora los dos han sido buenos en cambiar las condiciones formales con las que se encontraron. Ya no hay anarquía en Mendoza sino que algún tipo de orden se vislumbra. En la Nación hay una incipiente institucionalidad que el gobierno anterior destrozó todo lo que pudo avasallando al Congreso, la Justicia, el federalismo y la prensa.
Para el primer año de ambos, se trata de fortalezas imprescindibles a fin de hacer un buen gobierno. Pero si quieren consolidarlo hay que avanzar en las cuestiones de fondo, saldando la deuda en Mendoza e ir cerrando el déficit en la Nación y concretar un programa de crecimiento económico y de desarrollo integral que este año ni siquiera se vislumbró, ni en la provincia ni en la Nación. Esto es por lo que, en definitiva, se juzgará a ambos y en general a todos los gobernantes del país postK. Si las cosas salen mal, ni siquiera se podrá hablar de un país “post”, puesto que los fantasmas del pasado aguardan -rencorosos, sedientos y hambrientos- por su revancha desde infinitos rincones del país.
Posdata: Una diferencia final de personalidad. Cornejo se considera un político como los demás, que si hoy es distinto a sus pares es por el papel especial que le toca cumplir. Mientras que a Macri le han metido en la cabeza que es un político distinto, de la nueva política, que nada tiene que ver con la vieja. La realidad es que, salvo por cuestiones de autopercepción, no son tan distintos, porque ni Cornejo es tan tradicional ni Macri tan nuevo.